UN DIA MÁS (UN DÍA MENOS…) escribo agotado. La jornada ha vuelto a ser dura y apetece de todo menos darle a las frías teclas. Entonces. Es el momento de evocar a Stevenson y recordar una vez más que el autor de La isla del Tesoro no escribió ni un día sin ser presa de unos dolores lacerantes y profundos. Y el británico seguía, papel y pluma. Vamos allá. Y la fuerza viene, de algún sitio. Viene.
Hace ya unas semanas que he vuelto a esta ciudad, a este país, a este continente y me ha vuelto a pasar. La cabeza, las imágenes, el descoloque que flota y que flota. Ocurre que. Cuando uno regresa de casa y la ha pasado, digamos bien, vuelves a tu lugar de trabajo actual bajo una sensación onírica, algo eufórica, y sometido a una continua sucesión de visiones cortadas por la intemporalidad del tiempo, ves miradas, los posibles, un beso. Narcotizado, uno camina como drogado por las calles (drogado por las calles) preguntándose quién es toda esta gente que de repente lo rodea, le sonríe y lo mira. Te preguntas que quién es él al que llamas yo. Tendremos que suspirar.
Suspiremos.
Los primeros días, las primeras horas en el espacio posterior, es decir en el sitio donde ahora habitas, vuelves a reencontrarte con tu pasado inmediato, y de pronto asistes atónito al descubrimiento de nuevas personas, de nuevos pulmones, de nuevas gentes que también tienen una historia. Una historia donde tú no apareces. Ellos apenas aparecen en la mía, pero tú tampoco apareces en sus vidas.
Porque por unos días, por unos momentos, los viernes, lunes a las tres de la tarde, vuelves a creerte en casa lo que a veces te creíste, hace ya mucho: que el mundo era esto. Que el mundo era sólo esto y no había nada más. La otra gente no existía, eran fantasmas, invisibles, innecesarios. Una pesadilla. Fantástico. Una euforia. Unas cadenas. Dependiendo del ánimo de uno. Era así.
Porque hace unos días has vuelto a reencontrarte con tu pasado lejano, un pasado lejano pero duradero, jodidamente sólido, agarrado. Eterno. Has reconocido a tu tribu, has reconocido tu espacio, tus lugares, el olor, has hablado de otra forma, con otro acento… Mi caballo camina pa lante, mi caballo camina pa trás.
Y mientras ya en África camino por la cuesta del olvido, toda esa sucesión borracha, melancólica y a veces mentirosa de imágenes me va acompañando por un camino donde de repente soy un extraño también para mí mismo. Mis dedos me causan extrañeza, mis uñas hablan ruso.
No hay sitios perfectos, sino momentos. De cada uno. Y mientras me meto en lo que es ahora mi casa, no puedo creerme que yo viva aquí. De repente todo está en silencio. Incluso mi calle, que suele estar animada por altavoces cercanos, por el reggae, por el rap, el soul, ahora calla, cómplice del desbarajuste. Y pienso. Quedarse es algo que. Marcharse también es duro.
Poco a poco, vas recordando que no es la primera vez que te pasa esto. Que el regreso al espacio posterior, necesita unos cuantos días de aclimatación para confirmarte que efectivamente vives en esta casa, que es cierto que trabajas en esa oficina y que todo lo que ha pasado en todos esos sitios ha sido verdad. Quieres darle un puñetazo al taxista para comprobar definitivamente que es de verdad.
Los miro.
Me fascina como la especie humana se reproduce y habita en cualquier confín de la tierra. Me parece aliviador (a veces) que toda esta gente pueda desarrollar una existencia sin necesitar en absoluto lo que yo ahora estoy echando de menos y viceversa. Es aliviador, es trágico que ellos no conozcan a los que yo conozco, que yo desconozca a los que ellos conocen.
Porque afortunadamente, cuando ya no podemos más (es importante recordarlo) sabemos que hay otros sitios, otras gentes, otros placeres. Se sabe (muchos, pocos, algunos lo saben) que se puede seguir en otro lado. Porque ahora me apetece estar en otro lado. Siempre estuve en otro lado, de hecho. Siempre estaré en otro lado, de hecho.
Es nefando porque uno aparece en el espacio posterior, en el nuevo sitio sin tarjeta de presentación, sin pasado. Se lo da por hecho, como se da por hecho un árbol, un coche, unos labios. No se cuestiona. Nadie se pregunta de donde vienen, que había antes. Si este hombre, esta mujer ha hecho “grandes” cosas en la vida, si lloró, si traicionó, si alguna vez se preguntó si Marte era morena o pelirroja. No importa. Empezar de cero.
Por eso mucha gente que es alguien en el “pueblo” llega a la Universidad y se descoloca al comprobar que ha perdido su status instantáneamente, un status que nadie le reconoce. Por eso mucha gente al llegar a la Universidad, a un nuevo sitio, se alegra de que no lo tengan ya etiquetado como en el “pueblo”. Esas cosas pasan, tío. Han pasado, pasarán, pasan. Construirse una nueva vida, una doble identidad y verte a escondidas. Con. La novedad.
Y el ordenador ya está encendido, y empiezan a entrar los e-mails, como a presión, como constreñidos cual supositorios, asustando pero también esperanzando. Siempre hay un mensaje por ahí… Me he levantado un momento a coger una cerveza Asoc, y me he dado cuenta que Semaju las ha comprado negras, cervezas negras, no sé por qué. Debe ser primavera. 1928, probablemente.
Original en Las Palmeras Mienten