Hacer el bien a todo el mundo

12/05/2010 | Cuentos y relatos africanos

Mabokwansefu era la irrisión de los otros hombres. Tenía un corazón tan compasivo que hacía el bien a todo el mundo y no hacía mal a nadie.

Una mañana en que se encaminaba a sus plantaciones con el azadón al hombro y la lanza en la mano, oyó que no lejos del sendero, en una gran trampa, se debatía una presa.

Se aproximó, se asomó al foso y reconoció por los grandes ojos húmedos, el hocico de seda negra y los pequeños cuernos de su frente a una pequeña gacela Kashia, desesperada al verse prisionera en la trampa.

Al ver al hombre y su lanza, la pobrecilla se creyó perdida. ¿Qué sabía ella de Mabokwansefu?

Así que, cuando la hubo sacado del foso y la tenía entre sus brazos y ella trataba de toparle con sus cuernos, oyó que la hablaba bajito y dulcemente en la oreja, y se quedó asombrada.

-Venga, escapa deprisa -le dijo él. Que nadie sepa que te he liberado. Esta enorme trampa no se ha hecho para ti, tontorrona.

En cuanto se vio con las cuatro patas en el suelo, le miró y viendo que hablaba en serio, salió disparada como un rayo.

Poco después, Mabokwansefu tropezó con una enorme pitón y su camada de cinco pequeños enroscados junto a su madre y que, medio muertos de frío, no podían ni moverse.

En cuanto los vio, Mabokwansefu alzó la lanza para defenderse, pero la pitón no se movió.

-No me ataques -le dijo-. Mejor métenos en tu cesto y llévanos al otro lado del río, allá abajo, donde hay una roca que el sol va a calentar muy pronto.

Mabokwansefu hubiera preferido seguir su camino y no tener que cargar con la pitón y su camada, pero no contaba con su corazón
que empezó a golpear su pecho y a repetir: «Sí, llévala. Sí, llévala. Sí, llévala».

-¿Qué te pasa? -acabó por preguntar a la serpiente, dejando en el suelo su lanza- ¿Por qué estás en el suelo?.

-Ha llovido tanto la noche pasada que el frío nos ha sorprendido y no podemos desentumecernos.

Con mil precauciones para no hacerles daño, Mabokwansefu consiguió meter en su cesto a la pitón y a sus cinco pequeños.

Puso la tapa y enganchó el cierre. Se cargó el cesto a la cabeza y se encaminó hacia el río.

Pronto el sol se coló por la rendijas del cesto. La pitón recibió su calor y empezó a descongelarse; las cinco crías revivieron.

-Estáos quietos ahí arriba -pidió el hombre, al que las pitones empezaban ya a pesar demasiado-; no os mováis, por favor.

La gran pitón apaciguó a sus pequeños que se quedaron quietos. Como el calor aumentaba, Mabokwansefu se alegró mucho al llegar al río; ¡iba a poder refrescarse!

-Llévanos a nosotros también al río -pidió la gran pitón-, para que mis pequeños y yo podamos también refrescarnos un poco.

Sefu no le negaba nada a nadie, así que destapó el cesto y entró en el agua con ellos para que pudiesen refrescarse.

-Un poco más adentro -pidió la pitón.

El agua le llegaba ya al buen hombre hasta la cintura.

-Más adentro todavía -suplicó la pitón.

Y Mabokwansefu se metió un poco más en la corriente. Cuando el agua le llegaba a los hombros, se detuvo y dejó salir del cesto a la pitón y a sus pequeños.

En cuanto estuvieron fuera, la pitón rodeó en sus anillos a su benefactor y empezó a estrecharlo más y más.

-¿Qué haces? -le preguntó el hombre.

-Te voy a asfixiar -respondió la pitón-. Hace mucho que he oido hablar del compasivo Mabokwansefu.

-Lo que vas a hacer no está bien -dijo el pobre hombre-. No es así como se agradece a un bienhechor.

-Te aseguro que se dice que los hombres no se comportan de otra manera -silbó la serpiente.

-Pues sí -repuso Mabokwansefu, acordándose que él no había hecho nunca mal a nadie-, pues sí, los hombres se comportan de otra manera: devuelven bien por mal.

La pitón sacudió la cabeza:

-¿Y si fuéramos a consultar al bananero que crece junto a la orilla -propuso la pitón con una aviesa sonrisa.

Y se acercaron al bananero.

-Hermano árbol -preguntó Mabokwansefu al bananero- ¿te parece honrado maltratar a alguien que te ha hecho el bien? ¿Asfixiarle? ¿Matarle? ¿Devorarle?.

El bananero balanceó un poco sus largas hojas que susurraron como si las agitase el viento y he aquí lo que respondió:

-¡Yo no tengo más que un año de vida, pero ya he visto un montón de cosas! Mis tíos y mis tías, eran buenos bananeros y daban generosas cantidades de bananas. Los hombres venían con grandes cuchillos y cortaban los racimos y para agradecer a los bananeros, los abatían cruelmente y los tiraban al suelo. Esta es la suerte que me espera a mí también; porque los hombres no tienen otra manera de agradecer a los bananeros.

La pitón se lanzó sobre el hombre y se enrosccó furiosa alrededor de su pecho.

-¿Has oído lo que dice tu hermano, el bananero? -preguntó con una sonrisita irónica.

-¡Por favor! -suplicó el hombre- ¡No lleves adelante tan pronto tu ingratitud! ¡ No se puede juzgar por un único testigo ni escuchar sólo una sentencia!

La pitón consintió y aflojó sus anillos.

De un gran árbol de la selva surgió zumbando un enjambre de abejas.

-Mira -dijo Mabokwansefu-, consultemos a las abejas.

-Hermanas abejas, hermanas abejas, ¿es justo maltratar al benefactor en vez de agradecer su beneficio? ¿Se le asfixia, se le mata, se le devora?

Las abejas agitaron sus alas más rápidamente, el zumbido subió de tono y he aquí lo que respondieron:

– Nosotras no sabemos lo que es justo o no lo es, pero esto es lo que hacen los hombres con nosotras para recompensarnos. Cuando el pájaro melifluo les guía hasta nuestro panal, ellos empuñan sus hachas y abaten el árbol, luego le prenden fuego para ahumarnos y robarnos nuestra miel. ¡Eso es lo que hacen los hombres!

De nuevo, la pitón se lanzó sobre Mabokwansefu y se preparó a devorarlo.

-¡No, no, todavía no! -gritó el desgraciado-. No es posible que las cosas sean siempre así. Necesitamos más jueces antes de que me devores.

Le costó un enorme trabajo convencer a la pitón, pero como, «después de todo, pensaba acabar devorándolo, pues…»

Vieron salir de la espesura un delicado hocico sedoso, dos cuernecillos puntiagudos y dos ojos de dulce mirada, era una Kashia.

-Pequeña Kashia, hermanita -dijo Mabokwansefu-, ¿te parece justo que la serpiente me devore para recompensarme por haberle salvado la vida?

-Bueno, eso depende -dijo la delicada Kashia.

-¡Claro que sí! -se regocijó la pitón.

-Depende del peligro del que la hayas salvado.

-¿Tengo que contarte la historia?

-¡Naturalmente! -replicó la Kashia-. Vayamos por partes, ve despacio y cuéntamelo bien todo, no te olvides de nada y, si te es posible, háblame de los gestos, sí, de los gestos; porque me cuesta trabajo mantenerme atenta.

Mabonkwasefu se puso a narrar cómo había encontrado a la pitón y sus pequeños ateridos de frío y como los había transportado en su cesto hasta el río.

-¡Lo que estás contando es imposible! ¡Tengo que verlo con mis propios ojos para creerlo!

-¡Mira que eres incrédula!

-No te está contando una mentira -dijo la pitón.

-No le creo. Sólo le creeré cuando vea a la pitón y a sus pequeños en el cesto igual que estaban cuando este hombre los llevaba sobre su cabeza.

La pitón empezaba a perder la paciencia. Abrió ella misma el cesto, hizo entrar a sus pequeños y se metió dentro.

-Perdonadme -dijo la incorregible Kashia-. Perdonadme si quiero saber si verdaderamente la cabeza de la serpiente estaba así, fuera del cesto o bajo la tapa.

-¿Y eso qué importa? -protestó la pitón.

-Importa y mucho -dijo la Kashia-. Me niego a daros mi opinión
si este hombre no me demuestra que ha podido meteros a todos vosotros en su cesto…

-¡Estúpida! -silbó la serpiente-. Claro que estábamos todos dentro del cesto como estamos ahora, con los últimos anillos del cuello y la cabeza bajo la tapa.

-Todavía no lo veo claro: ¿la tapa estaba cerrada o suelta?

-Estaba así -dijo Mabokwansefu, pasando el gancho de la tapa por el anillo del cesto.

-Empiezo a comprender -sonrió la Kashia-, pero dime, hombre, cuando el cesto está así cerrado, ¿se puede abrir desde dentro?.

-No, imposible.

-Bien, muy bien, me habéis expuesto el caso con toda claridad.
¿Quieres de verdad mi opinión, señora pitón?

-¡Estoy rabiando por conocerla!

-Ahora que el cierre está echado y que no se puede levantar la tapa desde el interior, me parece que ya no se trata de saber si la pitón debe devorar a Mabokwansefu. Mas bien se trata de si Mabokwansefu escapará de la muerte matando a la Pitón. Pero esta cuestión… yo no puedo decidirla, permitid que la deje resolverse por si misma: yo no tengo la suficiente experiencia como para actuar como juez.

Mabokwansefu comprendió al fin la treta de la pequeña Kashia. Le acarició la frente, entre los cuernecillos y le dijo sonriendo agradecido:

-¡Te debo la vida!

-¡Tú salvaste la mía aquella mañana! -respondió la Kashia-. ¡Estamos en paz!

Y se alejó saltando velozmente sobre sus ágiles patas.

De la perversa pitón y de sus pequeños es casi inútil añadir que no hicieron en adelante mal a nadie.

Mabokwansefu se ocupó con todo cuidado de matarlos, lo que nos permite estar tranquilos con respecto a ellos.

Y en cuanto a él, fue mucho más cuidadoso al elegir a quienes ayudar y reservó, siempre que le era posible, su deseo de hacer el bien para los que lo merecían.

(Tomado del libro «Sur des lèvres congolaises», pág.129)

texto original: Olivier de Bouveignes

traducción del francés: María Puncel

1 Comentario

  1. Hacer el bien a todo el mundo
    Excelente historia, que nos deja una gran lección sin duda el mundo seria un lugar mejor si hubiera mas gente como este campesino.
    Aveces nos cuesta tanto trabajo hacer el bien cuando el mal es tan fácil sin embargo es de todos sabido que el trabajo arduo trae grandes recompensas por ejemplo el campesino que cultiva la tierra con amor cosecha buen fruto obra de su trabajo, mientras que el malvado y perverso encuentra su fin de la misma manera que vive su vida.

    Puede ser difícil hacer el bien pero si todos lo hacemos sera mas fácil aportemos nuestro granito de arena a este mundo sembremos bien cosechemos amor y reguemos lo por todo el mundo.

    La mejor forma de acabar con la maldad es no siendo parte de ella ya que nuestra debilidad la hace mas fuerte.

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