Ruanda es víctima en estos momentos de una crisis alimentaria; aunque las autoridades hablan de una penuria limitada y aislada que afecta a algunas familias de las provincias del este y del norte, las asociaciones de la sociedad civil afirman que “Nzaramba” (nombre dado a la hambruna actual) causa estragos en todo el país y afecta a amplias capas de la población. Según numerosos observadores, determinadas opciones económicas y políticas estarían en el origen de esta hambruna, aunque las autoridades se defiendan de esta opinión y evoquen por su parte las condiciones climáticas para explicar una crisis alimentaria que tratan de minimizar como pueden.
En Ruanda se tiene la costumbre de bautizar las hambrunas que afectan al país. Así, “Nzaramba”, en francés “permanente”, es el término que está en boca de todos en estos últimos tiempos en el país de las mil colinas; es el nombre asignado a la crisis alimentaria que sacude hoy a varias regiones del país. En el origen de esta hambruna están las políticas agrícolas implantadas por el gobierno desde hace 20 años; políticas criticadas tantas veces.
La política consistente en agrupar los terrenos para desarrollar el cultivo en terrazas
Esta política consiste en desarrollar el cultivo en terrazas sin contar con los propietarios de los terrenos. Una técnica que puede considerarse una buena alternativa frente a la erosión de las tierras, pero que no obstante es complicado realizarla cuando se trata de pequeñas parcelas propiedad de diferentes agricultores. Al poner en común los terrenos, los campesinos han perdido su autonomía y su independencia, ya que cultivan lo mismo y al mismo tiempo, y nadie tiene la posibilidad de cultivar lo que quiere; la cosecha es vendida a cooperativas designadas por el Estado, siendo estos órganos los que deciden del precio. Esta política ha hecho que la pobreza haya aumentado en muchas familias y ha conducido, en parte, a la situación de hambruna actual.
La política de reparto de terrenos
Con la toma del poder por parte del FPR en 1994, el nuevo régimen obligó a los campesinos a compartir los terrenos agrícolas con los antiguos exiliados que acababan de regresar al país; los recién llegados se atribuyeron (a veces por la fuerza) las mejores tierras, cuando ni siquiera eran agricultores. Así es como extensiones inmensas de tierras agrícolas pasaron a manos de quienes no las explotaban y que, a veces, abandonaban. Hubo otros que dedicaron esas tierras a pastizales para su ganado. Los verdaderos agricultores se encontraron con pequeñas parcelas y, en consecuencia, con la imposibilidad de dedicarse plenamente a la agricultura.
La confiscación de los valles o vaguadas
Sin embargo, la política que mayor impacto ha tenido en la agricultura en Ruanda y que ha precipitado el país en la subalimentación ha sido la nacionalización, incluso confiscación, de los valles. Ruanda está constituido por montañas y valles profundos, de ahí el sobrenombre de “País de las mil colinas”; ahora bien, hay que saber que en Ruanda, e incluso en toda la subregión, los valles son mucho más fértiles que las tierras en pendiente, difíciles de cultivar y a menudo víctimas de la erosión. Pues bien, el Estado se ha apropiado de los terrenos situados en los valles para otorgarlos a inversores privados, que los explotan para cultivos orientados a la exportación en perjuicio de los cultivos alimentarios básicos. Debe subrayarse igualmente que a menudo estos inversores privados reservan su producción prioritariamente para las fábricas de transformación, antes de abastecer y alimentar los mercados locales. Incluso ya no sorprende hoy constatar que algunos de esos valles cedidos a la iniciativa privada están abandonados desde hace varios años, mientras una parte importante de la población está necesitada de tierras para cultivar. Es algo que refuerza la opinión de algunos que consideran que el gobierno busca voluntariamente que la población pase hambre. Parece evidente que en un pequeño país como Ruanda, el cultivo de productos destinados a la exportación, concretamente flores, en detrimento de cultivos destinados al consumo alimentario, no puede sino comprometer la soberanía alimentaria del país.
Imposición del monocultivo
Hoy se impone a la población de cada región del país una única especie de planta que debe cultivarse, con la consecuencia de que hay plantas que no crecen o mueren por no estar adaptadas a la tierra de la región. Además, cuando todos producen el mismo producto al mismo tiempo, surgen dificultades a la hora de encontrar un mercado para la venta, a causa de la sobreproducción, lo que ocasiona pérdidas. En septiembre de 2011, varios campesinos ruandeses contactaron el Centro de Lucha contra la Impunidad e Injusticia en Ruanda (CLIIR), una organización de defensa de derechos humanos con base en Bruselas, para ponerle al corriente de la campaña lanzada por las autoridades ruandesas consistente en destruir las plantaciones, cortar los bananeros y otros árboles frutales. Alubias que acababan de germinar fueron arrancadas, en el marco de la imposición del monocultivo. El cultivo de una única especie, en las mismas parcelas durante varios años consecutivos, ha generado igualmente en algunas regiones el agotamiento de las tierras, que se ha convertido en poco productivas.
Importación de semillas
A estos problemas ligados a la imposición del monocultivo, hay que añadir la dependencia del país de la importación de semillas; algo que se ha impuesto sin verificar previamente si dichas semillas están adaptadas a la tierra del país; numerosos campesinos se han arruinado a causa de estas semillas importadas del extranjero. Debe añadirse también las pesadas tasas, concretamente el IVA, exigidas y pagadas a menudo antes de que el campesino saque su producción a la venta o haya dado con un comprador de sus productos.
La agricultura es desatendida
Las autoridades ruandesas apuestan por las nuevas tecnologías y desatienden la agricultura; la ambición del régimen de Kigali es hacer del país una encrucijada tecnológica regional, “un Singapur africano”. Es en este marco donde se han invertido miles de millones, como por ejemplo en el sistema de pago por tarjeta magnética (Twende Smart Card). Pronto los transportes públicos estarán todos ellos equipados con conexiones WIFI y en un futuro próximo la función pública va digitalizar todos sus servicios. “Ruanda debe ver el futuro en “Smart”, declaraba el ministro de la juventud, Jean Philbert Nsengimana a Le Monde hace unos meses. El país se ha centrado en las nuevas tecnologías y ha desatendido su agricultura.
La crisis con Burundi
Burundi ha prohibido la exportación de los productos agrícolas hacia Ruanda, lo cual ha acentuado igualmente la crisis. En los mercados de Kigali ya no se encuentran productos, como frutas, aceite de palma e Injanga (pescaditos ahumados), que venían de Burundi. Los que logran pasar estos productos clandestinamente a Ruanda los venden a precios desorbitantes. Como se sabe, Bujumbura acusa al régimen de Kigali de desestabilizarlo, de reclutar y entrenar a refugiados burundeses para derrocar al presidente burundés Pierre Nkurunziza; las relaciones entre los dos países están en su punto más bajo; de ahí el bloqueo burundés sobre los productos alimentarios.
Una de las graves consecuencias de esta hambruna que asola varias regiones de Ruanda es la emigración hacia los países vecinos para huir del hambre. En la región de Nyagatare (norte) por ejemplo, varias casas se han vaciado; las gentes se han marchado buscando un futuro en otro sitio; estos emigrantes del hambre parten generalmente hacia Uganda, ya que las relaciones de Ruanda con Tanzania y Burundi no son buenas, y en el oeste, la inseguridad en el Congo no permite un éxodo hacia este país. “En 1994, las gentes huían de la guerra; en el año 2000 huían de los tribunales Gacaca; hoy huyen del hambre”, así lo afirmaba en las ondas de la BBC un joven parado de la región
Jean Mitari
Jambonews.net
[Traducción, Ramón Arozarena]
[Fundación Sur]