Entre las últimas palabras del papa Francisco en Pascua 2025 escuchamos esta frase lapidaria y convicción profunda: “la economía de Dios (ética) no mata ni aplasta”.
En las encíclicas de Francisco encontramos su fe y compromiso, radicalmente evangélicos, y por tanto profundamente humanos, solidarios y ecológicos. Por esta razón encontró siempre el camino del diálogo con todas las personas de cualquier cultura, raza o religión.
En “Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio) (n.257), Francisco escribió: «Los creyentes nos sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de alguna tradición religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza […]. Los percibimos como preciosos aliados en el empeño por la defensa de la dignidad humana, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y en la custodia de lo creado».
Este es un aprendizaje mutuo entre culturas cristianas y culturas no religiosas, que es necesario para buscar alternativas relevantes al capitalismo. Las encíclicas de Francisco, así como los movimientos populares de África y del mundo, tienen una orientación claramente anticapitalista.
Las cuatro tareas principales de este diálogo intercultural son: dialogar, pensar una transición a otra economía más humana, trabajar juntos con construir alternativas concretas al capitalismo y difundir una cultura ética donde priman los últimos, el bien común sobre el bien privado y el cuidado de la casa común.
El término economía que mata (E.G. n. 53) sintetiza muy bien el rechazo cristiano al capitalismo y a la economía basada solamente en la propiedad privada, sin respetar la finalidad común de todos los bienes.
El poscapitalismo nos encamina a otro tipo de economía más humano, más ecologista y solidario: de producir, consumir y vivir bien, con menos.
La democracia política tiene que impulsar una democracia económica. Si las personas no experimentan el poder del pueblo, en la vida cotidiana y en las transformaciones de las condiciones materiales y culturales de la vida diaria, seguirá creciendo la injusticia, el desánimo y la pasividad social.
El capitalismo real es «una economía que mata» y destruye la naturaleza. Se basa en la acumulación de bienes y lujos, y se guía por obtener un beneficio económico a toda costa, aun causando el empobrecimiento de gran parte de la humanidad, y la destrucción de la naturaleza.
El decrecimiento es una propuesta central para el cuidado de la casa común. Se debe producir menos y consumir menos para vivir bien con menos a escala planetaria. Para que sea factible, hay que impulsar políticas económicas y educativas que fomenten un cambio cultural y un desarrollo sostenible para ésta y futuras generaciones.
Necesitamos promover un compromiso ciudadano en movimientos ecológicos y la participación para desarrollar acciones políticas y económicas más humanas y solidarias.
Tenemos que responder a la gran cuestión de fondo: ¿qué humanidad necesitamos para nosotros y las generaciones futuras y cómo educarla? La propuesta de la “Fraternidad y Amistad social” de Francisco es una contribución muy relevante para el cambio cultural y para la conversión ecológica.
Frente a la lógica del crecimiento del beneficio económico para los capitalistas y el aumento del consumo de los ciudadanos creando más necesidades, debemos hacernos las siguientes preguntas ecológicas, con Rafael Díaz-Salazar, de la UCM: ¿qué es una buena vida?, ¿cuánto es suficiente, una vez satisfechas las necesidades básicas?
Vivir es más que trabajar y consumir.
CIDAF-UCM