El futuro político de Malí en peligro

5/11/2014 | Crónicas y reportajes

De ahora en adelante, y sin demora, hay que tomar medidas adecuadas ante las nuevas amenazas que se ciernen sobre el horizonte político de Malí.

Mezcla de rabia contenida y profunda amargura. Un clamor del alma surge como una explosión de fría cólera. Sin duda, numerosos lectores debieron albergar tales sentimientos tras el editorial del pasado 9 de octubre de Alexis Kalambri, publicado por “Les Echos” (Los Ecos).

Nuestro colega, niega un aumento de los peligros en el norte de nuestro país, arguyendo la mera palabrería que algunos oficiales de la MINUSMA (1) practican, insistiendo incansablemente y de forma imperturbable en la solidez del dispositivo de seguridad que la ONU ha puesto en marcha.

En su artículo deplora sobre todo la muerte de soldados africanos, víctimas de la aquélla negación sostenida durante demasiado tiempo respecto a la evolución de los acontecimientos en la región septentrional de nuestro país. Kalambry en su editorial se preguntaba sobre el nivel que debería alcanzar la degradación de la situación en esta parte de nuestro país para provocar una respuesta proporcionada a las artimañas de los terroristas.

La incomprensión y las dudas expresadas por Kalambry son a día de hoy, ampliamente compartidas por nuestros compatriotas que perciben un replanteamiento casi total, de la visión que ellos se habían hecho del futuro de nuestro país al finalizar la intervención francesa. Los malienses, entonces, habían proyectado la perspectiva de una complicada salida de la crisis, desde luego, pero pensaban que paulatinamente se irían consiguiendo avances irreversibles.

Bajo este prisma, esperaban obtener de manera bastante rápida los primeros resultados significativos en áreas fundamentales como la erradicación progresiva de células terroristas, por medio de una acción más diligente y efectiva por parte de las Fuerzas Armadas de Malí en las regiones antes ocupadas por aquéllas, el laborioso restablecimiento de la normalidad en el norte del país y el impulso socioeconómico para asegurar la estabilidad a escala nacional, sin olvidar una rápida neutralización de los diferentes grupos armados y dar el primer paso en el indispensable proceso de reconciliación nacional.

La ejecución completa de una agenda así confeccionada, se anunciaba larga y compleja, como también lo había sido el período de pruebas. Pero para nuestros conciudadanos, no había ninguna razón para discutir la viabilidad de lo que estaba por comenzar. A día de hoy, existe una sombra de duda y si los objetivos no han cambiado, parece ser que el plazo para cometer atentados se prolonga considerablemente.

Lo más inquietante de todo es que nuestra población ha perdido mucha de la energía que le había permitido en crisis precedentes volver a empezar con una combatividad excepcional.

Medidas con fecha de caducidad de un año.

Sin embargo, subsiste una certeza que las vicisitudes acumuladas no han logrado mermar. Se trata de una aspiración esencial expresada con fuerza –y a veces excesiva- en las marchas pacíficas que se suceden a día de hoy, y que se traduce en los profundos problemas en los que está sumido el maliense medio y las dificultades que sufre apara encontrar motivos de alivio y de confianza en el futuro próximo.

También, este afán, nos recuerda una vez más, la profunda saturación de la vida nacional por el problema del norte de Malí. Es por ello, que la solución proporcionada en este asunto tendrá una influencia innegable en la manera en que las que nos enfrentemos a mayores desafíos.

Del mismo modo, que nuestra capacidad de restablecer nuestra vida en común, fue sacudida como nunca antes desde 1960, debemos probar nuestra aptitud y potencial, en tanto que nación comprometida con nuestro destino, para hacernos cargo de una coyuntura de una extrema complicación y peligrosidad probada, para que Mali vuelva a ser considerado como un actor de envergadura que cuenta en la escena internacional.

Aún quedan etapas por quemar, en el combate que hemos entablado para volver a emerger y ocupar el lugar que nos corresponde. Hoy, es absolutamente indispensable volver a conquistar los frágiles equilibrios establecidos antes de pasado 21 de mayo, cuando la destrucción explicó la reaparición de unas amenazas cada vez más preocupantes en nuestra región septentrional. Amenazas que motivaron la semana pasada, una solicitud urgente de nuestro ministro de Asuntos Exteriores en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pidiendo la creación de una Fuerza de Intervención Rápida en Malí.

Nuestro país, al formular tal petición con base en los acontecimientos ocurridos muy recientemente en la República Democrática del Congo. El Consejo de Seguridad, ante la fuerte escalada de las actividades de los grupos armados en el este del país, decidió, mediante la Resolución 2093 el 28 de marzo de 2013, la creación de una Fuerza de Intervención Especial, que se prolongaría durante un año. Esta fuerza tenía el mandato explícito de neutralizar a los grupos armados cuyas acciones minaran la autoridad del Estado, amenazaran la seguridad de las poblaciones y desestabilizaran con el tiempo, toda la región de los Grandes Lagos.

Un año más tarde, el 28 de marzo de 2014, el Consejo mantenía la decisión de reforzar el este de la RDC, con la presencia de sus efectivos militares y de policía, siempre con la misión de proteger a la población civil, la estabilización del país, la promoción de la paz, la seguridad y la cooperación tanto en el Congo como en la zona de los Grandes Lagos.

Si las situaciones congoleñas y malienses no son asimilables en todos los puntos, las amenazas que ciernen sobre ambos países son de naturaleza casi idéntica.

Cierto vacío de seguridad se instauró en el norte del país después de los acontecimientos de la ciudad de Kidal (2) .

La declaración de alto el fuego consagró posteriormente la pérdida por el ejército maliense de la posición que ocupaba en la capital de la VIII Región, por lo que las Fuerzas Armadas abandonaron el control de seguridad de zonas donde su presencia había reducido los actos de pillaje en años precedentes y forzó prácticamente a nuestros soldados a un confinamiento de hecho en Ménaka y Tessalit.

La consecuencia de este “bloqueo” de las tropas malienses fue un resurgimiento de los actos de saqueo en las zonas abandonadas, dejando vía libre a la reubicación de grupos armados en ciertas localidades y al progresivo aumento de la peligrosidad de las células yihadistas.

¿Acaso los yihadistas hubieran podido actuar con la audacia que emplearon contra el convoy nigeriano y en el bombardeo del campo de la MINUSMA en Kidal si el Ejército maliense hubiera preservado su presencia activa y hubiera reforzado su conocimiento del terreno? Pensamos que no.

Los ataques perpetrados tanto contra los contingentes chadianos y nigerianos, como contra la guarnición de la MINUSMA de Kidal, lógicamente deberían incitar al Consejo de Seguridad a volver a evaluar la situación de seguridad del norte de Mali para considerar una modificación del mandato de la MINUSMA. Los responsables franceses de Barkhane ya procedieron, a este ejercicio de evaluación y afirmaron haber reforzados sus efectivos en una zona donde la vuelta de los yihadistas se constata a partir de ahora, por lo que se ve. La inseguridad creciente que resulta de ello, sacude una posición defendida por una coalición de grupos armados contra los yihadistas, durante las negociaciones de Argel. Los representantes de estas fuerzas conjuntas de autodefensa, rechazaron toda eventualidad de vuelta del Ejército nacional en el supuesto territorio del Azawad, creyéndose capaces de asegurar por sus propios medios, la seguridad de la zona.

Una protección más eficaz.

Ahora bien, los cascos azules chadianos fueron víctimas de ataques de mortero y de la colocación de minas en Aguelhok, localidad en la que el MNLA se había instalado. El mismo movimiento rebelde nunca dejar pasar la ocasión de recordar que mantienen control en Kidal, donde además, han creado un embrión de administración tributaria.

La coalición de autodefensa es incapaz de identificar a los autores de la colocación de las minas. Además, hay que señalar que ningún de estos grupos armadas ha asumido públicamente el riesgo de comprometerse en la neutralización de los agresores yihadistas.

Habida cuenta de todos estos fenómenos y como la situación creada tras el alto el fuego no nos permite augurar, por ahora, una mayor libertad de acción restituida por las Fuerzas Armadas malienses, la única solución susceptible de contener las maniobras yihadistas, consistiría en un endurecimiento del mandato de la MINUSMA.

Esto permitiría a los chadianos y a los nigerianos, ya familiarizados con este tipo de teatro de operaciones, organizar mejor su legítima defensa y ser más eficaces en la protección de la población.

Ello también incitaría a las tropas de la MINUSMA estacionadas en las capitales regionales, a mostrarse mucho más decididos en las actividades de control de los alrededores.

Finalmente, ello provocaría la población civil, particularmente del norte del país, recobrara la confianza perdida en la mayoría de tropas internacionales, siempre en un nivel muy bajo, dada su percepción de escasa implicación de los cascos azules en su seguridad.

Esta última afirmación no es nueva y la comunicación muy estereotipada de la MINUSMA no atenúa el desajuste entre la imagen que desea dar la propia Misión y la percepción de los ciudadanos. Para ilustrar, de forma suplementaria este desfase, señalamos el último ejercicio de esclarecimiento intentado por los servicios de comunicación de la Misión y que se inscribe de forma muy extraña en el marco de las actividades de la X Edición del Festival Internacional de Música en Mali.

¿Qué pensarán los malienses de la enésima explicación dada en esta ocasión sobre el mandato de la MINUSMA? ¿Qué significado tiene para la opinión pública las cifras puestas al día con una precisión maniaca sobre el número de patrullas nocturnas y diurnas, cuando los habitantes de Gao y Tombuctú explican no sentir su efecto en su seguridad y confiesan haber restablecido su obsesión por los ataques de los grupos yihadistas? ¿Acaso son importantes las explicaciones detalladas sobre el proceso de desarme cuando el inicio de aquél ni siquiera ha sido planeado aún?

La Misión da pues, demasiado a menudo, la impresión de que justifica sus respuestas a la situación maliense, adoptando un modo de funcionamiento automático, ideado para realidades muy diferentes de las nuestras. Y además, esta manera mecánica de actuar perjudica tanto a la Misión como a sus interlocutores nacionales.

Lo esencial no está, sin embargo, en estas afirmaciones relativas a una manera de funcional de la Administración de la ONU, cuyo anquilosamiento es legendario, sino que se halla en la respuesta que el Consejo de Seguridad habrá de otorgar a la petición maliense, que a su vez, depende del resultado positivo del proceso de las negociaciones de Argel.

Puesto que la superación de la actual situación de ambigüedad constituye más que nunca una necesidad acuciante para nuestro país, es, efectivamente, indispensable que la rebelión se desmarque totalmente, del resurgimiento yihadista y se comprometa sin reserva en el combate contra sus células terroristas

Es también muy urgente que ciertos grupos armados admitan el hecho de que la ausencia del Estado acarree perjuicios ante todo para las poblaciones cuyos intereses afirmar representar. Una buena parte del norte de Mali está desde hace más de dos años privada de educación escolar y de los servicios sociales básicos.

He aquí, un drama maliense, uno más, ante el que no podemos resignarnos a observar cómo se prolonga y se agrava, puesto que se trata de una parte de nuestro futuro común que se está descomponiendo.

G. Drabo, L´Essor (El Desarrollo)

1 – Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Mali creada por el Consejo de Seguridad de la ONU a través de la Resolución 2100 de 25 de abril de 2013, para contribuir a la estabilización del país. Mediante una nueva Resolución de 25 de junio de 2014, se concretaron las tareas a realizar por la Misión y las autoridades políticas del país, a saber: garantizar la seguridad y la protección de civiles, apoyar el diálogo y la reconciliación y promover y salvaguardar los derechos humanos.

2 – Es una ciudad ubicada en el norte de Malí. Se encuentra dentro de un territorio controlado por el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (en bereber, tierra de la trashumancia). El 30 de marzo de 2012, el MNLA se hizo con la ciudad y su base militar, en el contexto de la rebelión tuareg. El gobierno maliense decretó un alto el fuego y en las horas subsiguientes cayeron las ciudades de Gao y Tombuctú en manos del MLNA, declarándose la independencia del Azawad de Malí el 6 de abril del mismo año.

Traducción y Notas Antonio Vázquez

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