El linchamiento, por José Naranjo

25/10/2011 | Bitácora africana

Me enteré del asesinato de Gadafi en la redacción del periódico senegalés Sud Quotidien, en Dakar. Estaba allí conversando con el periodista y amigo Bacary Domingo Mané cuando, de repente, un joven redactor irrumpió en la habitación gritando. «¡Mirad lo que han hecho los malditos occidentales con Gadafi! ¡Mirad lo que han hecho!». Desde luego, quienes zarandeaban a un Gadafi sangrante y aterrorizado en unas imágenes que ya forman parte de la historia no eran occidentales, sino libios, pero, como todo el mundo sabe, fue la OTAN quien dio la puntilla al régimen de Gadafi y quien atacó al convoy en el que huía el ex presidente libio.

El comentario del joven periodista me parece revelador de lo que piensa una buena parte de los africanos. Gadafi era un tirano, un dictador y un sátrapa, cierto es, pero no lo es más que otros dictadores que cuentan con todo el apoyo y los plácets de Occidente. Los crímenes de Gadafi no son peores que los de Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial, donde reina el miedo y la impunidad; la dictadura libia no era más inhumana que la de Yahya Jameh en Gambia, quien persigue hasta la extenuación a periodistas, homosexuales y librepensadores; ¿y qué decir de Museveni en Uganda, de Dos Santos en Angola, del régimen marroquí que se burla de los Derechos Humanos y aplasta a los saharauis?

Para cientos de miles de africanos, la diferencia está clara. En primer lugar, todos esos dictadores siguen siendo fieles a Occidente, les sirven de una u otra manera, negocian con el petróleo o son sumisos a las órdenes que vienen de París o Washington. Sin embargo, Gadafi era un aliado incómodo, alguien que hablaba de la unidad de todos los africanos, de la necesidad de renunciar al FMI y crear el Fondo Monetario Africano, que apostaba por la Unión Africana hasta el punto de convertirse en el gran financiador de las misiones de esta organización supranacional.

En segundo lugar, a nadie se le escapa que la Libia post Gadafi es un apetitoso negocio. Las multinacionales petroleras ya se han repartido el pastel y no estamos hablando de bagatelas, sino de miles de millones de euros en crudo y gas en un mundo en el que este combustible comienza a escasear.

Poco después de salir del Sud Quotidien logré conectarme al mundo a través de Internet y me encontré con la euforia de noticias y teletipos europeos, con el coro de políticos occidentales felicitándose por esta muerte. No vi por ningún lado ni una sombra de duda acerca de lo que todos hemos visto por televisión, el linchamiento de un ser humano por una multitud descontrolada. ¿Esta es la idea de Justicia que queremos exportar? ¿Son estas las formas? ¿Ahora qué somos? ¿Matones del Oeste que alentamos los linchamientos?

Las imágenes de un Gadafi entregado a la ira de la población y luego asesinado a balazos recuerdan demasiado a las del presidente de Costa de Marfil, Laurent Gbagbo, y su esposa Simone, humillados en la habitación de un hotel de Abidjan, convertidos en trofeos de caza con los que todos se podían fotografiar. Y aquí fueron la ONU y el Ejército francés quienes bombardearon el palacio presidencial para que los rebeldes de Ouattara, sedientos de sangre, pudieran sembrar el terror a gusto por las calles de Abidjan, como habían hecho ya en medio país. ¿Qué pintaba Francia en todo esto? ¿El ataque a convoys en Libia forma parte de la defensa de la población civil? ¿A quién quieren engañar? ¿No habremos cruzado hace tiempo el límite de lo soportable, el límite de la injerencia?

Hace dos días mantenía una conversación con un joven rapero llamado Thiat, el portavoz del movimiento de protesta senegalés Y en a marre que pide la retirada del presidente Abdoulaye Wade. Y me decía claramente que no van a permitir ninguna intervención extranjera, que basta ya de que Francia y Occidente en general sigan pensando que pueden hacer y deshacer a su antojo en este continente. Las terribles imágenes de un Gadafi apaleado como un perro y entregado a la multitud para que lo maten no contribuye, desde luego, al entendimiento. La frase del periodista senegalés, su comentario, su reflexión, fue ayer y es hoy la de cientos de miles de africanos. Y no les falta razón.

Original en Gunguinbali

Autor

  • José Naranjo Noble nació en Telde (Gran Canaria) el 23 de noviembre de 1971. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid en 1994, ha seguido profesionalmente el fenómeno de la inmigración africana hacia Canarias, tanto desde la óptica de las Islas como desde los países de origen y tránsito de los irregulares. Así, para elaborar sus reportajes, publicados en diversos medios de comunicación, ha viajado por el sur de Marruecos, el Sahara, Argelia, Malí, Senegal, Gambia, Cabo Verde y Mauritania, donde ha recogido los testimonios de centenares de personas. Por este trabajo le fueron concedidos los premios Antonio Mompeón Motos de Periodismo 2006 y el Premio Derechos Humanos del Consejo General de la Abogacía Española 2007, en este caso junto al también periodista Nicolás Castellano.

    Buena parte de su trabajo está recogido en los libros Cayucos (Editorial Debate, 2006), con el que fue finalista del Premio Debate, y en Los invisibles de Kolda (Editorial Península, 2009). Además, es coautor de los libros Inmigración en Canarias. Procesos y estrategias (Fundación Pedro García Cabrera, 2008) y Las migraciones en el mundo. Desafíos y esperanzas (Icaria, 2009).

    Es redacror de la revista digital de información sobre África Guinguinbali donde tiene su blog Los Invisibles , que reproduciremos en Bitácora Africana

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