El desmoronamiento de las dictaduras, por Gaetan Kabasha

14/10/2020 | Bitácora africana

domino_cayendo.jpg La globalización llevada a cabo por la comunicación global y el intercambio de información de un lado a otro conlleva la homogeneización universal de muchos de los elementos que antes eran locales, culturales o geográficos. Uno de esos elementos se refiere a los sistemas de organización social y política. Ningún país puede vivir indefinidamente al margen del viento de la democratización de las instituciones. Sería ir a contra corriente de la globalización. Las dictaduras existentes acabarán desmoronándose sencillamente porque la democracia parece el camino de la humanidad en evolución. De la misma manera que la vuelta atrás a los sistemas ancestrales es imposible, el estancamiento en las tiranías tampoco será posible a largo plazo. El ser humano es mimético y evolutivo. Vive imitando las formas de vida de los demás y tiende a desprenderse de lo que obstaculiza su libertad. Así mismo, es obvio que el sistema democrático constituye el futuro de la humanidad. No adoptarlo significará poco a poco ir en contra del viento de la evolución y enfrentarse a la lucha de las masas populares que acabarán entendiendo que se están quedando al margen de la historia.

Esto mismo se puede observar en la historia reciente en algunos países que han vivido hace poco la primavera árabe, aunque el proceso no haya concluido de manera satisfactoria en todos los países en cuestión. ¿Quién se imaginaba el derrocamiento seguido de la humillación de Kadhafi o Hossin Moubarak? También se podría aplicar lo dicho al proceso revolucionario que se vivió en Burkina Faso y en Sudán. Tanto en uno como en otro país, el pueblo se encargó de girar la rueda de la historia, expulsando a los sátrapas poderosos que se creían inamovibles.

Cuando un pueblo alcanza su madurez y consigue la información necesaria, vence el miedo y lucha por su libertad. Nadie es capaz de parar el huracán desatado en estas circunstancias.

La fuente de legitimidad

El poder se sustenta sobre la legitimidad reconocida por el pueblo. Si esta legitimidad es frágil o inexistente, el pueblo se rebela y deja de reconocer a los que ostentan el poder. El proceso puede ser lento pero al fin y al cabo, este fenómeno acaba produciéndose. La rebeldía es el primer paso al mecanismo revolucionario que puede arrancar de un hecho insignificante como una chispa que enciende el bosque. Realmente no es la chispa la que origina la revolución sino que constituye una gota que colma el vaso.

Los sistemas antiguos basaban su legitimidad en Dios, quien da el poder al rey y éste a su vez transmite el mismo poder a uno de sus herederos de tal manera que la monarquía es reconocida por el pueblo como autoridad que va de Dios al padre y del padre al hijo. Santo Tomás llegó a decir que la monarquía era el mejor sistema de gobierno ya que el monarca obedece a Dios, encarna la autoridad y reina por todo el pueblo. En este caso, se opone a la tiranía que suele ser un gobierno de uno que no obedece a nadie por encima, que busca el bien propio y que por tanto no tiene más fuente de legitimidad que la propia fuerza del tirano. Es de suponer, por tanto, que la monarquía sobrevive gracias a un componente importante de creencia en Dios y en las costumbres. Sin ellas, pierde fuerza. Sin embargo, se sabe, a raíz de las recientes investigaciones socio-antropológicas, que realmente la monarquía surgió, no por la creencia en Dios, sino por el deseo de alejar el poder de la masa y colocarlo en un lugar sagrado, lejos de las rivalidades violentas.

Más tarde surgió la democracia que plantea el tema de la legitimidad de otra manera. En lugar de encontrar la fuente en Dios y la transmisión hereditaria, la democracia funda su legitimidad en la soberanía popular. El pueblo es la fuente de legitimidad por medio de la Constitución y de otras leyes votadas por el pueblo mismo o por sus representantes legítimos. En una democracia, el pueblo tiene el poder y lo presta a uno o varios por un mandato bien determinado. Ahí radica la alternancia democrática que es uno de los rasgos característicos de este sistema de gobierno. Al mandatario que no satisface al pueblo se le retira el mandato en un proceso de elecciones libres dónde cada ciudadano se expresa soberanamente.

Al lado de las dos fuentes de legitimidad reconocida, se ha instalado otra fuente de legitimidad anómala que es la fuerza. Se trata de la dictadura o la tiranía. Es un sistema de gobierno dónde una sola persona o un grupo de personas se imponen al pueblo por el terror y la fuerza constituyéndose como propietario de un poder que de hecho ejerce. En muchos casos, el dictador se erige como salvador del pueblo, quitando de en medio a otro o aliviando al pueblo de una calamidad (hambre, guerra civil, pobreza, desorden etc.). En un primer momento, el pueblo lo acoge con los brazos abiertos como un mal menor e incluso lo aclama como un verdadero libertador. Pero poco a poco, su poder se va convirtiendo en un reino de terror y de corrupción, ignorando al pueblo o tiranizándolo. Esta fuente de legitimidad que surge de la fuerza de las armas es muy frágil y nunca se mantiene de manera natural sino ejerciendo la coacción (asesinato, encarcelamiento, tortura, miedo, etc.).

Con el paso del tiempo, la democracia ha ido ocupando el espacio, imponiéndose incluso a la monarquía tradicional. Fijando la soberanía popular como fuente de legitimidad, la democracia es más atractiva en un mundo en el que las creencias se debilitan cada vez más y en el que el hombre quiere ejercer su libertad en todos los ámbitos de la vida personal y social. En este sentido, las monarquías modernas se han adaptado al sistema democrático, haciéndose validar por el proceso electoral que fija la constitución. Esas monarquías se llaman constitucionales haciendo hincapié en que el pueblo les ha otorgado legitimidad en algún momento de su historia democrática.

También las dictaduras intentan pasar por un proceso democrático, pero manipulando las urnas o la opinión pública o sencillamente metiendo el miedo en el pueblo para que elija, no lo que quiere, si no la voluntad del que ocupa ilegítimamente el poder. El proceso no puede ser más que un fraude que deja al descubierto un sistema que no puede alardear de ser ni una democracia ni una monarquía. Este poder, que suele girar en torno a un personaje fuerte, funciona hasta que, por alguna fisura, todo se desmorona dejando atrás un caos. Al final, el hombre fuerte es la señal de la fragilidad del sistema.

¿Por qué las dictaduras no tienen futuro?

La marcha de la historia no tiene vuelta atrás. El mundo conducido por la globalización ya no es un conjunto de entidades culturales encerradas en sí mismas sin apenas apertura al exterior, sino una aldea dónde las estructuras van siendo poco a poco homogeneizadas. Es imposible por ejemplo hoy en día que un pueblo viva sin enterrarse de la forma de gobierno de países vecinos con el flujo de noticias que llegan cada día al conjunto de la humanidad o que un tirano organice una matanza de su pueblo sin que el mundo entero se dé cuenta del evento el mismo día. Es de suponer que el futuro hará la información mucho más rápida todavía con la tecnología más barata para el conjunto de la humanidad. Mientras que antes existían solamente unos cuantos periodistas profesionales para informar al mundo, actualmente todo el mundo que tenga internet puede vehicular información en tiempo real.

Por todo ello, el pueblo tiranizado irá entendiendo que el mejor sistema de gobierno es el que deja la libre expresión y responde a sus intereses pudiendo cambiarlo cuando quiere. El cambio podrá ser pacífico en los lugares donde los dictadores saben anticipar el futuro o con las presiones de la Comunidad Internacional que acabará tolerando menos a los que reprimen a su pueblo o con el levantamiento del pueblo en una revolución que puede llegar a ser violenta. Pensemos por ejemplo en la influencia de las redes sociales que pueden alcanzar la expulsión de los dictadores del espacio mediático, consiguiendo con ello obligar a los gobiernos democráticos a revisar sus relaciones con tales individuos.

En la agenda del futuro, no hay dictadura. Este tipo de regímenes que se basa en la manipulación, la ignorancia y el miedo irá derritiéndose poco a poco, de país en país, cuanto más va avanzando la educación y cuanto más la gente va teniendo acceso a la información. Cada vez más será difícil identificar y perseguir a todos los que opinan o difunden información con la tecnología al alcance de todos. El dictador Mobutu dijo alguna vez refiriéndose al apartheid de Suráfrica: “el fruto cae del árbol cuando es maduro, sin embargo, con el huracán, maduro o no, cae de todas maneras”.

Original en: Afroanálisis

Autor

  • Gaétan Kabasha

    Ruandés de nacimiento, vive en España. Ha sido testigo directo del drama de los Grandes Lagos. Está comprometido con el desarrollo de África y un mundo más humano. Es fundador de la Asociación AUDE. Licenciado en ciencias eclesiásticas y doctor en Filosofía, con una investigación sobre el deseo mimético y la violencia colectiva. Habla francés, inglés, español, kinyarwanda, lingala y sango.

    Ahora podemos seguir en Fundación Sur su blog África desde dentro.

    @gaetankabasha

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