El leopardo y el chacal, traducido por María Puncel

8/06/2012 | Cuentos y relatos africanos

¿Alguien ha dicho algo? Sí, el leopardo.

-Ven –le dijo al chacal–, trabajemos nuestro campo juntos: tú plantarás la mandioca y yo plantaré las zanahorias.

-Gracias –respondió el chacal-; si cultivo mi campo contigo, yo plantaré las zanahorias y no la mandioca. Ya puedes empezar, planta la mandioca, yo iré después de ti.

Pero el chacal del que os hablo era un perezoso: no estaba dispuesto a plantar nada y Dios sabe que nunca había tenido la menor intención de hacerlo.

Un día en que su hijito, el pequeño chacal, se quejaba de que tenía hambre, le dijo:

-Venga, cállate, iré a mi campo, desenterraré unas raíces de mandioca, te las comerás y se te pasará el hambre.

Se fue directamente al campo del leopardo y desenterró una raíz aquí y otra raíz allá para que quedase siempre el mismo número de plantas, tapó los agujeros y ató en manojo sus raíces de mandioca para irse.

Pero no pudo dar dos pasos, de repente, un lazo aprisionó su cuello.

Y por más que tiró, se sacudió y se retorció sobre sus patas traseras no pudo liberarse. Todos sus esfuerzos sólo lograron apretar aún más el nudo que le aprisionaba y tuvo que rendirse al fin y reconocer que estaba atrapado.

Sus resuellos y resoplidos sofocados llegaban hasta el sendero que bordeaba el campo, y ya se creía morir cuando volvió la mirada y vio que pasaba un antílope.

-¿Qué haces ahí? –le preguntó al chacal.

-¿No lo ves? Me estoy columpiando un poco.

-¿Que te columpias? ¿Y por qué resoplas de esa manera?

-Para columpiarme con música, naturalmente.

Todo esto picó la curiosidad del antílope de tal manera, que se acercó al chacal.

-No pareces estar muy cómodo en tu columpio, amigo. ¿Por qué tienes los ojos tan rojos?

-No se lo digas a nadie, ¿eh? Es porque he fumado cáñamo. Pero, dime, ¿cómo te colgarías tú de mi columpio para estar cómodo?

El antílope, que era bastante inocentón, aflojó el lazo y como el chacal insistió, aceptó probar el columpio.

-Pero no por mucho tiempo ¿eh?, porque me esperan en la espesura y creo que ya voy con retraso.

-¡Claro! –dijo el chacal-,ahora lo comprendo. Yo no estaba a gusto porque el nudo del collarín debe estar en la nuca.

-Me lo estás apretando demasiado fuer… te –intentó decir el antílope –¡demasia…do fuer…te…!

Pero en vez de aflojar el lazo, el chacal exclamó:

-¡Empuja con las patas de atrás, empújate, y ya verás qué divertido!

Desgraciadamente, el antílope no tuvo fuerzas para empujar. No dijo ni “pio”, se dejó caer de costado, su cuerpo colgó del lazo con todo su peso, y la lengua se le salió de la boca, lacia y azulada. Se le cerraron los ojos y allí quedó el antílope para morir, sin ninguna duda.

El chacal viendo que su pobre víctima estaba completamente tiesa, corrió hasta el poblado para encontrar al leopardo.

-¡Ladrones! -entró gritando- ¡ladrones, están robando nuestro campo de mandioca…!

-¿Qué es eso de “nuestro campo” –dijo el leopardo.

-Nuestro campo, donde tú has plantado mandioca y yo he plantado zanahorias…

-Venga, vayamos deprisa a ver qué ha pasado… -replicó el leopardo y se llevó consigo sus colmillos y sus garras que guardaba colgados de un gancho que pendía de la pared de paja de su choza.

Cuando llegaron al campo, el antílope estaba ya inerte. A su lado estaba el manojo de raíces de mandioca que el chacal se había preparado. El leopardo deshizo el lazo y cargó con el antílope, se lo mostró al chacal:

-¿Quieres la carne? –le preguntó.

-¿Qué quieres que haga con la carne si no tengo mandioca? –le respondió el chacal.

-Bueno, pues llévate tú la mandioca –concedió el leopardo-después de todo, he descubierto al ladrón que me robaba gracias a ti.

Y cada uno se fue a su poblado.

* * * *

Cuando la carne y la mandioca se terminaron, el pequeño chacal volvió a tener hambre:

-Padre- dijo-¿no volverás a ir a tu campo de mandioca?

-Vamos, cállate -le ordenó el chacal-, iré y podrás comer. Se te pasará el hambre.

Y se fue directamente al campo del leopardo.

Esta vez, le pareció prudente salir del campo por otro lado distinto al que había utilizado la vez anterior.

Pero no le sirvió de nada, fue igualmente atrapado. Los leopardos son buenos cazadores: tienen muchos lazos y todos los días los cambian de sitio, tan bien disimulados que incluso los chacales, que una vez fueron atrapados ¡vuelven a caer en ellos!

El miedo y la esperanza de romper el lazo hicieron al ladrón luchar por desprenderse, pero fue en vano, cuanto más se debatía más se apretaba el nudo. Sentía la ya angustia que sienten todos los chacales cuando perciben que les llega la muerte, cuando vio aparecer, de repente, un hocico cubierto de tierra húmeda y dos ojillos, sombreados por espesas pestañas enmarañadas.

Era un cerdo salvaje.

El chacal le tenía por un perfecto zopenco, pero también por un tipo cabezota.

-¿Qué es lo que estás haciendo ahí?- preguntó el cerdo.

-¿Es que no lo ves? Estoy probando mi columpio. Acércate, acércate, y verás qué divertido es…

-¿Por qué tienes los ojos tan rojos?

-Son los ojos de un fumador de cáñamo. ¿Quieres probar mi columpio?

El cerdo no respondió nada. Todas aquellas invenciones no parecían convencerle de la diversión que podría disfrutar con ellas. A pesar de ello, aflojó el lazo y bonachón como es, se lo dejó pasar alrededor del cuello…

-¡Gnouf, gnouf…! –dijo mirando de reojo al chacal-.¡Cómo me voy a divertir!

Desgraciadamente, esta iba a ser la última alegría del cerdito salvaje; porque cuando estuvo bien atrapado en el lazo y empezó a balancearse para pasarlo bien, lo que le pasó fue que sintió vértigo y sofocación.

-¡Ya me basta…! –tuvo aún fuerzas para decirle al chacal-; ¡suéltame de esta máquina tuya que me está ahogando…!-, y ya no pudo decir nada más. Sus ojos diminutos se agrandaron y allá abajo, su pequeñísimo rabito peludo se desenroscó por completo y cayó lacio.

El chacal no aguardó ni un segundo más, salió disparado hacia la casa del leopardo.

-¡He atrapado a otro…! –le gritó entre resoplidos.

-¿A otro qué…?- preguntó el leopardo desconcertado.

-¡A otro ladrón, un ladrón de zanahorias!

-¿Cómo…?¡Si tú no habías plantado todavía tus zanahorias…!

-No, todavía no, pero de todas maneras, ¡ ven…!

El cerdo salvaje vivía aún, pero fue incapaz de explicar nada. ¿Para qué? La prueba del robo estaba a su lado… un manojo de raíces de mandioca.

El leopardo le remató.

-¿Quieres la carne? –le preguntó al chacal.

-Yo aceptaría la carne –le respondió el muy astuto-, si mi hermano mayor me diera también este pequeño manojo de mandioca para acompañarla.

El leopardo le dejó que se la llevara y los dos se volvieron hacia sus poblados hablando de la lluvia y del buen tiempo.

* * * *

Sin embargo, cuando el cerdo salvaje y la mandioca se acabaron, el pequeño chacal dijo a su padre:

-Padre, tengo hambre. Ya no queda nada de comida en casa.

-Bueno, bueno –le dijo el chacal-,no tiene importancia ,iré a mi campo.

Fue y desenterró un manojo de raíces de mandioca. Pero cuando quiso volverse, cayó en uno de los lazos del leopardo.

Un mono que hacía cabriolas por encima de él en las ramas de los árboles, le vio atrapado en el lazo del leopardo y le dijo:

-Aguarda, voy a avisar al dueño del campo.

– No es necesario, puedes usar el columpio, no hace falta que le pidas permiso -le dijo el chacal– el columpio es mío.

-¡Bah! Yo me estoy columpiando desde que nací y me doy cuenta muy bien de que tú no estás en un columpio sino atrapado en un lazo.

-Bueno, es lo mismo –dijo el chacal.

-Pues no, porque el lazo te hace sacar la lengua y que se te hinchen los ojos.

– Mi hermanito mono está de broma, ¿verdad…?

-Nada de eso, tu hermanito mono lo que va a hacer es avisar al leopardo.

Y sin decir ni una palabra más se fue en derechura en busca del leopardo.

-Ven a ver cómo se columpia en tu campo de mandioca –le dijo.

-¿Quién se columpia?

-Mi hermanito el chacal. Ha instalado junto a un manojo de mandioca un ingenioso columpio en el que se divierte tanto que me ha ofrecido prestármelo.

El leopardo fue y comprobó que el chacal estaba preso en su lazo.

-Esta vez mi previsión ha podido más que tu astucia, te has comportado tan tramposamente que has acabado por caer en tu propia trampa –le dijo sentenciosamente-. Los ladrones y los mentirosos siempre acaban mal.

Apretó más el lazo, acabó con el chacal, y no habló más que para contarme esta historia tal y como yo os la cuento a vosotros.

Tomado del libro “Ce que content les noirs”, pág,195.

Texto original: Olivier de Bouveignes.

Traducción del francés: María Puncel.

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