Basándonos en los escritos del propio papa Francisco y de J.I. Faus, de J.M. Gordó y otros teólogos, podemos afirmar que Francisco ha sido un papa de las personas marginadas, dialogante con todos los líderes mundiales, cercano y compasivo, apostando siempre por la dignidad humana, particularmente de las personas oprimidas, por un desarrollo integral y ecológico, por el diálogo en los conflictos, por una política y economía éticas y justas, al servicio del bien común. En sus últimos mensajes, dijo: “la economía ética no mata ni aplasta”, como lo hace la economía capitalista actual. Recientemente se había centrado en sus libros, en promover la paz en el mundo y en ser testigos y peregrinos de la esperanza.
Francisco ha sabido centrar la fe cristiana y la misión de la Iglesia en aquello que es el centro del evangelio: la máxima dignidad y la presencia más real de Dios en aquellos que son los sufrientes y los oprimidos de nuestra sociedad, sin los cuales toda religiosidad y toda política económica queda falseada.
Francisco ha sido el papa de “todos”, de la amistad sincera y profunda con algún rabino judío y algún imán musulmán, el papa que abrazaba a todos, y que ha creado también tensiones entre los radicales y fundamentalistas de uno u otro extremo religioso, político o social.
Todos los líderes mundiales, políticos y religiosos, buscaban la foto con el papa, pero se olvidaban de sus mensajes si les incomodaban. La última visita al papa fue la del vicepresidente de EE.UU., Vance, y el mensaje del papa fue muy oportuno: “La Iglesia y la sociedad han de ser siempre abiertas a todos”, pero quizás ya lo ha olvidado.
Los “últimos” del mundo, como los inmigrantes y los marginados, han perdido hoy a uno de sus mejores defensores, quedando abierta, todavía más, la pista para la inhumana política de los dictadores y poderosos, y para los “palmeros” que les hacen la ola. Ha dejado abiertas muchas puertas de cambio y de mayor integración de los jóvenes y de las mujeres a todos los niveles, pero también es cierto que hemos visto pocos cambios estructurales y del ejercicio del poder.
Se nos ha ido un papa que, desde el minuto uno de su elección, dijo que los pobres iban a ser los preferidos en el tiempo que estuviera al frente de la Iglesia católica. Y que lo iban a ser en coherencia con el programa proclamado por Jesús de Nazaret en el monte de las Bienaventuranzas y en la parábola del juicio final: “Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Es lo que evidenció en su primer viaje fuera del Vaticano, a la isla de Lampedusa, el 8 de julio de 2013. Allí se aproximó, acompañado por decenas de embarcaciones, muchas de ellas de pescadores, al monumento en memoria de los migrantes muertos en el mar, se reunió con los inmigrantes presentes en la isla. Los saludó uno a uno e intercambió algunas palabras con algunos de ellos y regresó al Vaticano con tres familias de inmigrantes.
Francisco ha sido un papa realista y dialogante, y por eso no ha podido implementar muchos cambios, incluso estructurales, para no dejar de lado a tantos en descuerdo. Ha preferido siempre la unidad y la comunión en situaciones de conflicto, aunque tampoco ha dudado en ser firme con los fundamentalistas, de un extremo u otro, ni en los casos de abusos sexuales. Su visión ha sido siempre integral, abrazando todas las dimensiones de ser humano y a todos pueblos, para construir juntos la familia humana universal.
CIDAF-UCM