Las estimaciones sugieren que el 28 % de las personas presentan síntomas de adicción al teléfono, con tasas más altas entre las poblaciones jóvenes, y que un 37 % de la población mundial presenta síntomas de uso problemático.
La tecnología no es solamente un instrumento, sino también un mediador que reconfigura la experiencia que tenemos del mundo. Su impacto humano y social es enorme.
El teléfono inteligente no solo conecta, sino que interrumpe, exige atención constante y redefine la privacidad, así como nuestras relaciones interpersonales.
La clave, no obstante, la tienen las familias. Está en marcha una firma de pactos entre aquellas familias que se comprometen a no entregar el teléfono móvil conectado a Internet a su hijo o hija antes de los 16 años. “El objetivo es dar visibilidad a una opción legítima, evidenciar que muchas familias desearían una llegada más tardía de esta tecnología –un 62 % de las familias catalanas, según una encuesta de ALM– y evitar la temida presión social. En un mes, más de 10.000 familias se han adscrito al pacto”.
La modernidad ha tenido como pilar fundamental la voluntad de progreso de las sociedades, pero ha olvidado con frecuencia que no siempre hay correlación entre progreso tecnológico y progreso social o humano. Cuanto más complejas son las tecnologías, más difícil resulta juzgarlas de un modo crítico, cosa que, paradójicamente, puede derivar en una actitud de aceptación pasiva. Este es el punto en el que nos encontramos y que sería necesario revertir aumentando nuestra capacidad de discernimiento y afinando el sentido ético.
El papa Francisco ya escribió en 2013:
“Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es la raíz de los males sociales. La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda la vida política” (EG, nº 202)
El profesor de la UPNA, y autoridad internacional de la IA, Umberto Bustince, de Ujué, Navarra, ha escrito reflexiones muy profundas e integrales relacionadas con el gran potencial de la IA, particularmente en el ámbito del cuidado de la salud y de la educación, y con la necesidad de integrar la ética en todo el desarrollo y aplicaciones de la IA. La IA ha de ser siempre HUMANA.
Por esta razón, deberemos, más que nunca, explorar las posibilidades de aplicar la reflexión ética en el diseño mismo de la tecnología, en el germen de su intencionalidad, anticipando no solamente consecuencias, sino preguntándonos con criterio para qué ha sido creada. Y, si hace falta, exigiendo una moratoria en su aplicación a la espera de una regulación que pueda evitar cualquier impacto negativo.
Ye están en marcha las “gafas inteligentes”. El dueño de Meta, Mark Zuckerberg, confía en las gafas inteligentes como sustitutos de los teléfonos móviles. Y lo harán casi de manera natural, derivando a las gafas inteligentes, un complemento natural que todos llevamos y que nos harían tener más independencia. No se limitarán a proyectar notificaciones ante nuestros ojos. Ofrecerán otra forma de experimentar la tecnología, sin tener que sujetar constantemente una pantalla.
Confiamos que tanta pantalla y tanta velocidad en el acceso a imágenes no cieguen nuestra capacidad de crítica y de discernimiento.
Lázaro Bustince
CIDAF-UCM


