No me acuerdo de cuántas veces me violaron. Los rebeldes me forzaban todos los días, y al final no podía caminar y me tenía que mover como si fuera una rana dando saltos”. Con .esta contundencia se expresó Esther Otim, una chica que ahora tiene 20 años y que en 2004, con apenas diez, fue secuestrada en su pueblo del Norte de Uganda por el temido Ejército de Resistencia del Señor (LRA) de Joseph Kony, en el Norte de Uganda. Esther fue una de las víctimas que habló enfrente de los delegados de más de cien países en la conferencia internacional sobre la Violencia Sexual en los Conflictos que se celebró esta semana en Londres.
Los datos sobre esta repugnante lacra dan vértigo. Según la UNICEF, cada año son víctimas de la violencia sexual en los países en conflicto nada menos que 150 millones de chicas y mujeres, además de 70 millones de chicos. Pero son poquísimos los casos en los que comparecen delante de la justicia los perpetradores de estos crímenes. La conferencia, que se convocó tras dos años de una campaña mundial muy intensa (y que comenzó en mayo de 2012) ha intentado que se pongan en marcha mecanismos internacionales para detener este crimen de guerra. Acudieron cientos de expertos en el tema, víctimas, líderes religiosos y trabajadores de ONG que se ocupan de ayudar a quienes han sufrido violencias sexuales en situaciones de guerra. El gobierno británico hizo de anfitrión, y su ministro de Asuntos Exteriores William Hague co-presidió los cuatro días de conferencia junto con la actriz Angelina Jolie, en su calidad de enviada especial de la ONU para el tema de la violencia sexual en países en conflicto. Mucho se ha discutido sobre si es efectivo o no el que personas célebres del mundo del cine, el deporte o la música presten su imagen para abogar por causas humanitarias o de derechos humanos. Personalmente, creo que aunque tiene sus límites, todo depende de la seriedad con la que la persona en cuestión tome el tema, y en este sentido la trayectoria de Angelina Jolie ha sido favorable y ha dado visibilidad a un tema que lo necesitaba urgentemente.
La violencia sexual la utilizan, desde hace muchos años, grupos armados tanto rebeldes como estatales, en infinidad de conflictos. En África han sufrido esta lacra millones de mujeres –y también hombres, aunque en menor medida- en países como la República Democrática del Congo, los dos Sudanes, Uganda, Nigeria, Liberia, Sierra Leona o la República Centroafricana, entre otros. Lo que produce mayor horror no es que un soldado incontrolado en un momento en el que se le dispara la adrenalina (o la testosterona) y se cree con derecho a hacer lo que le da la gana le dé por violar a una mujer para dar rienda suelta a sus bajos instintos, sino el hecho de que la violación se ha convertido en una estrategia de guerra muy bien pensada. Con ella se inflige un enorme daño a comunidades enteras, que viven durante años bajo el terror y la humillación. Los efectos de este desgarro del tejido moral se hacen notar incluso muchos años después de que un conflicto se ha terminado. Para un ejército determinado a destruir al contrario, violar a cientos o a miles de mujeres en la zona del enemigo puede ser mucho más efectivo que matar. Lo que más daño hace a una sociedad no es perder a algunos de sus miembros, sino tener que vivir con miles de sus ciudadanos más vulnerables arrastrando el peso de un trauma y de recuerdos infernales que apenas se curará aunque pasen muchos años.
Otra de las víctimas que ofrecieron su testimonio durante esta conferencia fue Angela Lakor Atim. Cuando tenía 14 años fue secuestrada, junto con 138 de sus compañeras, en el dormitorio de la escuela secundaria de Aboke, también en el Norte de Uganda. Aquella noche de octubre de 1996 fue el comienzo de una pesadilla que duró ocho años, los que estuvo como cautiva del LRA y obligada a ser la esclava sexual de un hombre que podía haber sido su abuelo. Escapó en 2004 y ahora, a sus 32 años, trabaja con una ONG que se ocupa de asistir a secuestrados del LRA que consiguieron escapar. Una de las cosas que dijo a la asamblea es que “nuestras vidas no podrán ir adelante si los responsables del abuso que sufrimos siguen libres y cometiendo las mismas atrocidades con otras chicas”.
Tiene toda la razón del mundo. La falta de justicia y la impunidad con que estos crímenes suelen quedar es añadir sal a la herida que han sufrido las víctimas. No raramente, cuando terminan las guerras, los responsables de las mayores barbaridades no sólo se quedan libres sino que incluso ocupan cargos importantes que les otorgan inmunidad judicial. Por poner un ejemplo conocido, uno de los señores de la guerra de Liberia, Prince Johnson, es ahora senador en su país. Cuando, hace pocos años, la comisión para la verdad y la reconciliación que examina los crímenes cometidos en este país de África Occidental, publicó sus conclusiones, presentó una lista de personas a las que se podía imputar responsabilidad por haber cometido, o colaborado en, crímenes de guerra, y recomendó que se las inhabilitara para cualquier cargo público. La respuesta de la presidenta liberiana Ellen Johnson-Sirleaf –sí, esa señora a la que se dio el Premio Nóbel de la Paz en 2011- fue destituir fulminantemente a todos los miembros de la citada comisión.
La impunidad no es el único problema al que las víctimas de la violencia sexual se enfrentan. Las dos chicas víctimas del LRA que hablaron en la asamblea mencionaron el estigma que sufren en sus comunidades como un problema que no les deja vivir en paz, a ellas y a los niños que concibieron y dieron a luz como resultado de las violaciones que sufrieron. Cuando callan las armas, las miles de mujeres que en un país han sufrido la violencia sexual suelen, por lo general, permanecer invisibles y luchar por salir adelante sin que –con muy contadas excepciones- nadie las ayude, teniendo además que soportar el sambenito de ser señaladas por sus propios vecinos como “las chicas de los rebeldes”. Muy pocas de ellas conseguirán recuperarse, casarse y tener una vida normal.
Creo que no exagero. Durante mis años en el Norte de Uganda conocí bastantes casos de muchachas que, tras haber pasado varios años como esclavas sexuales con el LRA y haber vuelto a sus poblados, terminaban buscando al comandante (ya desmovilizado) con el que habían convivido en la guerrilla y que era padre de sus niños, para irse de nuevo a vivir con él. “Por lo menos ya nos conocemos y estoy acostumbrada a él”, solían decir. Sobran todas los comentarios.
Original en : En Clave de África