Más de 100 mujeres trabajan con agentes de seguridad en el estado de Borno para frustrar los ataques de Boko Haram
Boko Haram mató a las dos personas más importantes en la vida de Komi Kaje en dos días. En noviembre de 2015, Komi Akaji, su hermano de 46 años, fue asesinado a tiros por los combatientes de Boko Haram. “Hubo siete estudiantes muertos. Cuando llegué allí, vi que le dispararon dos veces en la cabeza”. Los días de luto siguieron al asesinato según la tradición. Kaje estaba destrozada, pero Peter Adam, su novio de 35 años, le proporcionó un poco de alivio. Un sábado por la tarde, Adam observó los ritos de luto con la familia de Kaje y compartió el almuerzo con ella. Pero Boko Haram volvió a atacar, convirtiendo una visita de consuelo en tristeza.
Kaje contó los hechos con los ojos anegados en lágrimas: “le dispararon en el pecho y en la cabeza y cayó en una zanja. La bala le tocó el cerebro”. Kaje se ha esforzado por olvidar los asesinatos, pero las sirenas militares, el sonido de los disparos y la exposición constante a las zonas donde sus seres queridos fueron asesinados a tiros fueron suficientes para provocar un nuevo trauma.
Sus padres pensaron que mudarse a otra ciudad pdría ayudarla. Kaje se trasladó a Abuja, la capital de Nigeria, para pasar un tiempo de recuperación, pero se dio cuenta de que la solución no era correr, “porque Boko Haram estaba en todas partes”. Quizás, pensó Kaje, si ella pudiese jugar un papel en derrotar a los luchadores conseguiría algo de alivio. En ese momento, el grupo armado mantuvo cautivas a muchas ciudades y pueblos como parte del llamado “califato islámico”.
Desde 2009, Boko Haram ha matado a más de 27.000 personas y ha obligado a otros dos millones a abandonar sus hogares.
Luchando contra Boko Haram
Cuando propuso a su familia y amigos la idea de unirse a la lucha contra la rebelión, recibió burlas e indiferencia. “¿Cómo puede una mujer luchar contra Boko Haram?”, le dijeron. Sin embargo, otras mujeres, además de Kaje, como Idris Fati, de 45 años, compartían su ambición de expulsar a los combatientes de Maiduguri.
Kaje y Fati se unieron al Grupo de Trabajo Conjunto Civil (C-JTF), una milicia civil procedente de las comunidades afectadas por Boko Haram, que se asocia y apoya a los militares en sus operaciones. La C-JTF había sido una fuerza exclusivamente masculina, pero hay tareas que se adaptan mejor a las mujeres.
Por un lado, Boko Haram favoreció el uso de niñas y mujeres en las operaciones del grupo, especialmente cuando los terroristas suicidas atacaron mercados, hospitales, mezquitas, iglesias y otros lugares públicos. Así lo reflejeba Kaje en sus declaraciones a Al Jazeera que “Boko Haram estaba usando a muchas mujeres y niñas para luchar en la guerra. Se necesitan mujeres para contrarrestar esa estrategia”. Entre 2011 y 2017, Boko Haram utilizó bombas suicidas femeninas en al menos 244 de sus 338 ataques, según el Centro de Lucha contra el Terrorismo, con sede en Estados Unidos. En 2018, 38 de los 48 niños utilizados por Boko Haram como atacantes suicidas eran niñas.
Los soldados nigerianos, por razones religiosas y culturales, en la mayoría de los casos no pueden registrar a mujeres y niñas, una apertura explotada por Boko Haram para volar sus objetivos. Desde entonces, las mujeres, entre el amanecer y el anochecer, registran a otras mujeres en los puestos de control de seguridad que conducen a los mercados, hospitales, escuelas y otros lugares públicos vulnerables a los ataques de Maiduguri. Muchos terroristas suicidas han sido expuestos y arrestados y sus ataques asesinos han sido frustrados.
En algunos casos, los militares involucran a las mujeres en la recopilación de información sobre las actividades del grupo armado. Esto ha ayudado a revelar las operaciones del grupo armado, ganándose el apodo de “Chismosas de Boko Haram”. Cuando el ejército recibe información de inteligencia de que Boko Haram tiene como objetivo un lugar en particular, despliega a las mujeres para detectar y exponer a las terroristas suicidas que podrían mezclarse entre la multitud. En casos raros, pero mucho más peligrosos, las Chismosas están involucradas en operaciones militares dirigidas contra mujeres miembros de Boko Haram.
Amenazas de muerte
Pero no todo el mundo está contento con lo que hacen las mujeres nigerianas. Fati relata su experiencia: “mis vecinos siempre me insultan. Dicen que un día Boko Haram me matará. Pero siempre que estoy involucrada en salvar la vida de la gente, la alegría de ello supera a todos los insultos”.
Boko Haram envía mensajes de advertencia a través de emisarios, amenazando con matar a los que trabajan en seguridad. “Boko Haram me ha amenazado tantas veces. Me advierten de que renuncie al trabajo o me estoy arriesgando a que me maten. Dicen que nuestro trabajo lastima y expone sus operaciones. Pero no me detendré porque estoy luchando no sólo por mi vida, sino por el futuro de mis hijos”, añadió Fati.
Durante el pico de la violencia de Boko Haram, los militares fueron acusados de arrestar, encarcelar y matar a ciudadanos inocentes bajo sospecha de ser colaboradores. Discernir quién estaba involucrado con Boko Haram era difícil para los militares debido a la falta de información sobre las comunidades. Alrededor de 20.000 personas, incluidos niños de tan sólo nueve años, fueron detenidas sin las debidas garantías procesales, según el grupo de derechos humanos Amnistía Internacional. Alrededor de 1.200 hombres fueron asesinados.
Muchos han muerto
Algunos lugareños conocían a los vinculados a Boko Haram, pero hablar era arriesgarse a morir mientras los combatientes tomaban represalias contra las familias de los que los exponían a las fuerzas armadas. Las mujeres ayudaron a romper la barrera llevando información vital a los militares sobre los miembros de Boko Haram que viven en sus comunidades.
“Muchas mujeres han muerto haciendo este trabajo”, dijo Umar Habiba, de 38 años, quien coordina a los guardianes del Mercado del Lunes en Maiduguri. Añadió que actualmente hay más de 100 mujeres trabajando en el estado nigeriano de Borno, al noreste del país, el semillero de la rebelión. Otras han dimitido como resultado de las amenazas, el matrimonio y la presión de la sociedad.
El peligro siempre está presente en su trabajo, ya que los terroristas suicidas detonan explosivos y se suicidan junto con aquellos que intentan registrarlos. “Si muero haciendo este trabajo, sé que mis padres estarían orgullosos de mí porque moríiría por mi estado”, dijo Kaje, quien gana 60 dólares al mes del gobierno del estado, una suma enorme por un trabajo que antes hacía voluntariamente. “Muchas mujeres, incapaces de hacer frente a la presión, han dimitido”, concluyó.
Orji Sunday
Fuente: Al Jazeera
[Traducción y edición, A. Martínez Pradas]
[Fundación Sur]
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