A lo largo de los tiempos nuestra sociedad ha seguido habitualmente dos vías de inspiración y comportamiento: la convicción personal y la opinión de los demás, y a veces ha optado por una de ellas, olvidando la otra. La opción más marginada en la historia de la mayoría de las culturas y pueblos ha sido la voz del pueblo, para seguir la voz de los jefes poderosos, con frecuencia impuesta sobre los demás. Las Constituciones de la mayoría de las naciones y organizaciones internacionales, como la propia ONU, reconocen claramente que el poder es del pueblo: “Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas…” (Art.I). “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Los dictadores siempre se apropian del poder que pertenece al pueblo para imponer su voz y el control de los recursos públicos para beneficio propio y de los suyos. El abuso de poder, tanto en los ambientes familiares, como sociales, religiosos y globales ha sido y sigue siendo una constante desviación de la invitación a escuchar la voz interior y la voz de los demás. Un pueblo llegará a ser y a relacionarse como comunidad en la medida que aprenda a escuchar las dos voces más importantes en toda vida humana: la voz interior personal y la voz del pueblo. Las tres palabras claves son pues: escuchar, voz interior y voz del pueblo. El principio de toda sabiduría es: escuchar, y esto es precisamente lo que más falta en nuestra vida a todos los niveles. A veces llegamos a oír voces, música, redes sociales, etc., pero escucharnos mutuamente es un arte y un don que pocas personas conocen. La falta de una escucha atenta, abierta y acogedora nos empobrece sin darnos cuenta y nos priva de compartir en profundidad y de aprender de los demás. Nuestra mente anda llena de preocupaciones, de música, de imágenes, mensajes y de planes que nos impiden estar presentes a los que viven a nuestro lado. Por eso nos interrumpimos constantemente, para acaparar la atención de los demás. Por eso las mesas redondas y los debates se han convertido en monólogos, porque somos incapaces de dialogar y, por tanto, de relaciones enriquecedoras. Es necesario escuchar esta voz interior de nuestro ser profundo y de nuestra fe personal para poder ser honestos, sinceros, respetuosos y solidarios con los demás. Solo cuando escuchamos la voz interior podremos ser libres y capaces de buscar y trabajar para el bien de los demás. Escuchar la voz de los demás y de todo el pueblo es también una exigencia fundamental para una convivencia digna, acogedora y trabajar juntos por el bien común. Cuando solo escucho la voz de mi grupo, de los que me interesan, de los que necesito para mis planes, entonces estoy sembrando división, oposición y destruyendo la comunidad, la convivencia y todo desarrollo auténtico. Si algo pone en peligro la paz nacional y global, y el mismo desarrollo sostenible, es la dictadura de los poderosos, que destruye la gobernanza responsable y la gestión ética y profesional de los recursos que pertenecen al pueblo. El pueblo de cada país puede y debe exigir tener la voz de nuevo para decidir la calidad de gobernanza y de gestión de recursos que beneficia a toda la sociedad nacional y global. Es hora de salir de los grupitos y partidos manipuladores y radicalizados para escuchar la voz de cada persona y la de todo el pueblo y poder trabajar juntos por el bien común. Debemos volver a escuchar y respetar la voz interior de cada persona y la voz de todo el pueblo. Con esta capacidad de escucha, diálogo respetuoso y compromiso podemos centrarnos en el objetivo común: respetar la dignidad de cada ser humano y trabajar juntos para promover el desarrollo sostenible de toda la sociedad y garantizar la convivencia que todos deseamos. CIDAF-UCM
La autenticidad por encima de la falsa unidad, por Lázaro Bustince
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