Lo que esconde el origen de los rayos X en África: Una historia enterrada por la arena, por Ruth Fernández Sanabria

6/04/2016 | Bitácora africana

Si uno fuera por el desierto del Namib y llegara sin saberlo a la antigua ciudad de Kolmanskop, en Namibia, creería que está sufriendo una alucinación producto del calor, la sed y lo difícil de caminar entre dunas. Vería allí, en medio de la nada, casas de tejados inclinados y edificaciones que albergaban hospitales, colegios, salones de baile y hasta un casino. Todas ellas abandonadas por los colonos alemanes después de la Primera Guerra Mundial y hoy invadidas por la arena. Y si esto ya impresiona, la ciudad acoge también una llamativa historia: la del primer aparato de rayos X de todo el continente africano.

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La máquina de rayos X no llegó a África para hacer radiografías médicas. Sí que fue ubicada en el hospital de la ciudad alemana de Kolmannskuppe (en la actualidad denominada en lengua afrikaans ‘Kolmanskop’), pero su importación no tenía como objetivo responder a cuestiones relacionadas con la salud. Más bien respondía a la fiebre de los diamantes.

Corría el año 1885 cuando los europeos le dieron al territorio que hoy ocupa Namibia el nombre de África del Sudoeste Alemana. Para facilitar las expediciones en busca de asentamientos estratégicos donde gestionar mejor las riquezas que ofrecía esta zona, se puso en marcha la construcción de una línea de ferrocarril que atravesaba parte del desierto del Namib. El encargado de la obra era un africano: Zacharias Lewala. Él fue quien divisó, en medio de la brillante arena, el resplandor de lo que pronto se descubriría como un mar de diamantes prácticamente a ras del suelo y a apenas diez kilómetros de la costa.

En este lugar se fundó, en 1908, la ciudad minera de Kolmanskop. Allí se trasladaron familias enteras atraídas por la idea de hacer fortuna y, en tan solo dos años, se construyó una réplica del modelo urbanístico germano para que los nuevos inquilinos se sintieran como en casa, pese a venir de Alemania y estar en pleno desierto. Es por ello que todas las edificaciones que aún quedan en la actualidad sean de estilo centroeuropeo y también que los espacios fueran dedicados a modelos de vida occidentales, decorados incluso con mobiliario a la última moda de Europa.

De allí se trajo, además, el primer aparato de rayos X de toda África. Y aunque parezca mentira, su uso no era principalmente para los colonos, sino para los africanos. La trampa está en que este avance científico tenía la función específica de vigilar que la mano de obra negra no se tragara los diamantes de las compañías germanas.

Durante la Gran Guerra se llegó a extraer hasta mil kilos de diamantes, una codicia que pronto acabó con lo que se daba. Coincidiendo con el fin del conflicto, las piedras preciosas empezaron a escasear y el hallazgo de una nueva mina llevó a los alemanes a hacer las maletas e irse a donde se pudiera calmar su sed de consumismo. Allí quedó para siempre su rastro. Una manera de entender la vida que la naturaleza, grano a grano del desierto, está sepultando poco a poco. Como si quisiera volver a su estado original.

Original en Ruth hacia África

Autor

  • Ruth Fernández Sanabria es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y posgraduada en Estudios Africanos, haciendo su especialización en Culturas y sociedades africanas en la Universidad de La Laguna. Es colaboradora del programa de Canarias Radio Ahora África y del magacín
    Wiriko, participando también en otros portales digitales como GuinGuinBali o Making of E-Zine.

    Con su blog Ruthaciaafrica pretende abrir camino a las realidades del continente que menos lucen en los medios de comunicación tradicionales y que, sin embargo, son las que más hacen brillar a África

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