Historias de vida, de dolor, de muerte, de sufrimiento, de crisis sin final. Cuatro millones de niños refugiados se agolpan en los campos de desplazados en Sudán del Sur. Porque el país más joven del mundo es, también, uno de los mayores rincones de miseria, moral, económica y humana de la Tierra. Recordamos las recientes palabras de Francisco:
«Lamentablemente en este país martirizado, ser desplazado o refugiado se ha convertido en una experiencia normal y colectiva […] No podemos esperar más. Un gran número de niños nacidos en estos años sólo ha conocido la realidad de los campos para desplazados, olvidando el ambiente del hogar, perdiendo el vínculo con la propia tierra de origen, con las raíces, con las tradiciones […] Nosotros hoy, encontrándonos con ustedes, quisiéramos dar alas a vuestra esperanza. Lo creemos, creemos que ahora, también en los campos para desplazados, donde, lamentablemente, la situación del país los obliga a estar, puede nacer, como de la tierra desnuda, una semilla nueva que dará fruto […] Sean ustedes semillas de esperanza, en las que ya se percibe el árbol que un día, esperemos cercano, dará fruto. Sí, ustedes serán los árboles que absorberán la contaminación de años de violencia y restituirán el oxígeno de la fraternidad […] Les pido a todos, con el corazón en la mano: ayudemos a Sudán del Sur, no dejemos sola su población, que tanto ha sufrido y sigue sufriendo«.
Francisco, Justin Welby e Iaian Greenshields volvieron a vivir una etapa de su ‘peregrinación ecuménica’ por la paz, escuchando los gritos de los refugiados. Y reclamando un cambio radical de vida: «No puede haber futuro en los campos para desplazados«.
Así lo expreso, con crudeza, Bergoglio, secundado por el arzobispo de Canterbury y por el moderador de la Iglesia de Escocia, apuntalando los testimonios de los responsables de Naciones Unidas y los tristes protagonistas de la mayor crisis alimentaria de toda África, que afecta a ocho millones de personas, y bloquea las puertas de una paz verdadera.
“Al menos cuatro millones de niños de este país están desplazados; la inseguridad alimentaria y la desnutrición afectan a dos tercios de la población, y los pronósticos auguran una tragedia humana que podría ser peor en el transcurso de este año«.
«Estoy con ustedes, sufro por ustedes y con ustedes«, clamó Francisco, que hizo suyas las preguntas de Joseph, uno de los desplazados: «¿Por qué estamos sufriendo en un campo para desplazados?«. ¿Por qué? ¿Por qué tantos niños y jóvenes como tú están allí, en vez de ir a la escuela a estudiar o a un hermoso lugar al aire libre a jugar? Tú mismo nos has dado la respuesta, diciendo que es «por los conflictos que atraviesa actualmente el país»».
«Lamentablemente en este país martirizado ser desplazado o refugiado se ha convertido en una experiencia normal y colectiva«, denunció el Papa, quien quiso renovar «con todas las fuerzas, el más apremiante llamamiento a que cese todo conflicto, a retomar seriamente el proceso de paz para que finalicen las agresiones y la gente pueda volver a vivir de manera digna«.
Y es que, añadió, «sólo con la paz, la estabilidad y la justicia podrá haber desarrollo y reintegración social«, trazó. «Pero no podemos esperar más. Un gran número de niños nacidos en estos años sólo ha conocido la realidad de los campos para desplazados, olvidando el ambiente del hogar, perdiendo el vínculo con la propia tierra de origen, con las raíces, con las tradiciones […] No puede haber futuro en los campos para desplazados. Es necesario crecer como sociedad abierta, mezclándose, formando un único pueblo atravesando los desafíos de la integración, también aprendiendo las lenguas habladas en todo el país y no sólo en la propia etnia«.
Francisco quiso centrarse en las madres: «Las madres, las mujeres son la clave para transformar el país». Por ello, rogó, exigió, «que la mujer sea protegida, respetada, valorada y honrada. Por favor, protejan, respeten, valoren y honren a cada mujer, niña, adolescente, joven, adulta, madre, abuela. Si no, no habrá futuro«.
Pese a todo, los tres ‘mosqueteros de la paz’ quisieron llevar un mensaje de futuro. «Nosotros hoy, encontrándonos con ustedes, quisiéramos dar alas a vuestra esperanza. Lo creemos, creemos que ahora, también en los campos para desplazados, donde, lamentablemente, la situación del país los obliga a estar, puede nacer, como de la tierra desnuda, una semilla nueva que dará fruto«.
«Ustedes son la semilla de un nuevo Sudán del Sur, la semilla para un crecimiento fértil y lozano del país; ustedes, de las distintas etnias, ustedes que han sufrido y están sufriendo, pero que no quieren responder al mal con otro mal«, subrayó el Pontífice. «Ustedes, que eligen desde ahora la fraternidad y el perdón, están cultivando un mañana mejor. Un mañana que nace hoy, allí donde están, de la capacidad de colaborar, de tejer tramas de comunión e itinerarios de reconciliación con quienes, aun siendo de diferentes etnias y procedencias, viven junto a ustedes«.
Por eso, repitió: «Sean ustedes semillas de esperanza, en las que ya se percibe el árbol que un día, esperemos cercano, dará fruto. Sí, ustedes serán los árboles que absorberán la contaminación de años de violencia y restituirán el oxígeno de la fraternidad«.
Es verdad, ahora están “plantados” donde no quieren, pero precisamente en esta situación de sufrimiento y precariedad pueden tender la mano al que está a su lado y experimentar que están enraizados en la misma humanidad; de ahí es necesario recomenzar para redescubrirse hermanos y hermanas, hijos en la tierra del Dios del cielo, Padre de todos.
Para finalizar, el papa quiso agradecer a los que trabajan, en condiciones dificilísimas, por mejorar la vida de estas personas. «Gracias a las comunidades eclesiales por sus obras, las cuales merecen ser sostenidas; a los misioneros, a las organizaciones humanitarias e internacionales, en particular a las Naciones Unidas por el gran trabajo que realizan«.
Al tiempo, «quisiera también honrar a los numerosos trabajadores humanitarios que han perdido la vida, así como exhortar a que se respeten las personas que ayudan y las estructuras de apoyo a la población, que no pueden ser objeto de asaltos y vandalismo […] Les pido a todos, con el corazón en la mano: ayudemos a Sudán del Sur, no dejemos sola su población, que tanto ha sufrido y sigue sufriendo«, culminó Francisco, quien también quiso recordar a los refugiados sur-sudaneses que están fuera del país.
CIDAF-UCM