Medea Benjamin argumenta que la verdadera seguridad no se basa en tanques y misiles, sino en comunidades fuertes, cooperación global y acción urgente ante nuestras crisis compartidas.
En la cumbre de la OTAN celebrada esta semana en La Haya, los líderes anunciaron un nuevo y alarmante objetivo: aumentar el gasto militar al 5% del PIB de los países para 2035. Enmarcada como una respuesta a las crecientes amenazas globales, en particular las provenientes de Rusia y el terrorismo, la declaración fue aclamada como un paso histórico. Pero, en realidad, representa un gran retroceso: se aleja de atender las necesidades urgentes de las personas y del planeta, y se encamina hacia una carrera armamentista que empobrecerá a las sociedades y enriquecerá a los contratistas de armas.
Este escandaloso objetivo de gasto del 5 % no surgió de la nada; es el resultado directo de años de intimidación por parte de Donald Trump. Durante su primer mandato, Trump reprendió repetidamente a los miembros de la OTAN por no gastar lo suficiente en sus ejércitos, presionándolos para que alcanzaran un umbral del 2 % del PIB que ya era controvertido y tan excesivo que nueve países de la OTAN aún no lo alcanzan.
Ahora, con el regreso de Trump a la Casa Blanca, los líderes de la OTAN se están alineando, estableciendo un asombroso objetivo del 5 % que ni siquiera Estados Unidos, que ya gasta más de un billón de dólares al año en su ejército, alcanza. Esto no es defensa; es extorsión a escala global, impulsada por un presidente que ve la diplomacia como una extorsión y la guerra como un buen negocio.
Países de Europa y Norteamérica ya están recortando drásticamente los servicios públicos y, sin embargo, ahora se espera que destinen aún más dinero de los contribuyentes a la preparación para la guerra. Actualmente, ningún país de la OTAN gasta más en el ejército que en sanidad o educación. Pero si todos alcanzaran el nuevo objetivo del 5 % de gasto militar, 21 de ellos gastarían más en armas que en escuelas.
España fue uno de los pocos en rechazar esta escalada, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dejó claro que su gobierno no sacrificaría las pensiones ni los programas sociales para cumplir con un objetivo de gasto militarizado. Otros gobiernos, como Bélgica y Eslovaquia, también se opusieron discretamente.
Aun así, los líderes de la OTAN insistieron, aplaudidos por el secretario general Mark Rutte, quien aduló la exigencia de Donald Trump de que Europa aumentara el gasto en defensa. Rutte incluso se refirió a Trump como «papá», un comentario que, aunque se descartó como una broma, decía mucho sobre la sumisión de la OTAN al militarismo estadounidense. Bajo la influencia de Trump, la alianza está abandonando incluso la pretensión de ser un pacto defensivo, adoptando en cambio el lenguaje y la lógica de la guerra perpetua.
Justo antes de que los líderes de la OTAN se reunieran en La Haya, los manifestantes salieron a las calles bajo la bandera de «No a la OTAN». Y en sus países de origen, grupos cívicos exigen una redirección de recursos hacia la justicia climática, la atención médica y la paz. Las encuestas muestran que la mayoría en Estados Unidos se opone a un aumento del gasto militar, pero la OTAN no rinde cuentas a la ciudadanía. Rinde cuentas a las élites políticas, a los fabricantes de armas y a una lógica de la Guerra Fría que ve todo desarrollo global a través de la lente de la amenaza y la dominación.
La expansión de la OTAN, tanto en términos de gasto bélico como de tamaño (de 12 miembros fundadores a 32 países en la actualidad), no ha traído la paz. Al contrario. La promesa de la alianza de que Ucrania algún día se uniría a sus filas fue uno de los detonantes de la brutal guerra de Rusia, y en lugar de desescalar la situación, la alianza ha redoblado la apuesta con armas, no con diplomacia. En Gaza, Israel continúa impunemente su guerra, respaldada por Estados Unidos, mientras que los países de la OTAN envían más armas y no ofrecen ningún impulso serio por la paz. Ahora, la alianza pretende vaciar las arcas públicas para sostener estas guerras indefinidamente. La OTAN también está rodeando a sus adversarios, en particular a Rusia, con cada vez más bases y tropas.
Todo esto exige un replanteamiento radical. Mientras el mundo arde —literalmente—, la OTAN se abastece de leña. Cuando los sistemas sanitarios se desmoronan, las escuelas carecen de fondos suficientes y las temperaturas abrasadoras hacen inhabitables grandes extensiones del planeta, la idea de que los gobiernos destinen miles de millones más a armas y guerras es obscena. La verdadera seguridad no se basa en tanques y misiles, sino en comunidades fuertes, cooperación global y acción urgente ante nuestras crisis comunes.
Necesitamos cambiar el guion. Esto significa recortar los presupuestos militares, retirarnos de las guerras interminables e iniciar un diálogo serio sobre el desmantelamiento de la OTAN. La alianza, nacida de la Guerra Fría, es ahora un obstáculo para la paz mundial y un participante activo en la guerra. Su última cumbre no hace más que reforzar esta realidad.
No se trata solo del presupuesto de la OTAN, se trata de nuestro futuro. Cada euro o dólar gastado en armas no se destina a afrontar la crisis climática, a sacar a la gente de la pobreza ni a construir un mundo en paz. Por el futuro de nuestro planeta, debemos rechazar la OTAN y la economía de guerra.
* Medea Benjamin es coautora, junto con David Swanson, del libro «OTAN: Lo que necesitas saber».
Fuente: Peoples Dispatch
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