Se proponen muchas explicaciones para el continuo ascenso de Donald Trump y de otros dictadores políticos, incluso cuando se acumulan los atropellos y las acusaciones penales. Existe una razón para ese ascenso, que apenas se menciona y que podría ser la más importante: Trump es un líder para los “extrínsecos.”
Algunos psicólogos creen que nuestros valores tienden a agruparse en torno a ciertos polos, descritos como «intrínsecos» y «extrínsecos«. Las personas con un sólido conjunto de valores intrínsecos se inclinan hacia la empatía, la intimidad y la autoaceptación. Suelen estar abiertos al desafío y al cambio, interesados en los derechos universales y la igualdad, y protectores de otras personas, de la humanidad, del mundo viviente y de la naturaleza. Viven y actúan motivados por valores humanos.
Las personas que tienden al extremo extrínseco del espectro se sienten más atraídas por el prestigio, el estatus, la imagen, la fama, el poder y la riqueza. Están fuertemente motivados por la perspectiva de recompensa y elogio individuales. Es más probable que cosifiquen y exploten a otras personas, se comporten de manera grosera y agresiva y desestimen los impactos sociales y ambientales. Tienen poco interés en la cooperación o la comunidad. Las personas con un fuerte conjunto de valores extrínsecos tienen más probabilidades de sufrir frustración, insatisfacción, estrés, ansiedad, ira, radicalismo y comportamiento compulsivo. Aunque los dos espectros coexistan en una misma persona, una dimensión tiende a predominar sobre la otra.
Trump delata los valores extrínsecos. Desde la torre que lleva su nombre en letras doradas en Nueva York, hasta las groseras exageraciones de su riqueza; desde sus interminables gritos sobre “ganadores” y “perdedores”, hasta su rechazo al servicio público, los derechos humanos, la cosificación pública de la mujer y la falta de protección del medio ambiente, Trump, quizás más que cualquier otra figura pública en la historia reciente, es un claro ejemplar de las tendencias y valores extrínsecos.
No nacemos con nuestros valores. Están moldeados por nuestras familias, la educación, las señales y respuestas que recibimos de otras personas y las costumbres predominantes en nuestra sociedad. También están formados por el entorno político que habitamos. Si la gente vive bajo un sistema político cruel y codicioso, tiende a normalizar y absorber sus demandas dominantes, traduciéndolas en valores extrínsecos. Esto, a su vez, permite que se desarrolle un sistema político aún más inhumano y codicioso en cualquier país del mundo.
Si, por el contrario, la gente vive en un país en el que nadie vive como indigente, en el que las normas sociales se caracterizan por el respeto mutuo, la empatía, la comunidad, el cuidado mutuo y la responsabilidad, es probable que sus valores se desplacen hacia el foro intrínseco, mientras que los valores extrínsecos generan más inseguridad y necesidades insatisfechas.
La política actual, la educación y hasta la cultura y a veces la religión se están convirtiendo con frecuencia en un terreno fértil para valores extrínsecos. Cuanto más se acerca la gente al extremo extrínseco de valores, más fácilmente se lanzará por opciones extremistas y exclusivistas. En la política y en la cultura popular encontramos los mitos tóxicos sobre el fracaso y el éxito. El poder y la riqueza son el objetivo principal, independientemente de cómo se adquiera o se abuse, y aunque deje a miles de personas durmiendo en la calle.
Todos debemos trabajar para mejorar la calidad vida en nuestras familias y sociedad a través de un desarrollo más sostenible, solidario, inclusivo, justo y humano.
CIDAF-UCM