Observamos diariamente cómo en los diversos ámbitos sociales, político, económico, cultural y religioso, de las Instituciones por los diferentes continentes del globo, los líderes actuales que nos representan, de alguna manera, optan de forma sistemática y con frecuencia violenta por el control del poder y de los recursos, causando así más polarización social, empobrecimiento de la mayoría y pretenden una falsa unidad.
Los valores humanos universales de: responsabilidad, autenticidad, respeto mutuo de la dignidad humana, democracia, bien común y la convivencia pacífica se quedan como slogans de los discursos políticos. Si vamos perdiendo la autenticidad, nos cosificamos.
Las apariencias cuentan más que la autenticidad, y la conveniencia propia siempre prima sobre el bien común. En otras palabras, nos vamos deshumanizando.
Mirando la experiencia y la cultura de muchos pueblos indígenas, en África y en otros continentes, vemos cómo han sabido mantener esos valores humanos universales y de vivirlos en la sociedad actual, como observamos en la cultura “Ujama” y en la cultura “Obuntu” de los pueblos de África oriental y austral. La experiencia de estos pueblos nos puede y debe inspirar a ser más auténticamente humanos y solidarios, abandonado las apariencias de un falso progreso y de pretender una falsa unidad.
Esto se aplica a todos los ámbitos mencionados, sobre todo el político, económico, cultural y el religioso, en cada nación del planeta.
El sínodo eclesial para caminar juntos, que se ha concluido en Roma, ha sido, ante todo: encuentros interesantes, ricos textos bíblicos y documentos llenos de buenas intenciones. Hemos visto nuevos gestos significativos, como las mesas redondas para facilitar el diálogo, una participación más real de las mujeres en las deliberaciones, aunque solo eran el 30 %, en comisiones presididas por varones.
Se han evitado y dejado de lado, para otra ocasión, todos los temas más candentes en la actualidad de la Iglesia: hacer justicia y reparación de todas las víctimas de abusos en la Iglesia, la plena participación de las mujeres en el liderazgo de la Iglesia, el celibato opcional, la inclusión de los sacerdotes casados, vivir y trabajar como familia en la iglesia, abandonar la mentalidad y estilo patriarcal y clerical, volver al espíritu de servicio y cuidado mutuo del Evangelio que reinaba en las primeras comunidades cristianas, superar la mentalidad de hacer limosnas para practicar la justicia con compasión, etc.
¿Por qué se dejan de lado los temas más exigentes y necesarios? Porque la mitad de la sociedad, de los líderes y de los creyentes no aceptaría ni aceptará los cambios más exigentes, pero que son necesarios para vivir hoy el Evangelio con autenticidad.
Como se reformaron en la edad media varias Órdenes religiosas: del Carmelo, los Franciscanos y otras, la Iglesia de hoy y la sociedad misma debe ser reformada, aunque esto suponga aceptar una mayor pluralidad y varias formas de ser Iglesia: unas más reformadas y actualizadas y otras más tradicionales. Intentar mantener hoy día una sola forma de ser iglesia, significa no hacer justicia a la realidad social actual plural y vivir una falsa unidad.
Esta falta de justicia y de autenticidad es notable ante todo en algunos ámbitos:
- La violencia del abuso de poder y sexual infantojuvenil es una lacra que afecta profundamente a nuestra sociedad, e iglesia, dejando consecuencias devastadoras en quienes la sufren. Estudios recientes revelan que en España entre el 10 % y el 20 % de la población ha sufrido algún tipo de abuso sexual durante su infancia o adolescencia. Los contextos en los que se producen son el familiar, el educativo, el deportivo o el religioso. Y el hecho de que los agresores pertenezcan al entorno cercano de las víctimas agrava el impacto psicológico y emocional. ¡Cuántos abusos y víctimas se ocultan injustamente en nuestras instituciones de África y del mundo!
Hoy señalamos a las instituciones que durante años han optado por proteger a los agresores en lugar de a las víctimas. Ejemplos como el de la Diócesis de Tenerife, y otras instituciones educativas, sanitarias, ministeriales y familiares, evidencian la falta de compromiso para hacer frente a la violencia sexual y la complicidad en su encubrimiento. Esto incluye reforzar leyes existentes, desarrollar campañas de sensibilización, educación integral de valores, formar a profesionales claves y garantizar que las víctimas tengan acceso a recursos de apoyo. Es indispensable hacer justicia con las víctimas en todo el mundo.
La violencia sexual infantojuvenil es el reflejo de una sociedad e iglesia que deben cambiar. “La trata, el trabajo forzado, la prostitución y el tráfico de órganos son un crimen de lesa humanidad”, dice el papa Francisco.
- La marginación y manipulación de las mujeres en la vida y liderazgo de muchas instituciones, sobre todo religiosas, es otra injusticia que ha durado demasiado tiempo y que hoy nos resulta indignante e inaceptable.
Después del sínodo, la Iglesia sigue siendo “clerical, patriarcal y piramidal”, que poco o nada se parece a la Iglesia de los primeros siglos o a una auténtica familia. Incluso supone un olvido fundamental del Evangelio y sus principales valores, como: la fraternidad, espíritu de servicio, y el cuidado mutuo.
Los que quieran seguir con una iglesia de la “edad media”, de gloria y poder, no deben impedir a los que deseamos vivir en una iglesia reformada como familia y vivir según el espíritu auténtico del Evangelio, de servicio y de cuidado mutuo.
- La integración de los laicos en la gestión y animación de las diferentes comunidades, en todos los ámbitos de la vida humana y cristiana es también una cuestión de sentido común y de justicia.
Esto implica un cambio de estructuras, de valores y de prioridades, que todavía siguen siendo “patriarcales, y clericales”, que deben ser totalmente superadas por liderazgos inclusivos y participativos. Más que clérigos, necesitamos laicos y familias elegidas por la comunidad para el acompañamiento diario en sus necesidades.
Esta nueva participación e inclusión de todas las personas en los diferentes liderazgos de las comunidades e instituciones, debe seguir abriendo caminos desde las bases en cada comunidad. La falsa unidad del legalismo rígido debe dar paso a la autenticidad y a la participación de todas las personas en una convivencia más humana y fraterna.
Lázaro Bustince
CIDAF-UCM