Manifiesto por la protesta civil en Mauricio

15/07/2014 | Opinión

Un mes antes de su muerte, Frantz Fanon1 dijo: “No somos nada en la Tierra si antes no somos esclavos de una causa: la de los pueblos, la de la justicia y la de la libertad”. La libertad está inscrita en nuestro ADN, es la expresión más pura de nuestra humanidad y sin duda alguna, es la vivaz tinta que inspiró a los grandes pensadores de todos los tiempos.

Sí, lo que os lo digo es tan cierto como el mismo aire que respiráis en este momento. El Hombre es libre por esencia, puesto que, así es como viene a este mundo y así es como debería poder irse de él. No, entonces los cínicos sólo señalarán con sus dedos doloridos a un humanismo crédulo bajo la apariencia de racionalismo. Tanta sangre derramada en el vientre de la tierra, tanta fuerza y coraje contenido en un solo puño levantado, tanta conciencia al impedir avanzar el asalto mortal de los tanques, tantos sacrificios en el nombre único de la libertad, y sin embargo, ¿por qué?

Más que la libertad misma, es nuestra percepción de lo que condiciona nuestra relación con los otros y la sociedad en su conjunto, puesto que nos corresponde a cada uno de nosotros, comprender la realidad de este mundo y de la naturaleza de nuestra presencia en su seno.

El advenimiento de la democracia representativa constituye una etapa más avanzada en la distribución de los poderes en nuestras sociedades modernas, pero es esencial considerarla en su justo valor e identificar su razón de ser; es decir, se trata además, de una fase hacia una sociedad donde se pueda ser igual y libre. La noción de etapa es fundamental, puesto que nos revela que estamos comprometidos en un viaje iniciático a escala humana, en una dinámica social y política perfectible y por lo tanto, no acabada y necesaria del axioma.

Es imperativo mantener el proceso democrático en movimiento y llevarlo a una forma de gobierno tal como la había imaginado Abraham Lincoln: “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.” Bajo esta premisa, nos resulta importante, situar el lugar del pueblo en el proceso de toma de decisiones del Estado, puesto que bajo la apariencia de la profesionalización y de la tecnificación de la política, hemos roto el vínculo de paternidad existente entre el pueblo y el Estado, alegando que los fines de la voluntad expresada por la mayoría, que se disfraza en voluntad general, justifican todos los medios.

Ahora bien, ¡éste no es el caso! Hoy vivimos en regímenes que calificaría de opresión pacífica, puesto que la racionalización de nuestros sistemas políticos nos ha encerrado en un estado de catarsis, en el que purgamos nuestras pasiones proyectando un ideal social de paz y de armonía, procurando un modelo democrático. Estamos en una lógica deficitaria, puesto que a falta de algo mejor, nos contentamos con una representación que dura lo mismo que el espacio de una campaña electoral.

¿Qué hacer y qué decir frente a la autonomía de nuestros dirigentes, aun cuando éstos últimos ya no son autónomos en sus decisiones frente a los actores y agentes internacionales, tales como la Troika2, los mercados financieros y los gigantes de la informática, como Google?

¡Siempre podemos atestiguar la benevolencia del Estado por deferencia a nosotros mismos cuando la relación de filiación entre el poder y el pueblo se corroe y el vínculo entre el poder y los políticos, se vuelve opaco!

Por esta razón, depende de nuestro poder cívico el considerar la protesta como un modelo de participación en la vida política para salir del letargo institucionalizado de la representación. El Estado, en su justo y sano ejercicio debería proveer a los ciudadanos de las herramientas institucionales y orgánicas para que el enfoque contestatario cuente con un marco legal y que el manifestante, por su sola participación en un hecho de protesta, no sea asimilado a un delincuente, sino a una persona que expresa sus legítimas reivindicaciones políticas.

Hoy, más que nunca mientras que la autonomía del Estado está comprometida, es vital que nos interesemos por las cuestiones políticas y el ejercicio del poder, si queremos mantener la calidad de la vida social y económica, preservar la ecología y combatir el desmantelamiento de la integridad territorial, tal como y como ha ocurrido tanto con la “privatización” de las playas en Grecia, como en Isla Mauricio.

Hay pocas cuestiones que resistan a la razón económica y es por ello, por lo que nos corresponde a nosotros el volver a empoderarnos y redefinir la razón de Estado y hacer comprender a nuestros dirigentes que no pueden, en ningún caso, especular con la capacidad de los pueblos para reabsorber las presiones sociales, dejándola al límite de la implosión social.

Es hora de que comencemos una descentralización de los poderes sobre el principio de popularización de su ejercicio por parte de los ciudadanos; que se destituya a los impostores disfrazados “con trajes de tribunos” mientras que se extravían y se desconectan de la realidad cotidiana del pueblo desde hace mucho tiempo.

El Hombre no puede y no debe pensar en quedarse al margen de la vida política so pena de volver a encontrarse superado por aquélla. “¡Un pueblo que desprecia la política, únicamente tendrá derecho a una política de desprecio!”. Es por ello, que las decisiones capitales que tienen repercusiones drásticas en el conjunto de la población, en la vida de todos y cada uno de nosotros, en el presupuesto de las familias, en la cohesión social, son tomadas de la manera más insidiosa posible y desde un menosprecio al interés general; y ¿Cuándo tendrá lugar el próximo “contrato social de relevancia” o “gran pacto” por el que todos nosotros debamos rendir cuentas de nuevo?

Rompamos este esquema de cosificación social, donde el poder está tan distanciado de sus legítimos detentadores iniciales, que se les llega a considerar como cosas informes, indecisas e incompetentes para decidir. ¿Quién mejor que uno mismo, puede saber qué es lo mejor para sí?

Paternalismo y sacralización son sesgos políticos que seguimos cultivando después de demasiado tiempo y que no tienen razón de ser. Pensemos en nuestra relación con la política y con los hombres y mujeres que la practican, con respeto y consideración, pero un respeto y una consideración que han de ser recíprocos, puesto que la política es, ante todo, una historia de confianza entre un hombre y una mujer y la nación que los ha elegido para representarla y no someterla. Después de todo, si dejamos de lado los tratos partidistas, los juegos de seducción propios de la “telenovelas” de estos últimos meses, es verdaderamente un capítulo histórico el que está a punto de ser cerrado tras cuarenta largos años de estancamiento y maceración de la limitadora apatía del comunitarismo institucionalizado. ¡Deberíamos tomar partido por un futuro, espero, mejor!

No obstante, y es éste un punto cardinal en el camino a seguir, de la próxima etapa que se ha de abordar, debemos imperativamente preguntarnos ¿Qué democracia puede realmente sobrevivir sin la voluntad de su pueblo? La organización de elecciones libres en intervalos regulares no es, de ningún modo, un componente, una atracción de la democracia, pero ella no es, en ningún caso, la democracia misma, y ésta es una distinción fundamental, ya que el hecho de votar libremente cada cinco años, no significa, sin embargo, que sea una democracia sino más bien un sucedáneo de un ideal tipo de democracia, un modelo a falta de otro mejor y como dice el economista francés Sege-Critophe Kolm: “Somos víctimas de un abuso de palabras. Nuestros sistema no puede llamarse democracia y calificarlo de esta manera resulta grave, puesto que usurpando totalmente su nombre, se impide la realización de auténtica democracia”.

Si es un modelo de democracia híbrida, el que nuestros dirigentes desean importar a la República de Mauricio, tomando lo mejor de los regímenes semi-presidencialistas franceses de la V República, ¡sea! Entonces, qué ellos vayan hasta el extremo de su lógica y aprovechen la apertura propiciada por aquélla, es necesario recordarlo, para comenzar el trabajo parlamentario, que está en vías de poner en marcha el mecanismo del referéndum que se contempla en nuestra Constitución; “La soberanía nacional pertenece al pueblo que la ejerce por medio de sus representantes y por medio de referéndum”.

¿Acaso nuestro querido y honorable primer ministro piensa preguntar al pueblo mauriciano por la primacía de los poderes excepcionales que llegan con la elección del presidente de la República en los sufragios universales directos, sin ninguna contraprestación en especie para hacer escuchar la voz del pueblo puntualmente en decisiones de primera importancia? Si es el caso, para pedir que elijamos un presidente omnipotente, omnipresente e incluso, en caso de duda, omnisciente y esto sin que haya un reequilibrio en la distribución de los poderes y del lugar del pueblo, sería mejor entonces quedarnos con un régimen de opresión pacifica, o peor, pasar una pseudo-dictadura ilustrada.

En este sentido, no seremos mucho más favorecidos que todos aquéllos Estados neopatrimoniales del continente africano, con la grotesca farsa que tienen por democracia. Ya no nos quedará más, al pobre pueblo, que la protesta civil, al margen de las revueltas, de las que ya hubo bastantes en Túnez, Libia, Egipto y en otras partes para cambiar las cosas.

Pierre Mendès France3 dijo: “La democracia no consiste en depositar episódicamente una papeleta dentro de una urna, en delegar después, los poderes en uno o varios representantes elegidos, en desinteresarse, abstenerse, callarse durante cinco años… La democracia sólo es eficaz si existe en cualquier momento y en cualquier lugar”. Para ello, necesitamos que nuestros dirigentes nos den confianza y quizá así, podamos volver a construir una democracia eficaz.

Sam Gounden

Le Mauricien. (República de Mauricio)

1.- Filósofo, escritor, psiquiatra y revolucionario, nacido en Martinica, de la época poscolonial.

2.- Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y Comisión de la Unión Europea.

3.- Primer ministro francés de 1954 a 1955.

[Traducción, Antonio Vázquez]

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