Para comenzar, esto es lo que tres periódicos más bien serios han publicado este fin de semana: Según un artículo de La Razón, que cita a The Washington Post, “La embajada de EE UU alertó en 2018 de que el laboratorio de Wuhan podía ser el foco de otra pandemia. El Instituto WIV recibió ayuda de diplomáticos y científicos estadounidenses, que alertaron del riesgo de su trabajo con murciélagos”. “El virólogo jefe de Wuhan niega categóricamente que el coronavirus saliera de sus laboratorios” (El País). “Los científicos coinciden en que el virus no fue diseñado en Wuhan pero el secretismo chino no ayuda a despejar dudas” (La Vanguardia). Como leña al fuego ha sido la última intervención de Trump amenazando con graves consecuencias (sin especificar) si se prueba que el COVID-19 habría salido de Wuhan a sabiendas de las autoridades chinas. Así que ya pocos mencionan al pangolín, ese pequeño mamífero placentario cuyas escamas son muy demandadas por la medicina tradicional china para el tratamiento de remedios como el reumatismo o el asma, y en el que el COVID-19 habría mutado a los humanos en el conocido “mercado húmedo” de animales vivos y muertos para consumo humano de Wuhan.
Muchos habitantes de Wuhan no esperaron a que políticos y científicos se pusieran de acuerdo sobre el origen de la pandemia. En un despacho para la CNN del 15 de marzo, Allen Kim alertaba de que según la Vshine Animal Protection Association se veía en Hubei (la provincia de la que Wuhan es la capital) miles de perros y gatos abandonados por sus dueños que habían dejado sus residencias antes de que se cerrara Wuhan el 23 de enero. A finales de febrero, el Agriculture, Fisheries and Conservation Department de Hong Kong, y la Society for the Prevention of Cruelty to Animals de la misma ciudad, emitieron sendos comunicados explicando que no había evidencia de que las mascotas puedan ser infectadas con el COVID-19 ni que puedan traspasarlo. A pesar de ello, numerosas autoridades locales pidieron que también los animales estuvieran confinados. Según Reuters, las autoridades de Honfjuang (provincia de Hunan) y de la provincia de Zhejiang (tras Hubei, la segunda con más infectados) anunciaron que los animales no acompañados en lugares públicos serían exterminados.
Ante la duda, prudencia, parece ser la tónica en algunos países árabes y musulmanes. Arab News, citando a Reuters el 1 de abril, y luego Al Arabiya el día 4, mencionaron el tigre infectado por un empleado del Bronx Zoo de New York, los dos perros y el gato que dieron positivo en Hong Kong, y el gato que, según la Asociación de Veterinarios de Hong Kong, habría sido infectado por su dueño en Bélgica. Y aunque esos periódicos repetían que no había evidencia de contagio de animal a humanos, Al Arabiya hablaba de perros abandonados y envenenados en Líbano. En este país, una ley de 2017 condena la crueldad a los animales con multas de hasta 50 millones de libras libanesas (unos 30.000 €). Pero las autoridades de Btouratige (1.200 hab.), en el norte del país, han dado a conocer en una proclama que “con motivo del coronavirus recogerán los animales sin dueño porque propagan enfermedades”.
También Middle East Eye hablaba el 2 de abril de mascotas abandonadas en Turquía por miedo al contagio del COVID-19. Lo extraño es que según ese medio, también había gatos entre las mascotas abandonadas. “El gato, el animal privilegiado por los musulmanes y el corazón del Profeta”, escribió Issâ Ar-Rûmî hace algunos años en la página web desdomesetdesminarets.fr. Admirado por su higiene y elegancia, apreciado porque defendía de los roedores los escritos de los sabios, muchos poetas y místicos han escrito las alabanzas del animal favorito del Islam. La actitud hacia los perros es en el Islam bastante ambigua. Un hadiz dice: “Quien posea un perro, al menos que lo utilice para la caza, o para guardar el rebaño y la tierras, ve su recompensa disminuir dos Qirât cada día”. A partir de ahí, las respuestas de los sabios son muy diversas. Según el chiita Ismail Safavi, el perro es un animal impuro, y no sólo porque hace que sean impuros los platos y vasos que pueda tocar con su boca, sino, sobre todo, porque según el Imam Ali Ibn Abi Tâlib (primo y yerno de Mahoma), Allah creó al perro de la saliva de Satanás. Opinión totalmente contraria es la de la Unión de las Mezquitas de Francia, presidida por Mohammed Moussaoui, que ya hace dos años reaccionaron contra “ciertas personas que rechazan la presencia de los perros-guías para invidentes porque su baba forma parte de las materias ritualmente impuras”. También ellos citan un hadiz: “Según el Profeta, un hombre vio un perro tan sediento que comía tierra húmeda. Utilizando su calzado, el hombre sacó agua y la ofreció al perro. Dios vio que había hecho una obra buena y le hizo entrar en el paraíso”
El pasado 7 de abril se levantó el confinamiento de Wuhan, y su mercado de animales acaba de ser reabierto, aunque leo en El Correo que el Ministerio de Agricultura y Asuntos Rurales chino prepara una lista de animales que pueden ser consumidos, en la que no entrarían aquellos que, como el pangolín, están en peligro de extinción. El mercado de Wuhan trae a mi memoria al taiwanés Thomas Yeh, nuncio del Vaticano en Argelia y Túnez, a quien pregunté un día qué animales se comían en China. “Todos”, fue su respuesta. Luego, cada vez que me visitaba, me hacía con tono burlón la misma pregunta: “Cuándo vamos a comernos a Kali?” Kali era una perra pequeña y simpática, mascota preferida de los niños del catecismo.
En España, donde por algo existe el refrán “dar gato por liebre”, no se comen los perros. Al contrario, la presente pandemia los ha convertido en dueños y señores. Desde el primer día de confinamiento, además de acudir a la farmacia o al supermercado, se ha podido sacar a pasear al perro (pero no a los niños). Y corre el bulo (¿tal vez cierto?) de que algunos dueños han prestado a sus perros para que otros pudieran salir a respirar un poco de aire fresco.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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