Ingenieros africanos

15/01/2019 | Opinión

El 13 de junio de 2018, el joven ugandés de 24 años, Brian Gitta, recibió en Nairobi (Kenia) el “Africa Prize for Engineering Innovation”, que desde 2014 viene otorgando la Real Academia Británica de Ingeniería (British Royal Academy of Engineering, BRAE) del Reino Unido. Este 1 de enero se ha publicado en Cape Town (Sudáfrica) la lista de los 16 ingenieros que se han calificado para competir por el Africa Prize 2019. Representan a cinco países anglófonos y a uno, Burkina Faso, francófono. Cinco de los clasificados son mujeres. La BRAE fue fundada en junio de 1976 (Hasta 1983 se llamó “Fellowship of Engineering”) para favorecer una innovación de calidad. El Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, fue su primer “Miembro Senior”. En el caso de Brian Gitta y su equipo, su innovación consistía en un pequeño aparato, “Matibabu” (“cuidados médicos” en swahili) que sujeto a un dedo del paciente envía un rayo de luz que detecta los cambios en la forma, color y concentración de los glóbulos rojos que afectan a los enfermos de malaria. Barato y reutilizable, Matibabu no requiere conocimientos especiales para su utilización.

Con el Africa Prize for Engineering Innovation, la Academia se propone animar a los jóvenes ingenieros subsaharianos a que respondan de manera apropiada e innovadora a los problemas más cotidianos y cruciales de sus respectivas comunidades. Y así ha sido con los proyectos clasificados para el Africa Prize 2019. “Peletox” es una especie de armario inteligente que ayuda a distribuir medicamentos con mayor rapidez allí donde los pacientes tendrían que esperar más de una hora para conseguir su medicación. “Juakalismart” conecta directamente a los clientes con los trabajadores del sector informal “JuaKali” de Kenia. “KAOSHI” es un app para móviles con el que se intercambian divisas sin pasar por los bancos. “Smart Brooder” regula automáticamente el gas utilizado para calentar las granjas de pollos. “Vertical Farm”, concebido como un huerto en miniatura para las ciudades sin espacios cultivables, consiste en varios cajones empilados (90x90cm) con capacidad para 200 plantas. Otros proyectos han sido un guante que convierte el lenguaje de signos en lenguaje oral y lo transmite por bluetooth a un móvil; un pequeño instrumento digital para que los enfermeros puedan identificar y controlar las vacunaciones aunque no haya conexión a internet; una maquina con cabezales de cinco ejes para cortar metales, madera y otros materiales. Los proyectos deben poder ser realizados con un coste relativamente bajo. Por ello me ha llamado la atención de manera particular el presentado por Beth Koigi, pensado para zonas secas, “Majik Water”, colector de agua por condensación, eficaz y barato.

majik_water.jpgSe dice que ya los Incas conseguían recoger el agua del rocío. Todavía hoy hay quien utiliza el “atrapanieblas” en el desierto de Atacama (Chile). La superpoblación y el cambio climático han hecho que aumenten los estudios sobre los métodos para purificar el agua y conseguir más agua en zonas desérticas. En junio del año pasado Forbes, revista especializada en el mundo de los negocios, y IFLS [«I fucking love science»], página web fundada por Elise Andrew para popularizar los avances científicos, coincidían anunciando: “Los científicos han desarrollado un aparato que consigue agua del aire [“thin air”]. Se referían a un trabajo realizado en la universidad de Berkeley (California): Una especie de esponja, en la que se combinan partículas de metal con ciertas materias orgánicas, absorbe a partir del atardecer la humedad del aire. Esta se condensa y se recoge al salir el sol. El experimento se llevó a cabo en el desierto de Sonora (Arizona), en donde la humedad nocturna alcanza el 40% para caer al 8% durante el día. En la misma línea, el mes de octubre pasado David Herzt y Rich Groden recibieron un premio de 1.5 millones de dólares, otorgado por el Grupo Tata y el Programa de Ayuda de Australia, por haber construido un aparato en forma de contenedor para condensar el agua del aire. Unos cien equipos se habían presentado al concurso. También en la universidad de Akron (Ohio) los investigadores están desarrollando un “recolector de agua” capaz de condensar 38 litros de agua en una hora.

Leyendo esas noticias en la prensa especializada, me he preguntado si los investigadores no viven en un mundo aparte. Y es que, paseándome por la red, he descubierto la existencia de varias empresas que desde hace algún tiempo, sin esperar a los universitarios, producen y venden aparatos “condensadores de agua”. Ecoinventos, un blog de gadgets ecológicos, anunciaba el 7 de septiembre que el gobierno de Namibia había encargado la fabricación de 1500 unidades de generación de agua potable por condensación a Aquaer Generators, una empresa de Sevilla. En diciembre de 2015 The Borgen Project, ONG estadounidense que combate la pobreza, anunció que Waterfromair, empresa sudafricana basada en Durban, estaba poniendo a la venta aparatos para obtener agua por el proceso de condensación. No se decía sin embargo que para la mayoría de los africanos, esos aparatos resultaban bastante caros. En el catálogo de 2018, un aparato que produce 32 litros diarios cuesta 1.264dólares y uno de 60 litros, 2.240 dólares.

Agua, a veces sucia, y casi siempre escasa, es uno de los recuerdos de Beth Koigi de sus años de estudiante en la universidad de Chuka, unos 180km al norte Nairobi. Conseguir agua y abaratar su precio ha sido luego una de sus preocupaciones En 2016 siguió un programa de cuatro meses en la Singularity University, en Silicon Valley, “un híbrido entre la NASA y Teresa de Calcuta”, en palabras de Juan Martínez-Baeza (“El Mundo que viene”). Allí conoció a la Americana Anastasia Kaschenko, científica del medio ambiente, y a la economista británica Clare Sewell. Juntas crearon Majik Water, un aparato que capta el agua del aire y lo convierte en agua potable con la ayuda de la energía solar. Con él obtuvieron en 2017 el primer premio de la “EDF (Electricité de France) Awards”. Y se han clasificado para el Africa Prize 2019.

Se podría decir que “Majik Water” es un aparato “popular”, al alcance de la mayoría. Lo más caro son sus paneles solares que habrá que abaratarlos. El prototipo produce 10 litros de agua diarios. Está prevista una versión para 100 litros, a 0,09 euros los 10 litros de agua.



Ramón Echeverría


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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