En deuda con China

24/06/2020 | Opinión

“China va a aligerar la deuda de algunos países africanos”. Lo publicó el pasado 17 de junio Ecofin, agencia de noticias económicas de África, basándose en un discurso del presidente Xi Jinping transmitido por la CGTN (televisión pública china). Desde que apareció la covid-19 algunos dirigentes africanos han pedido la anulación de la deuda externa. Pero no es eso lo que el presidente chino ha prometido. Según el texto de la CGTN “Para los países africanos más tocados por el virus y que sufren fuertes presiones financieras, China trabajará con la comunidad mundial para sostenerles aún más, por ejemplo prolongando el período de suspensión de la deuda”. “Animaremos a las instituciones financieras chinas a que respondan a la iniciativa de la suspensión del servicio de la deuda del G20, y a mantener consultas amistosas con los países africanos según los principios del mercado, para transformar los préstamos en acuerdos con garantías soberanas”.

Entre 2000 y 2018 China habría prestado a África 152 millardos de dólares. [Para evitar confusiones al hablar de cantidades tan enormes, en lugar de “mil millones” utilizo “millardo”, galicismo aceptado por la RAE en 1996, equivalente al “billion” anglosajón pero no al “billón” español]. Esos 152 millardos de dólares corresponderían al 17 % de la deuda africana según el Banco Mundial (al 20 % según el Jubilee Debt Campaign). El término “deuda” engloba realidades muy diferentes: Préstamos sin intereses, préstamos concesionales, líneas de crédito, financiación de proyectos. La participación directa de empresas chinas en éstos últimos, (por ejemplo la línea ferroviaria Kampala-Nairobi-Mombasa, en África del Este, y los 535 km. que unen Brazzaville y Pointe-Noir en la República del Congo) hace que las formas de financiación sean muy diversas, y que por ello se hable a veces de opacidad de la ayuda china y de “deuda escondida”.

Como miembro del FMI y del Banco Mundial, China ya trabaja con la comunidad mundial “prolongando el período de suspensión de la deuda”. El 14 de abril el FMI aprobó 500 millones de dólares para suprimir seis meses de pagos a 25 países, de los que 19 eran africanos. Es también posible que China cancele la deuda de los préstamos acordados sin intereses, que equivalían al 9 % de los 60 millardos de dólares prometidos en el Foro de Cooperación China-África (FOCAC) 2015, y al 25 % de los 60 millardos de dólares prometidos en el FOCAC 2018. Pero es poco probable, porque sería excesivamente costoso, que China condone los préstamos concesionales y los préstamos comerciales. Los chinos prefieren “consultas amistosas” país por país, que podrían llevar en algunos casos a una restructuración de la deuda, como ocurrió con los 4 millardos de dólares del ferrocarril Addis-Yibuti, cuyo vencimiento fue prolongado veinte años. En su intervención televisiva, Xi Jinping habló también de “acuerdos con garantías soberanas”. En el caso del puerto marítimo construido en Hambantota, la ciudad esrilanquesa desbastada por el terremoto del océano Indico de 2004, China transformó la deuda en un arrendamiento de 99 años del puerto y el terreno circundante. A ese propósito, algunos especialistas hablan de la “diplomacia del endeudamiento”. Y Peter Fabricius, del Institute for Security Studies, se preguntaba el pasado 30 de abril si, como consecuencia del parón económico producido por la covid-19, algo parecido no iba a ocurrir con el puerto de Mombasa, del que parte el ferrocarril Mombasa-Nairobi-Kampala.

china_bandera_cc0.jpgEscribiendo para Brookings el pasado 20 de abril, Yun Sun, especialista de la política exterior china, apuntaba que a China, que quiere conservar su creciente reputación entre los países del Sur, no le interesaba multiplicar las intervenciones como la de Hambantota. Esa reputación se está reforzando durante la presente crisis sanitaria, con el envío de material sanitario chino a numerosos países africanos. Solo el futuro responderá a la pregunta que se hacía Peter Fabricius sobre si a esa importante ayuda sanitaria le seguirá otra ayuda económica de la misma o mayor importancia. Entretanto la admiración por China se está convirtiendo en deseo de imitar sus métodos y logros económicos. Y porque con la crisis sanitaria los países africanos se están sintiendo más que nunca dependientes del exterior, sus dirigentes han desempolvado los sueños de industrialización que acompañaron las independencias en los años 1960. ¿Sueños imposibles?

Tras la independencia de Ghana en 1957, Kwame Nkrumah nombró consejero económico al economista caribeño William Arthur Lewis, el mismo que en 1979 recibiría el Nobel de Economía. Ambos buscaban transformar una agricultura de subsistencia en una economía de agricultura comercial y de industrias. ¿Cómo? Nkrumah proponía invertir masivamente en la creación de industrias. Pero Lewis estaba convencido de que “si la agricultura se estanca tampoco la industria puede desarrollarse”. Lewis duró quince meses en el cargo. Es de esperar que con la excusa de imitar a China no se repita hoy la historia. “Las cosas que han funcionado en China no funcionarán en África”, escribió el profesor, ingeniero y empresario nigeriano Ndubuisi Ekekwe en la Harvard Business Review, septiembre 2019. “África tiene que enfocar las cosas de otra manera. Tiene que apoyarse en consumo y comercio internos, poner en práctica el Acuerdo de Libre Comercio, crear una moneda común, mejorar las infraestructuras e invertir en educación”. Precisamente lo que la UA y la BAD están fomentando desde hace varios años. Según The Economist, el 43 % de los productos manufacturados en África se exporta ya a otros países africanos. Sólo el 19 % sale del continente. La automatización y las reacciones de los países ricos tras la covid-19 han hecho difícil una industrialización como la que adoptó China hace unos años, orientada hacia la exportación y basada en una abundante mano de obra barata. “Pero países como el nuestro”, explica Yaw Ansu, consejero del ministro de Finanzas de Ghana, “pueden compensar basándose en un modelo que añada valor añadido a nuestra agricultura y recursos naturales”. Así es como en tiempos normales 400 toneladas de flores salen diariamente de Nairobi hacia Europa. Y desde Ziway, Etiopía, se exportan rosas a Holanda. Esperemos que la covid-19 deje que África vuelva a esos “tiempos normales”.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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