Desde diferentes esferas de opinión se plantea que la relevancia política de Europa en el mundo es reducida y que su papel geoestratégico es cada vez más puesto en duda. La relación trasatlántica se ve debilitada por la potencia del área Asia-Pacífico y la política norteamericana actual. De ahí que sea pertinente preguntarse por la perspectiva de Europa en la esfera global.
La Unión Europea (UE) se enfrenta a varios escenarios de futuro. Tiene que elegir uno de ellos. El primer escenario consiste en seguir como hasta ahora; es decir, con el malestar social, la debilidad económica y la ceguera política. Es la llamada “Europa de varias velocidades” actual, la “Europa de “geometrías variables”, haciendo unos y otros lo que pueden o quieren. El segundo escenario es una Europa en la que todas las decisiones se adoptan conjuntamente por todos los Estados; pero no parece sensato, por no tener antecedentes en la historia de la UE. El tercer escenario es la desaparición de la UE del mapa, que no parece tampoco lógico, pues (a pesar del Brexit) los costes y los desafíos de la no-Europa serían enormes. Uno de estos desafíos, entre otros, es el de los inmigrantes y refugiados. ¿Qué hacer?
El proyecto europeo carecería de sentido en un mundo global sin la integración regional, por proximidad geográfica, de Europa, Mediterráneo y África. Esta región representa en la actualidad a 2.000 millones de personas y a mercados potenciales gigantescos. En la medida que la integración avance, las cadenas de valor de la producción globales ya no serán sólo Este-Oeste, sino también Norte-Sur.
Las relaciones económicas, sociales, políticas y culturales se complementarán entre sí para hacer frente a los desafíos energéticos, industriales y alimentarios, para dar salida a los problemas migratorios incontrolados y para buscar nuevas opciones al envejecimiento demográfico europeo. No hay que olvidar que en el año 2050 la gran región África-Mediterráneo-Europa tendrá tres mil millones de habitantes, de modo que el protagonismo de la UE en el mundo pasa por el entrelazamiento de nuestras relaciones con el Sur. Será, en realidad, la vía para hacer frente a todo tipo de radicalismos, garantizar una mayor seguridad y lograr un desarrollo económico más robusto.
Para los europeos, se trata de evitar el estancamiento económico secular, debido al declive poblacional, y de superar el pequeño tamaño de los estados de la UE, tanto por sus economías como por su potencial defensivo e influencia política. Eso implica disponer de nuevos factores de crecimiento, como los de la gran región de África, el Mediterráneo y Europa, que contará con un impresionante volumen demográfico eminentemente joven, la mayor parte del cual se encuentra en África subsahariana, donde las clases medias están creciendo y se expandirán todavía más en el futuro.
Para los africanos, se trata de transformar sus inmensas riquezas para responder al desafío del empleo y la explosión demográfica. Es básico para ellos no sólo disfrutar de seguridad y acceso a los mercados, sino sobre todo de desarrollar economías productivas basadas en tecnologías avanzadas e innovaciones del tejido empresarial local.
Para los mediterráneos del sur se trata de poner en valor la abundancia de reservas alternativas (eólicas, solares…) fuentes de un poderoso sector de la energía. Y apoyarse en puertos importantes como Tánger Med, para desarrollar su capacidad de puente entre el norte y el sur de África.
Por tanto, no se trata sólo de lograr una asociación de libre comercio, sino de la integración del conjunto del sistema productivo y económico, de las infraestructuras, de la legislación y la normativa y, en fin, de los valores democráticos y el Estado de derecho. Pero para eso es necesario que Europa se ponga las pilas y haga política internacional en serio.
José María Mella Márquez
[Fundación Sur]
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