La mayoría de las comunidades africanas guarda celosamente su sabiduría relativa a la supervivencia, la cual siempre consideran que está en juego y por eso colocan sus informaciones lejos de los curiosos.
Mitos y tradiciones confeccionan un tejido especial que, cual misteriosa cortina, es difícil de penetrar sin herir susceptibilidades, a menos que la contraparte le ofrezca la luz para una travesía feliz y la cual se cumpla rindiendo culto a la bondad del otro, de quien les conduzca por el sinuoso laberinto del aprendizaje.
De ahí que el etnólogo Mariel Griaule (1898-1956) y la antropóloga Germain Dieterlen (1903-1999), ambos franceses, demoraran 15 años en confirmar sus hipótesis sobre los conocimientos estelares que poseía una comunidad enclavada en los farallones malienses de Bandiagara: el pueblo dogón.
Aún hoy astrónomos e historiadores disienten respecto a cuáles son las fuentes de sabiduría del espacio sideral de esa civilización, sobre la cual existen varias versiones de su procedencia incluyendo una que sitúa sus orígenes en Egipto, muy lejos del acantilado maliense.
La historia de esa comunidad está imbuida de misterios relativos a su saber en el desempeño de la agricultura y la herrería, pero sobre todo por el conocimiento del mapa estelar y en este especialmente sobre las estrellas Sirius (a y b), de las cuales se comenzó a conocer entre los estudiosos occidentales en el siglo XIX.
En 2019 se cumplirán 30 años de que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declarara Patrimonio de la Humanidad a ese territorio maliense cercano a Burkina Faso y previo a esa celebración muchos se remiten a los enigmas atesorados por ese pueblo.
Según levantamientos arqueológicos en esa zona del sureste maliense existen indicios de poblamientos de hace más de cinco mil años, pero el pueblo Dogón llegó a esa área hace unos 600, cuando procuraban un sitio seguro tras huir de guerras entre tribus y al temor de convertirse en esclavos.
Quienes emigraron hacia suelo maliense en el siglo XV huían del imperio Mossi de Burkina Faso, que empezó perseguir a las etnias de su entorno más cercano para esclavizarlas e islamizarlas.
Al partir de sus tierras originarias, los dogones mantuvieron sus ritos y confesiones, y no se convirtieron al Islam. Al llegar a su destino, con sus rústicas cabañas se asentaron entre precipicios.
No obstante las dataciones aproximadas con respecto a la presencia y desempeño de esa comunidad en la hostil falla están plagadas de incógnitas.
Según algunos pasajes de la tradición oral, cuando los dogones llegaron a Bandiagara en esa zona habitan los Tellem, un pueblo que vivía en el acantilado desde el año 3000 antes de nuestra era.
Aunque para cualquier estudio sobre esa sucesión es importante señalar que los Tellem presumiblemente despojaron a los antiguos moradores, los pigmeos, quienes casi siempre quedan fuera de las historias.
Algunos especialistas opinan que los recién llegados dogones pudieron absorber la cultura y costumbres de todos los residentes anteriores, otros no descartan que una comunidad aplastó o desalojó a la otra, lo seguro es que la migración conllevó a la adaptación de los viajeros a un nuevo habitad.
Se estima en unos 400.000 los integrantes de la comunidad, pero esa evaluación se centra más bien en quienes habitan en el área de los farallones. Otros cálculos plantean que en general pueden llegar a ser un millón, tomando en cuenta a quienes se expresan en Dogón, lengua que agrupa varios dialectos.
La adecuación a su destino no planteó sin embargo la eliminación de viejos cultos y costumbres, sino que pudiera ser lo contrario, que reafirmara sus tradiciones y los rituales relativos a la vida y la muerte, así como la significación de sus llamativas máscaras, en las que sobresale la Kanaga, que sintetiza varios mitos, incluso el de la creación.
El culto tradicional dogón es animista, en el cual le tributan a un espíritu ancestral: Nommo, aunque algunos académicos opinan que son espíritus menores habitantes en el agua, a los que se teme porque causan ahogamientos. Actualmente una parte de la población profesa el Islam y otra el cristianismo.
Ahora no es peligroso visitar la zona, adonde acuden turistas e incluso existen instalaciones dedicadas a la estancia de esos viajeros, pero el conjunto de viviendas de la población continúa guardando la tradición de mantener la semejanza; algunos estudios revelan que es un orden simbólico, asimilado a la figura del cuerpo humano.
LAS ESTRELLAS Y LA MEDICINA
Entre los enigmas de los dogones sobresale su sabiduría sobre la estrella Sirius, de la Constelación Can Mayor, pero concretamente sobre la existencia de una segunda más pequeña, que en la astronomía correspondería a la estrella Sirius B, imposible de ver sin equipos avanzados, por su cercanía a la otra y por ser un astro blanco menor. Según el etnólogo Griaule y la antropóloga Dieterlen, la comunidad Dogón poseían conocimientos astronómicos de estrellas invisibles a simple vista, lo que despertó la curiosidad de otros estudiosos y les estimuló acercarse a ese grupo humano.
Los dogones incluso conocían a una tercera estrella, próxima a las otras dos, y cuyo descubrimiento es reciente (dos décadas), y que sería una estrella roja, descrita por ellos como la sede de todas las almas, según supieron los investigadores tras los 15 años que demoraron en ganar la confianza del jefe de la comunidad, el Hogón (pues el superior es el Gran Hogón).
El líder comunal les describió un círculo que representaba el cosmos, con símbolos en su interior, entre ellos Sirius y una estrella gemela, y les precisó que esa rotaba en torno a la primera en un período de unos 60 años, y cuando la trayectoria se completaba se celebraba un festejo con máscaras muy especiales.
Es notorio que ‘sin nunca haber usado un telescopio, los dogones también sabían de la existencia de cuatro lunas de Júpiter.
En verdad, Júpiter posee muchas otras, pero las mayores y principales son cuatro: Io, Calixto; Ganímides y Europa.
Además de eso, ellos sabían que Saturno tenía un anillo’, señala un reportaje de la revista Voyager.
Sin embargo, la medicina es el conocimiento más avanzado de esa comunidad, pero cuando se les pregunta a los ancianos sobre los métodos de sus curaciones, respondían con el silencio.
Las dudas de antropólogos, historiadores y astrónomos generan cada vez más incertidumbre sobre una civilización de la cual los ‘ufólogos’, al no poseer otra explicación, declaran que las fuentes de tal sabiduría procede de contactos y relaciones con seres alienígenas.
De todas formas los dogones continúan la rutina de su vida y de vez en vez miran hacia el cielo, no en busca de lo desconocido, sino de la lluvia que beneficie la agricultura, específicamente el cultivo de mijo, fundamental en su alimentación, o del algodón, sobresaliente en su economía doméstica, algo muy mundano.
Lázaro César – Periodista de la Redacción de Cultura, de Prensa Latina
Fuente: Prensa lLatina
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