La reconquista militar y las lecciones del pasado en Congo (RDC)

29/10/2013 | Noticias

Los acontecimientos se han acelerado este fin de semana en el este de la RDC. El ejército nacional ha logrado ganar terreno a los combatientes del M23, a pesar de los refuerzos que este movimiento recibe del extranjero. En tres días, Kibumba, Kiwanja y Rutshuru han pasado a estar bajo control de las FARDC. En el alborozo popular se lee la esperanza de un fin victorioso de la guerra. Pero, las cosas no son así de simples y los escenarios de un posible giro de la situación deberían tenerse en cuenta. El peligro podría venir, como en el pasado, “de los países vecinos”. Ya lo ha anunciado el embajador de Ruanda ante la ONU: Kigali está preparado para lanzar una operación en el este del Congo. El peligro podría venir también de las autoridades congoleñas mismas o de un actor insospechable: “la comunidad internacional”. En efecto, este conflicto, que dura desde el año 1996, ha conocido tantos sobresaltos que ninguna victoria, sea de un lado o de otro, debería ser considerada como algo definitivo.

El peligro ruandés

Por diversas razones, el ejército ruandés se bate ya en el este del Congo bajo la apariencia del M23, pero se trata de una implicación no-oficial. En Kigali hierven de impaciencia ante la posibilidad de intervenir oficialmente. Para ello, sería necesario un motivo internacionalmente aceptable. En agosto pasado, el ejército ruandés, desplegado en Gisenyi, estaba a las puertas de Goma. Se trataba de responder a los lanzamientos de obuses que habían caído en territorio ruandés y que Kigali atribuía al ejército congoleño.

El engaño no funcionó, ya que altos responsables de la ONU desmintieron que los disparos hubieran sido realizados por soldados congoleños. Provenían de posiciones del M23, esto es, de unidades ruandesas oficiosamente desplegadas en el Congo. En otras palabras, soldados ruandeses que disparan contra sus propias poblaciones para disponer de un motivo legítimo de intervención en el este del Congo. Se trata de un maquiavelismo cuyo desvelamiento ha arruinado la credibilidad internacional del régimen actual de Kigali. Pero da la impresión de que todavía no ha elaborado un escenario distinto, ya que el embajador de Ruanda en la ONU ha hablado nuevamente de disparos contra el territorio ruandés para tratar de justificar una posible intervención de las fuerzas armadas ruandesas en el este del Congo.

Difícil de convencer a la opinión internacional con una estratagema como ésta. Pero en una guerra, todo puede suceder. Una masacre mediatizada, por ejemplo, podría cambiarlo todo y abrir una vía para una intervención militar extranjera. En nombre de una “minoría en peligro”… Es el tipo de “montaje” del que nunca está al abrigo una nación en guerra. Menos todavía frente a un régimen capaz de disparar obuses contra su propia población sin que le importe gran cosa la presencia de una misión militar de la ONU en la región.

El peligro congoleño

La jerarquía del ejército congolerño todavía debe hacer muchos méritos para ganarse la confianza de la población. Varias operaciones militares han quedado comprometidas por la jerarquía misma que daba órdenes contradictorias y desmovilizaba las tropas. A título de ejemplo, puede recordarse queen julio de 2012, las FARDC había logrado rechazar al M23 hasta Bunagana. Órdenes contradictorias llegaron desde Kinshasa para detener las operaciones. El M23 se aprovechó de ello para acumular refuerzos. El 6 de julio de 2012, los congoleños fueron sorprendidos por una ofensiva rebelde que culminó cuatro meses más tarde en la toma de Goma.

Esta jerarquía, léase el régimen de Kabila al completo, no ofrece ninguna garantía para que los territorios hoy recuperados por los soldados al precio de sus vidas no sean mañana perdidos por instigación de individuos instalados en altas esferas. Ha sucedido en el pasado, en marzo pasado en Rutshuru y Kiwanja, cuando los soldados recibieron incluso orden de retirarse de una ciudad y de abandonar la población en manos del M23.

El peligro de la “comunidad internacional”

La comunidad internacional en el Congo, simbolizada en la MONUSCO, juega un papel un tanto turbio. En agosto pasado, cuando el ejército congoleño estaba a punto de acabar con el M23, se elevaron voces para obtener el cese de los combates y para empujar a los congoleño a las conversaciones de Kampala. Dos meses más tarde, se demostró que estas conversaciones buscaron otorgar un respiro al M23 y permitirle obtener nuevos recursos militares y financieros. En cualquier caso, ya desde el principio, las reivindicaciones del grupo armado no tenían posibilidad alguna de alcanzar su objetivo.

El Congo no puede asumir un nuevo riesgo político y de seguridad integrando en su ejército a individuos surgidos del movimiento armado, siendo muchos de ellos combatientes extranjeros de dudosa lealtad. Por otro lado, una eventual amnistía otorgada a miembros del M23, implicados en crímenes imprescriptibles, sería un acto político de difícil gestión por parte de las autoridades de Kinshasa. Por eso, se sigue sin entender lo que numerosas personalidades de la comunidad internacional quieren decir cuando reclaman “una solución negociada”.
El patrón de la MONUSCO. Martin Kobler, ha repetido de nuevo en Kiwanja que la “únixca solución” era políticas, haciéndose eco de las palabras del responsables del M23 que reclaman volver a las conversaciones de Kampala, amenazando, en caso contrario, con lanzar una ofensiva generalizada contra el Congo. Ofensiva, ¡claro está!, que sería hecha por parte de los ejércitos de Ruanda y Uganda. Detrás de estos dos países, los congoleños lo saben, operan las redes que implican indirectamente los EEUU y el Reino Unido. Lo que trae consigo otro peligro: el tiempo de la agenda internacional.

Si bien hoy hay que reconocer a los soldados congoleños, largo tiempo humillados y denigrados, un incontestable arranque de dignidad, no hay que perder de vista los riesgos, bien reales, de un dramático giro de la situación

Boniface Musavuli

Agoravox

(Traducción, Ramón Arozarena)

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