A la sombra de un árbol, con los lactantes colgados al hombro, treinta mujeres aprenden cómo detectar la desnutrición en el patio del centro médico Barago, un pueblo perdido en el sur de Níger, uno de los países más pobres del mundo.
Por orden, pasan alrededor de los brazos de sus bebés, un brazalete tricolor (PB) para medir el espesor del brazo y detectar la malnutrición. «está en el verde, mi hija está a salvo» se regocija en el idioma hausa, Fatouma Issa, madre de una niña de dos años.
Prácticamente todos analfabetos, estas mujeres también aprenden a detectar los edemas, otros indicadores de desnutrición, pellizcando ligeramente el vientre de los niños. Si el niño sufre de edema, la marca de los dedos será visible en la piel, explica Halirou Boubacar, agente de Alima, un proyecto nutricional y de salud ubicado en Zinder (al sur de Níger) y financiado por la Unión Europea.
En Níger, país árido, la tasa de desnutrición ya ha alcanzado el 15%, el «umbral de emergencia» establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hasta el momento, agotadoras campañas de detección en masa estaban delegadas a los trabajadores de la comunidad, es decir, a los aldeanos entrenados para esta tarea. Pero esta misión ha mostrado sus límites debido a la falta de personal y a la falta de transporte.
«Es imposible que puedan atender a todos los niños desnutridos, sobre todo en pueblos muy remotos», declaró Isabel Coello, responsable de Información de ECHO, el servicio de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Comisión Europea.
Ante el aumento alarmante de casos y para ampliar el campo de detección, ECHO puso en marcha en 2014 una «nueva estrategia» la de la colocación de las madres «en el corazón de la pelea», mediante su participación en la detección de la malnutrición, que puede resultar fatal, especialmente en niños menores de cinco años. «Sólo contamos con cortas palabras en su idioma para que ellas dominen el gesto», declara Boubacar Halirou. “Partimos de la premisa de que las madres son las principales cuidadoras del niño», señala Sayadi Sani, directora de la ONG nigeriana de Bienestar de la Mujer y la Infancia (BEFEN).
En 2015, 43.000 madres fueron entrenadas en la detección y ayudaron a «salvar» a muchos niños de una muerte segura, dice ECHO. «Puesto que saben los síntomas nos traen a los niños antes de que su condición empeore», comenta Abdoulaye Fátima, enfermera en Gouna, una ciudad vecina de Barago.
La detección temprana es «esencial» para evitar complicaciones que causan numerosas muertes y hospitalizaciones costosas, insiste Sayadi Sani. Entre enero y abril, más de 176.000 niños menores de cinco años con desnutrición severa han sido tratados en estas estructuras especializadas, de acuerdo con estas ONG.
Tanto en Barago como en Gouna, las madres también han dado un paso de gigante para romper viejos tabúes que prohíben dar a los bebés huevos, carne o leche materna al nacer. Según estos rumores ancestrales «comer huevos hace que los niños crezcan sordos y mudos» o «comer carne los harán mendigos».
«Ahora estamos dando a nuestros hijos todos estos alimentos y son aún más inteligente», dice Fatouma Issa. Pero para cumplir mejor su papel, estas madres a menudo tienen que esconderse de sus maridos.
En la región de Zinder, en gran medida musulmana, «incluso en casos de emergencia sanitaria,» las mujeres no tienen derecho a «poner un pie fuera de casa sin el permiso de su marido”, se lamenta Rabi Sani, una trabajadora social.
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Fundación Sur