Entre 2010 y 2021, las sanciones unilaterales causaron más de 500.000 muertes al año, superando, a nivel mundial, a las muertes anuales por conflictos armados.
Se estima que entre 2010 y 2021, las sanciones unilaterales causaron 564.258 muertes al año, más de cinco veces la cantidad de personas que mueren anualmente en combates armados directos. Esta advertencia proviene de un nuevo informe publicado en The Lancet, que contextualiza décadas de datos sobre cómo las sanciones afectan a la mortalidad.
«Desde una perspectiva basada en derechos, la evidencia de que las sanciones provocan pérdidas en vidas debería ser razón suficiente para abogar por la suspensión de su aplicación«, argumentan los autores del estudio. Pero esto dista mucho de la realidad. Durante la misma década, casi una cuarta parte de todos los países del mundo se vieron afectados por sanciones, impulsadas principalmente por un fuerte aumento de medidas económicas unilaterales impuestas por Estados Unidos y sus aliados europeos.
Si bien las sanciones occidentales “tienen el supuesto objetivo de poner fin a las guerras, proteger los derechos humanos o promover la democracia”, el informe demuestra que logran todo lo contrario. Al restringir la capacidad de un país para importar bienes esenciales como alimentos, medicamentos y suministros médicos, y al recortar drásticamente los presupuestos públicos, las sanciones socavan sistemáticamente los sistemas de salud y otros servicios vitales.
“Las medidas coercitivas unilaterales impuestas a Venezuela han tenido un impacto devastador sobre la mayoría de la población, constituyendo un acto de castigo colectivo y, por lo tanto, un crimen de lesa humanidad”, declaró a Peoples Health Dispatch Carlos Ron, ex viceministro de Relaciones Exteriores para América del Norte. “Nunca podríamos saber con exactitud cuántas vidas se podrían haber salvado de no haber sido por estas medidas: programas estatales, parcial o totalmente subsidiados, que distribuían medicamentos para enfermedades crónicas, como el tratamiento del VIH y el cáncer, se vieron afectados”.
La pandemia de COVID-19 agravó aún más esta dinámica. Países como Irán y Venezuela tuvieron grandes dificultades para importar suministros críticos, como kits de prueba, materiales de vacunas y las propias vacunas.
“Las campañas de vacunación se vieron interrumpidas por la imposibilidad de obtener componentes específicos, aumentando los riesgos para la salud de los niños en situaciones que podrían haber sido El caso más notable e indignante fue el de las vacunas contra la COVID-19, que Venezuela no pudo adquirir con fondos públicos depositados en sus ilegalmente congeladas cuentas extranjeras. Al inicio de la pandemia, Venezuela podría haber comprado fácilmente todas las vacunas necesarias para toda su población con el dinero de estas cuentas, algunas de las cuales permanecen congeladas hasta el día de hoy totalmente prevenibles”, señaló Ron. “”.
Todas las sanciones económicas son sanciones sobre salud
“Todas las sanciones económicas, en última instancia, funcionan como sanciones sobre salud”, añade el editorial del mismo número de The Lancet. Esto significa que fomentan la enfermedad y la muerte, especialmente entre los grupos de población más vulnerables, como los niños y los ancianos.
“Las muertes de niños menores de 5 años representaron el 51 % del total de las muertes causadas por sanciones durante el período 1970-2021”, advirtieron los autores del estudio. Estas muertes están asociadas con un deterioro lento y evitable: falta de alimentos, medicamentos y deficientes servicios de salud. El deterioro asociado a las sanciones se acumula y se extiende con el tiempo, por lo que cuanto más se implementan estas medidas, mayor es el daño que causan.
Una herramienta del imperialismo estadounidense
Hoy en día, la abrumadora mayoría de sanciones son impuestas unilateralmente (e ilegalmente), sin la aprobación de la ONU, por Estados Unidos y los países europeos. Según el informe, es precisamente este tipo de sanción, en particular cuando la impone Estados Unidos, la que tiene el mayor impacto en la mortalidad.
Por otro lado, rara vez se imponen sanciones de ningún tipo a aliados de Estados Unidos, independientemente de la gravedad de sus acciones. El informe sugiere: «Es poco probable que [Estados Unidos y Europa] se inclinen a sancionar a sus propios aliados; si lo hacen, será cuando haya surgido un amplio consenso sobre si el país afectado ha cometido algo lo suficientemente grave como para merecer una condena multilateral, en cuyo caso las sanciones también serán impuestas por la ONU y, por definición, no son unilaterales».
Al parecer, algunos de estos aliados no enfrentarán sanciones ni siquiera si cometen los delitos más graves. El más claro ejemplo de esto es Israel. A pesar del genocidio en curso en Gaza —donde al menos 60.000 personas han sido asesinadas y decenas son asesinadas en las filas de la ayuda humanitaria cada día—, Israel no enfrenta sanciones occidentales. En cambio, Cuba, Venezuela e Irán siguen recibiendo fuertes sanciones, mientras que la UE amplía sistemáticamente las medidas financieras contra la Federación Rusa.
En 2005, el Movimiento por la Salud de los Pueblos advirtió que la guerra amenaza no solo la salud, sino también el mismo tejido de sociedad. En la primera edición de Global Health Watch, sus autores escribieron que la guerra «tiene un enorme y trágico impacto en la vida de las personas», contribuyendo a más muerte y discapacidad que muchas enfermedades graves. El nuevo informe de The Lancet llega como recordatorio de que esto mismo ocurre con las sanciones.
Fuente: Peoples Dispatch
[Traducción, Jesús Esteibarlanda]
[CIDAF-UCM]
