Aunque nacido en Pamplona en 1944, nuestro compañero Justo Lacunza Balda era originario de Irañeta, un bonito y pequeño pueblo navarro, cerca del Santuario de San Miguel de Aralar, centro histórico y religioso de Navarra. Tuvo una niñez atípica: con la muerte por enfermedad de su joven madre (Justo tenía solamente tres años), su padre se casó en segundas nupcias con la hermana de la madre, que pasó así a ser tía y madre para Justo y su hermano menor. Por otra parte, un tío materno, maestro de escuela, tuvo una influencia grande sobre él. Al acabar la escuela primaria, Justo pidió ir al Seminario de Pamplona, pues, en palabras suyas, “siempre había querido ser sacerdote”.
De 1956 a 1964 hizo los estudios de humanidades y filosofía en el Seminario de Pamplona, entonces vivero de misioneros, y en el año 1964 pidió entrar en el noviciado de los Misioneros de África (Padres Blancos) en Gap, Francia, para proseguir su formación sacerdotal y su vocación misionera. Excelente lingüista, el francés sería su primera lengua extranjera, pero luego vendrían el inglés, el suajili de Tanzania, el italiano y el árabe para sumar a sus dos lenguas maternas, el castellano y el euskera. ¡Su cerebro debía ser un diccionario multilingüe compacto!
Durante cuatro años estudió teología en el St. Edwards College de Totteridge (Londres) y fue ordenado sacerdote en Logroño en 1969, poniendo enseguida rumbo a África Oriental. Tanzania fue su primer país de misión, en dos etapas separadas (1969-1975 y 1978-1981) y en dos diócesis distintas Tabora y Kigoma, en un trabajo pastoral de parroquia, de enseñanza en seminarios y en escuelas de maestros catequistas. Su etapa africana fue interrumpida por su deseo de aprender la lengua árabe, iniciada en Túnez y continuada durante tres años (1975-1978) en el PISAI (Instituto Pontificio de Estudios Árabes y del islam) en Roma.
Su nombramiento en 1981 como profesor en ese mismo Instituto Pontificio va a marcar una nueva e importante etapa en su vida. Por el trabajo realizado, las responsabilidades que le son confiadas y por la duración de su estancia en Roma en el bonito barrio del Transtevere, que será su lugar de residencia y de trabajo durante 16 años. Entre 1986-1989, sin embargo, Justo se estableció en Londres para doctorarse en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, con el título “An Investigation into the Concepts and Ideas found in Swahil Islamic Writings” de 362 páginas. África y sus diferentes culturas continuaban estando en el centro de su interés y de sus investigaciones académicas. En 1990 volvió a Roma para continuar su trabajo de docencia en el PISAI. En este instituto Justo enseña y da conferencias, es prefecto de estudios y rector en años difíciles (2000-06) para las relaciones con el islam, debido a la emergencia del Qaeda, pero también fecundos de relaciones, visitas a personajes significativos de la iglesia y del Islam, viajes y conferencias en numerosos países. Justo contribuyó mucho a abrir el concepto “islam” a perspectivas más universales desde el punto de vista geográfico, religioso y cultural, habitualmente reducido al mundo árabe.
En 2007, con 63 años cumplidos, Justo es nombrado a Madrid, jubilado como profesor, pero, con buena salud, cosa que le permite desarrollar una actividad variopinta en España. Nombrado responsable de la comunidad de los Padres Blancos en Madrid, es también Secretario General de África Fundación Sur, una institución de referencia importante de los Padres Blancos sobre el conocimiento y documentación del continente africano en España e imparte, desde el año 2012, los Seminarios sobre el continente africano en la Universidad Rey Juan Carlos y colabora con la Conferencia Episcopal Española. Es además la voz experta y muy consultada de los Padres Blancos en las radios y televisiones nacionales para comentar los acontecimientos que tienen lugar en África y en los países musulmanes.
Justo era muy autoconsciente de su valía (algo que podía irritar a algunos) pero podemos recordar que fue dos veces presentado como candidato al premio Príncipe de Viana de la Cultura del Gobierno de Navarra y recibió además diferentes premios de instituciones y entidades extranjeras. En sus últimos años de residencia en Madrid, Justo siguió interesado -son palabras suyas- en “el estudio del islam contemporáneo en sus diferentes niveles, componentes y manifestaciones, con especial atención a las cuestiones del Diálogo Intercultural e Interreligioso y a los problemas de la libertad religiosa”.
En septiembre de 2019, a su vuelta de una estancia de trabajo en Italia, Justo nos comunica que tiene problemas de salud. Los análisis realizados en Madrid son muy negativos, y ante la masificación de los hospitales en Madrid, Justo decide marchar a Pamplona, su ciudad natal, donde cree que los médicos, la familia y los amigos le ayudarán a superar mejor la enfermedad. Tomó domicilio en Argaray, la residencia sacerdotal en el seminario de Pamplona. Todavía le quedaron fuerzas para asegurar año tras año hasta su muerte el curso sobre el islam y África en el ISCR (Instituto Superior de Ciencias Religiosas) para sacerdotes y laicos en la Diócesis de Pamplona-Tudela.
Justo no pasaba desapercibido. Bastaba verle para cerciorarse que representaba algo o alguien diferente a los demás: mirada brillante, sonrisa segura y bien dibujada, nariz firme y abundante melena. Su plática era contundente y magistral. Acaso demasiado pormenorizada, debido probablemente a su extraordinaria memoria de fechas y personas. Justo era educado en sus relaciones con los demás. Hombre profundamente espiritual, abierto a la universalidad y al diálogo con los representantes de otras comunidades religiosas.
Agotado físicamente, pero mostrándose fuerte en el dolor hasta el final, Justo nos dejó para entrar en la eternidad amorosa de Dios el día 12 de febrero de 2024. Tres días más tarde, una nutrida asamblea compuesta de familiares, sacerdotes diocesanos, compañeros Padres Blancos, empleados y cuidadores del Seminario y conocidos, acompañaba a Justo en la última etapa de su peregrinación hacia Dios en esta tierra. Lo hacíamos afirmando nuestra confianza en Dios. Así lo cantamos al comienzo de la Eucaristía: “El auxilio me viene del Señor que ha hecho el cielo y la tierra”. El presidente de la asamblea, Miguel Larrambebere, vicario general, recordó la actividad docente de Justo, vivida desde una fuente espiritual. Una de sus últimas palabras, después de recibir el viático fue: “la vida nos cierra una puerta, pero la fe nos abre otras muchas puertas”.
La Eucaristía, celebrada en su pueblo natal de Irañeta el domingo día 18 de febrero, puso broche final a las exequias de Justo. El párroco, amigo de Justo, insistió en su generosidad de misionero dedicado al crecimiento del Reino y de la Iglesia. Sus cenizas reposan en la tumba familiar de Irañeta, junto a su padre y sus dos madres.
Juan José Osés