La policía española deporta a 52 ciudadanos de la República Democrática del Congo en condiciones de dudosa legalidad

12/03/2012 | Noticias

A las ocho de la mañana de ayer sábado [10 de marzo de 2012] sonaba el teléfono, era Giseliz Sukami, una de las congoleñas que el pasado 23 de febrero partía junto con 43 compañeros hacia la Península. Jamás había escuchado un llanto tan desesperado como el suyo, ¿qué pasa? le pregunté. Apenas podía entender nada entre tanto bramido y sollozo, sólo logré escuchar un grito claro que exclamó: “Congo, nos han traído para morir en el Congo”.

El viernes por la noche, de madrugada, los furgones policiales trasladaban a Madrid, esposados y exhaustos, a los congoleños que se encontraban en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Algeciras.

Allí se reunirían con el resto de compañeros de la misma procedencia que se encontraban recluidos en el CIE de Aluche de la capital española. Todo hacía presagiar lo peor.

Gritos rotos, llantos sin consuelo, la más frustrante de las noticias: Iban a ser repatriados a la República Democrática del Congo. Después de meses de lucha, de huelgas de hambre, de acampadas a la intemperie soportando lluvias, frío y humedad. Su mayor sueño era poder llegar a la Península y esa idea ha puesto fin a sus vidas.

El portavoz del resto del colectivo congoleño que todavía queda en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, Jean Claude Lungieki, nos hacía una sugerencia a la prensa: “Titulasteis hace dos semanas ‘final feliz para los congoleños’, cambiarlo por ‘se celebra el funeral de los congoleños’”.

Para la mayoría de los inmigrantes que intentan llegar a Europa y son repatriados, el tener que volver sin haber conseguido su objetivo, supone un fracaso, además de una enorme frustración y un shock traumático que muchos no terminan por superar nunca.

Pero para estas 54 vidas humanas supone mucho más. Es volver al país más pobre del mundo; al lugar con mayor concentración de enfermos de SIDA. Y no sólo eso, es la persecución y muy probablemente la muerte segura: “Somos opositores al régimen. Todos serán señalados, perseguidos, muchos acabarán muertos o condenados de por vida”, asegura Kasongo, otro de los congoleños que aún permanece en Melilla y que lleva aquí encerrado más de dos años.

Fuentes policiales, así como distintos organismos sociales nacionales e internacionales confirmaban ayer la noticia y aseguraban que la repatriación ha sido traumática y ha dejado escenas tan grotescas como inhumanas.

El bueno de Apollinaire, un trabajador social congolés, tan grande como su corazón, no pudo soportar ser devuelto a su país y se reveló teniendo que ser reducido por las fuerzas policiales que le abrieron la cabeza a golpes.

La historia de Apo, como le gustaba que le llamaran, es impresionante. Antes de llegar a Melilla estuvo siete años trabajando con Cáritas en Rabat. En la ciudad autónoma también ayudó a diferentes organizaciones sociales y una importante ONG le esperaba en Barcelona con los brazos abiertos para darle un puesto de trabajo. Él siempre decía: “Dios me ha hecho muy grande y fuerte para poder ayudar a mucha gente”.

Pierette Ngoma y Cynthia Esinate no pudieron con la presión que supone el retorno a centro África y perdieron el conocimiento, teniendo que necesitar asistencia médica al llegar a Kinshasa. Sólo dos mujeres de entre los 56 congoleños que han sido trasladados desde Melilla en tres fases, Elen y Olive, afortunadamente embarazadas, permanecen en Madrid.

Los enfermos, mayores, jóvenes, hombres y mujeres, todos han sido deportados. Incluso los que habían pedido asilo político han sido repatriados. Allí, en la República Democrática del Congo no han sido recibidos con los brazos abiertos. Viajaron esposados y así permanecieron después de bajar del avión en el aeropuerto de Kinshasa, capital del país.

Todos han sido internados en el Centro Penitenciario y de Reeducación de Kinshasa (CPRK), conocido como cárcel “Kin Mazière” de Gombe. Una prisión de máxima seguridad conocida por los abusos que se cometen con los internos.

Allí permanecerán hasta que los servicios secretos del país comprueben si son afines o contrarios al régimen: “Aquí no sabéis lo que es el Congo. Allí no puedes manifestarte, no puedes protestar por nada, no tienes derechos. Si hablas más de la cuenta eres hombre muerto”, relataba ayer tarde Jean Claude.

Los que permanecen en Melilla se han quedado conmocionados. No saben qué hacer. Están pendientes de los móviles por si reciben más noticias de sus hermanos encarcelados en Kinshasa. No quieren correr la misma suerte, quieren escapar, revelarse, poder soñar con una vida mejor; pero el miedo y la incertidumbre les acogotan, les impide reaccionar. Han perdido la esperanza en la mayoría de los casos.

Son conscientes de que si salen hacia la Península esta semana o alguna próxima, lo harán esposados y con una orden de expulsión. Nunca pensaron que pedir ser trasladados les iba a salir tan caro y se sienten engañados por ello.

No culpan a nadie por nacer donde nacieron o por haber tenido que jugarse la vida por llegar hasta Melilla: “Dios ha querido que vivamos así”; pero tenían el anhelo de poder cambiar su suerte, de que el futuro llegara más allá del próximo atardecer, de poder darle a sus hijos todo eso que ellos nunca conocieron: “Ahora muchos preferimos morir porque volver es estar muertos”.

Por Blasco de Avellaneda

(El Telegrama, Melilla, 12 de marzo de 2012)

Más información

La organización de derechos humanos Ferrocarril Clandestino ha difundido algunas informaciones añadidas y ha prometido seguir de cerca la situación de los deportados a Kinshasa, ahora encarcelados en una prisión de máxima seguridad por motivos políticos, y de los congoleños que han quedado en España, para intentar evitar que sean deportados de esta misma forma.

Ferrocarril ha desvelado que estos congoleños son parte de las personas que sobrevivieron a los disparos de la policía marroquí contra las personas que intentaban saltar la Valla de Ceuta y Melilla, en 2005. Después de aquello fueron deportados a Rabat, Marruecos, donde habían estado desde entonces. En Rabat soportaron el constante acoso de la policía marroquí, hasta que por fin, estos días, habían logrado llegar a territorio europeo, después de tantos años.

Esta operación policial parece ser irregular desde varios puntos de vista: el primero es que España no tiene aún acuerdos de repatriación con la República Democrática del Congo, y además, algunos de ellos habían solicitado asilo político, condición que hace ilegal su deportación hasta que se conceda o deniegue dicho asilo.

(Red de Ferrocarril Clandestino, 11-03-12)

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