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Inicio > REVISTA > Cultura > Cuentos y relatos africanos > ![]() ![]() Puncel Reparaz, María Nace en Madrid y se educa en un colegio de religiosas de la Compañía de maría. Es la mayor de siete hermanos y empieza muy pronto a inventar cuentos para sus hermanos y hermanas pequeños. Al dejar el colegio estudia francés e inglés en la Escuela Central de Idiomas en madrid. Ha trabajado en Editorial Santillana como editora en el departamento de libros infantiles y juveniles. Ha escrito más de 80 libros y traducido alrrededor de los 200. Ha escrito guiones de TV para programas infantiles y colabora en las revistas misionales GESTO y SUPEGESTO . Algunos de sus libros más conocidos: "Operación pata de oso", premio lazarillo 1971 "Abuelita Opalina" . SM,1981 Un duende a rayas", SM, 1982 "Barquichuelo de papel, Bruño, 1996 El leopardo y el chacal, traducido por María Puncel
08/06/2012 - ¿Alguien ha dicho algo? Sí, el leopardo.
Pero el chacal del que os hablo era un perezoso: no estaba dispuesto a plantar nada y Dios sabe que nunca había tenido la menor intención de hacerlo. Un día en que su hijito, el pequeño chacal, se quejaba de que tenía hambre, le dijo:
Se fue directamente al campo del leopardo y desenterró una raíz aquí y otra raíz allá para que quedase siempre el mismo número de plantas, tapó los agujeros y ató en manojo sus raíces de mandioca para irse. Pero no pudo dar dos pasos, de repente, un lazo aprisionó su cuello. Y por más que tiró, se sacudió y se retorció sobre sus patas traseras no pudo liberarse. Todos sus esfuerzos sólo lograron apretar aún más el nudo que le aprisionaba y tuvo que rendirse al fin y reconocer que estaba atrapado. Sus resuellos y resoplidos sofocados llegaban hasta el sendero que bordeaba el campo, y ya se creía morir cuando volvió la mirada y vio que pasaba un antílope.
Todo esto picó la curiosidad del antílope de tal manera, que se acercó al chacal.
El antílope, que era bastante inocentón, aflojó el lazo y como el chacal insistió, aceptó probar el columpio.
Pero en vez de aflojar el lazo, el chacal exclamó:
Desgraciadamente, el antílope no tuvo fuerzas para empujar. No dijo ni “pio”, se dejó caer de costado, su cuerpo colgó del lazo con todo su peso, y la lengua se le salió de la boca, lacia y azulada. Se le cerraron los ojos y allí quedó el antílope para morir, sin ninguna duda. El chacal viendo que su pobre víctima estaba completamente tiesa, corrió hasta el poblado para encontrar al leopardo.
Cuando llegaron al campo, el antílope estaba ya inerte. A su lado estaba el manojo de raíces de mandioca que el chacal se había preparado. El leopardo deshizo el lazo y cargó con el antílope, se lo mostró al chacal:
Y cada uno se fue a su poblado. * * * * Cuando la carne y la mandioca se terminaron, el pequeño chacal volvió a tener hambre:
Y se fue directamente al campo del leopardo. Esta vez, le pareció prudente salir del campo por otro lado distinto al que había utilizado la vez anterior. Pero no le sirvió de nada, fue igualmente atrapado. Los leopardos son buenos cazadores: tienen muchos lazos y todos los días los cambian de sitio, tan bien disimulados que incluso los chacales, que una vez fueron atrapados ¡vuelven a caer en ellos! El miedo y la esperanza de romper el lazo hicieron al ladrón luchar por desprenderse, pero fue en vano, cuanto más se debatía más se apretaba el nudo. Sentía la ya angustia que sienten todos los chacales cuando perciben que les llega la muerte, cuando vio aparecer, de repente, un hocico cubierto de tierra húmeda y dos ojillos, sombreados por espesas pestañas enmarañadas. Era un cerdo salvaje. El chacal le tenía por un perfecto zopenco, pero también por un tipo cabezota.
El cerdo no respondió nada. Todas aquellas invenciones no parecían convencerle de la diversión que podría disfrutar con ellas. A pesar de ello, aflojó el lazo y bonachón como es, se lo dejó pasar alrededor del cuello...
Desgraciadamente, esta iba a ser la última alegría del cerdito salvaje; porque cuando estuvo bien atrapado en el lazo y empezó a balancearse para pasarlo bien, lo que le pasó fue que sintió vértigo y sofocación.
El chacal no aguardó ni un segundo más, salió disparado hacia la casa del leopardo.
El cerdo salvaje vivía aún, pero fue incapaz de explicar nada. ¿Para qué? La prueba del robo estaba a su lado... un manojo de raíces de mandioca. El leopardo le remató.
El leopardo le dejó que se la llevara y los dos se volvieron hacia sus poblados hablando de la lluvia y del buen tiempo. * * * * Sin embargo, cuando el cerdo salvaje y la mandioca se acabaron, el pequeño chacal dijo a su padre:
Fue y desenterró un manojo de raíces de mandioca. Pero cuando quiso volverse, cayó en uno de los lazos del leopardo. Un mono que hacía cabriolas por encima de él en las ramas de los árboles, le vio atrapado en el lazo del leopardo y le dijo:
Y sin decir ni una palabra más se fue en derechura en busca del leopardo.
El leopardo fue y comprobó que el chacal estaba preso en su lazo.
Apretó más el lazo, acabó con el chacal, y no habló más que para contarme esta historia tal y como yo os la cuento a vosotros. Tomado del libro “Ce que content les noirs”, pág,195. Texto original: Olivier de Bouveignes. Traducción del francés: María Puncel.
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