El escritor guineoecuatoriano Juan Tomás Ávila Laurel ha publicado «El dictador de Corisco»
La inesperada llegada al pueblo de una viajera, Anika Soldin-Verhauken, procedente de Holanda, no sólo irrumpe en la cotidianidad, sino que reaviva los recuerdos de sus habitantes, reabre una página de la historia: “Les hizo recordar su vida cuando toda la tierra a la que pertenecía su pueblo recibía el nombre de Río Muni y los blancos llegaban a ella para vender sus productos”. El pueblo no tiene en la novela un nombre específico, las referencias al mismo se hacen por lo general a través del personaje cuyo recorrido emocional y psicológico sigue el narrador, “el pueblo de Malela”, pero nos consta que es una isla, donde la mayoría de los hombres se dedican a “echar la red”, como en cualquier pueblo marinero. Tampoco los personajes tienen nombres muy específicos, sabemos que el de mayor respeto entre la comunidad es el ekambi, que el motodu Don Francisco es “el que fue nombrado para administrar todo lo que habían dejado los blancos”, o que el segundo hijo de Malela se llama, naturalmente, Segundo.
Aunque la historia narrativa dura estrictamente lo que la estancia de la extranjera en la isla, es evidente que el recorrido por los escenarios del recuerdo histórico ocupa varias generaciones. Es así como llegamos al momento en que el motodu habló con “el ekambi de otro lejano país poblado de musulmanes” para desecar el lago de la isla y convertirlo en “una pista grande donde [los ricos] posarían sus aviones”. La ironía no escasea nunca, “era mejor que éstos vinieran, pues, por el aire, sin que nadie los pudiera parar en el camino”.
Las islas son casi siempre un lugar privilegiado en la escritura de Juan Tomás Ávila Laurel (Poemas (1994), Awala cu sangui (2000), Arde el monte de noche (2009)), desde el que establece sus particulares genealogías. No es de sorprender, pues es precisamente en las islas que las categorías de territorialidad y colonialidad a menudo se fusionan, como categorías espaciales, textuales y políticas que determinan sus propias incursiones narrativas. Son metáforas útiles y altamente productivas para plantear conceptos como el de invasión, represión, opresión,… Por supuesto la insularidad no implica necesariamente aislamiento. La paradoja de la isla radica justamente en el hecho de que es, al mismo tiempo, un espacio acotado y sin límites espaciales, una zona liminal y a la vez una puerta de enlaces y conexiones múltiples, de entradas y salidas.
Cansados de tanto advenedizo que llega a la comunidad para gobernarles, el hijo de Malela, que parece tener problemas de comunicación y gestos extraños, se proclama un día como el “nuevo dictador de Corisco”, de ahí el título de la novela; pero en realidad podría igualmente haberse titulado “el pueblo de Malela”, o “el viaje de Anika”. La verdad es que en el pueblo, cuando Anika regresó a su país, “los musulmanes”, guiados por sus capataces, seguían trayendo y echando piedras al hermoso lago para vaciarlo de sus aguas y que hubiera tierra firme para la construcción de la pista para los aviones de los ricos.
Benita Sampedro Vizcaya
