Inaplazable pacto mundial sobre los refugiados y emigrantes
Desde hace tiempo vengo insistiendo en la imperiosa necesidad ética de ocuparse de temas que, por su especial relieve humano a escala global, no deben ser progresivamente abducidos por la rutina y la vorágine informativa, hasta ser totalmente marginados y pasto de la indiferencia colectiva.
El “gran dominio” (militar, energético, financiero, mediático) ha ido socavando los pilares del comportamiento cotidiano de muchísimas personas, convertidas en testigos impasibles, en espectadores silenciosos de lo que acontece, en lugar de actores activos, conscientes de sus responsabilidades, ciudadanos del mundo dispuestos a hacer frente a desafíos que requieren una completa reconducción de las presentes tendencias, sabiendo que, por primera vez en la historia, la humanidad hace frente a amenazas potencialmente irreversibles que pueden, si no se actúa con presteza, alcanzar puntos de no retorno.
“Tendréis que cambiar de rumbo y nave”, advirtió lúcidamente José Luis Sampedro. El porvenir está, todavía, en cierta medida, por-hacer, y constituiría un error histórico permanecer inmutables mientras la habitabilidad de la Tierra se degrada y la calidad de vida, de una vida digna, se desvanece. Exclusivamente atentos al PIB, los “grandes” van ampliando la brecha social, hasta el punto de que la acumulación de riqueza llega a límites de escándalo. Tan afanados están en almacenar riqueza que olvidan, como creo oportuno repetir ahora, que “las mortajas no tienen bolsillos”… Y son los grandes consorcios mercantiles los que favorecen un neoliberalismo a la deriva confiando la gobernanza mundial a unos grupos oligárquicos y plutocráticos (G6, G7, G8, G20) que descaradamente se oponen al multilateralismo democrático, dejando a las Naciones Unidas desarboladas. Y, quieran reconocerlo o no , son las Naciones Unidas, a pesar de muchos pesares, las que claman justamente por una cultura de paz; por otro concepto de seguridad en que no sólo se asegure la protección de los territorios sino de quienes los habitan; por el cumplimiento sin mayor demora de la Agenda 21, aplicando los 16 ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) que la Asamblea General adoptó en 2015 “para transformar el mundo”; por la diligente puesta en práctica de los Acuerdos de París de 2015 sobre Cambio Climático…
Es inaplazable, pues, un “volantazo” de la situación actual que, actuando con celeridad y rigor científico, pudiera llevar, en muy poco tiempo, a puertos mejor concebidos para garantizar una vida digna. Corresponde ahora a “Nosotros, los pueblos” -como de forma tan clarividente como prematura se inicia la Carta de las Naciones Unidas- liderar la reacción. Hasta hace muy poco, una gran mayoría de los seres humanos nacían, vivían y morían en unos pocos kilómetros cuadrados y no estaban al tanto de lo que sucedía más allá de su entorno inmediato. Pero ahora, gracias a la tecnología digital en buena medida, ya saben lo que ocurre y, además, ya tienen voz. Poder expresarse libremente es esencial para los radicales cambios que ahora son indispensables.
Sobre todo, ya no están sometidos a un poder absoluto masculino. Ahora ya, día a día, se incrementa, hasta alcanzar la igualdad en breve plazo, la presencia y papel de la mujer. En consecuencia, ahora sí, “Nosotros, los pueblos” ya podemos y debemos sustituir la fuerza por la palabra, confiriendo una gran capacidad de acción a las Naciones Unidas que, con el apoyo decidido de muchos países podría actuar con diligencia ahora y, en poco tiempo, mejorar su estructura institucional con una Asamblea General en la que el 50% sean representantes de la sociedad civil (de los “pueblos”) y en la que, además del actual Consejo de Seguridad Territorial, haya otro Socioeconómico y otro Medioambiental.
¿Cómo puede seguirse tolerando que se reúnan 7 Estados para decidir lo que hay que hacer en el mundo… dejando a más de 180 fuera de juego? Hace unos años, frente al desprecio secular del Partido Republicano de los Estados Unidos por el multilateralismo, se activaban los que sí lo apreciaban y requerían: el “Grupo de los 77”, el de “los No Alineados”… conseguían que las aspiraciones de muchos países se hicieran patentes. Y Europa era entonces un ejemplo de solidaridad y de buen hacer político, donde el supremacismo y el racismo -con la memoria necesaria de las raíces de la segunda guerra mundial- se hallaban debidamente reprimidos…
Debemos observar con profundo conocimiento de los diversos aspectos que concurren, el panorama actual que ofrece el planeta Tierra desde los puntos de vista ético, social, político, económico y ecológico… y darnos cuenta de que es impostergable deber pasar a la acción. Y de que en esta “movilización”, en esta toma de conciencia corresponde, por fin, a “los pueblos” tomar en sus manos las riendas del destino común, cuyo liderazgo debe ser asumido por las comunidades científica, académica, artística, intelectual en suma.
Las ayudas al desarrollo han decrecido sustancialmente en los últimos años. Los países más necesitados saben bien que no hay alternativa a las Naciones Unidas y que, sin una rápida coordinación a escala global, el cambio climático y la sostenibilidad del desarrollo no podrán abordarse debidamente.
Los emigrantes dejan sus países de origen porque se mueren de hambre. No me cansaré de repetirlo: cada día se invierten en armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares al tiempo que mueren de inanición y extrema pobreza miles de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad. Los refugiados huyen de guerras incontroladas, con vaivenes cruentos… porque no son las Naciones Unidas sino algunos Estados “relevantes” los que las mueven…
Todos tenemos que incorporar a nuestro comportamiento cotidiano el convencimiento de que lo primero es proteger el supremo patrimonio de la humanidad: cada ser humano único, capaz de pensar, de imaginar, de anticiparse, de ¡crear! Es imprescindible, en consecuencia, un gran Pacto mundial por la igual dignidad de todos los seres humanos y, por lo tanto, establecer las pautas de actuación y coordinación a escala local, regional y planetaria para que, contando las Naciones Unidas con los medios personales, financieros, técnicos y de defensa apropiados, se ayude a quienes más lo necesiten para poder vivir dignamente en su país de origen y se reconsideren todos los conflictos a la luz del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Sí: el primer paso para recuperar la alegría de vivir en un mundo solidario es un gran Acuerdo para resolver los problemas de convivencia, numerosos en estos momentos por la total ineficacia de los poderes actuales para evitar que la evolución democrática, tan necesaria, tan procurada, tan soñada desde hace años, derive en revolución violenta. Sólo así desaparecería de nuestro horizonte personal aquella terrible sentencia que leí a los 16 años en un libro de Albert Camus y que ahora, acuciados por responsabilidades intergeneracionales, debemos grabar en nuestras mentes: “Les desprecio, porque pudiendo tanto se han atrevido a tan poco”.
Federico Mayor Zaragoza
[Fundación Sur]
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