Discurso del doctor Denis Mukwege en el Parlamento Europeo de Estrasburgo, el 26 de noviembre de 2014, en la entrega del Premio SAJAROV

28/11/2014 | Opinión

Señor Presidente del Parlamento, Señoras y Señores distinguidos invitados,

Recibo hoy el prestigioso Premio Sajarov con mucha humildad y gran esperanza. Este año han conmemorado ustedes el centenario de la primera guerra mundial. Europa pensaba que iba a ser la última y que la civilización triunfaría. Desdichadamente, 30 años más tarde, la locura humana vino nuevamente a la cita. Desde entonces, ustedes han optado por la paz y por vivir juntos, en una sociedad orientada hacia la libertad y la prosperidad.

En un contexto de seguridad cada vez más inestable, concretamente en el entorno directo de la UE, quiero ante todo agradecer a los elegidos por los pueblos europeos por el hecho que den visibilidad a las tragedias humanas que viven las mujeres víctimas de violaciones y de violencias sexuales en el este de la RD Congo. En un mundo de inversión de valores, donde la violencia se banaliza adoptando formas cada vez más abominables, rechazar la violencia, es ser disidente. Al atraer la atención del mundo sobre la necesidad de proteger a las mujeres en épocas de conflictos armados, ustedes han rechazado la indiferencia frente a una de las mayores catástrofes de los tiempos modernos. Han afirmado ustedes que la resolución de los conflictos en los Grandes Lagos y la promoción de los derechos del hombre y de la democracia son y sieguen siendo prioridades de la política exterior de la UE.

Por medio de este premio, ustedes han decidido aumentar la visibilidad del combate llevado a cabo por las mujeres congoleñas desde hace más de 15 años y reconocer sus sufrimientos, pero también su dignidad y el coraje que esas mujeres encarnan.

La región en la que vivo es una de las más ricas del planeta; sin embargo, la aplastante mayoría de sus habitantes viven en una pobreza extrema ligada a la inseguridad y a la mala gobernanza. El cuerpo de las mujeres se ha convertido en un verdadero campo de batalla y la violación es utilizada como arma de guerra. Las consecuencias son múltiples e impactan sobre el conjunto de la sociedad: la célula familiar se desintegra, el tejido social queda destruido, las poblaciones son reducidas a esclavitud o empujadas al exilio en una economía ampliamente militarizada, en donde la ley de los señores de la guerra continúa imponiéndose en ausencia de un Estado de derecho. Así pues, estamos frente a una estrategia de guerra temiblemente eficaz. La autoridad del Estado congoleño y sus instituciones son débiles e incapaces de proteger la población y de satisfacer sus necesidades básicas.

Son muy pocos los días en que no se revela un nuevo drama humano en mi región. La semana pasada, más de 50 personas fueron masacradas a machetazos en Beni, en el Kivu Norte: las mujeres embarazadas fueron “destripadas” y los niños mutilados. En un mes y medio, 200 personas han sido salvajemente asesinadas. Como cualquier ser humano, yo desearía no evocar estos odiosos crímenes de los que son víctima mis semejantes. Pero, ¿cómo callar cuando, desde hace quince años vemos lo que ni siquiera el ojo de un cirujano puede habituarse a ver? ¿Cómo callar cuando sabemos que esos crímenes contra la humanidad están planificados por planteamientos y móviles de bajeza económica? ¿Cómo callarme cuando esas mismas razones económicas han conducido a la utilización de la violación como una estrategia de guerra? Identifico a cada mujer violada como si fuera mi mujer, a cada madre violada como mi madre y a cada niño violado como si fuera uno de mis hijos. ¿Cómo podemos callarnos? ¿Qué tipo de ser humano dotado de conciencia se callaría cuando le traen un bebé de seis meses cuya vagina destruida por una penetración brutal, sea por medio de objetos contundentes o por productos químicos?

Un solo caso de violación exige ya una acción de todos. En mi país, hay cientos de miles de mujeres violadas y otros miles de niños nacidos de la violación, además de millones de seres humanos muertos como consecuencia de los conflictos. En el resto del mundo, cada uno de esos crímenes provocaría la indignación; en la sociedad congoleña, perdidos los puntos de referencia, las atrocidades son simples sucesos de actualidad, signos desoladores de una sociedad traumatizada por una sobredosis de violencia, por una ausencia de responsabilidad política y por una negación de nuestra común humanidad.

Hemos tardado demasiado tiempo y energías para reparar las consecuencias de la violencia. Es hora ya de que nos ocupemos de las causas. Miles de testimonios de víctimas muestran que el pueblo congoleño tiene sed de justicia, de paz y de que aspira a un cambio. Es urgente que actuemos. Las soluciones existen y exigen una voluntad real política. Estamos en un momento crítico: el Acuerdo por la Paz y Seguridad y Cooperación, firmado en ADDIS Abeba en 2013 no puede quedarse en una hoja de papel. Como socio histórico y primer contribuyente en ayuda, hacemos un llamamiento a la UE y a sus Estados miembros para que den vida a este “Acuerdo de la esperanza” y que pongan en marcha todos los mecanismos, económicos y financieros, pero también políticos y diplomáticos, para contribuir una vez por todas a la resolución de los conflictos en los Grandes Lagos. En RD Congo, la consolidación del Estado y el restablecimiento de la seguridad constituyen la prioridad de las prioridades. La reforma del sector de la seguridad es una de las más importantes; la responsabilidad primaria del Estado congoleños es la de proteger a los civiles. También la justicia debe colocarse en el centro del proceso de paz lo mismo que la lucha contra la impunidad de los crímenes, incluyendo los crímenes de violencia sexual. No habrá paz ni desarrollo económico y social sin respeto de los derechos humanos, sin reparación para las supervivientes de las violaciones y víctimas, sin saneamiento de la función pública y en el seno de las fuerzas de seguridad; sin mecanismos de establecimiento de la verdad para promover la reconciliación.

Los derechos humanos constituyen no solamente uno de los valores fundamentales de la UE, sino también uno de los objetivos que inspira sus relaciones exteriores, con la promoción de la paz y del desarrollo, del reforzamiento de la democracia y del estado de derecho. Se trata, en mi modesta opinión, de la plusvalía de la UE respecto de otros socios internacionales; pero, la real-política ilustra muy a menudo que los intereses geoestratégicos y económicos priman sobre el respeto y promoción de los derechos humanos.

El proyecto de reglamento europeo de la Comisión para un aprovisionamiento responsable en minerales, que debe ser examinado en este Parlamento, debería integrar un dimensión coactiva y alcanzar tanto los productos acabados aquí en occidente como las materias primas extraídas en estado bruto de África. Expresamos aquí el deseo de que cada uno vele por garantizar mejor la coherencia entre las políticas económicas y el respeto de los derechos humanos y colocar la dignidad humana en el centro de las preocupaciones económicas y financieras.

Nuestro país está lleno de potencialidades; con un comercio más responsable y transparente, el Congo tiene capacidad de desarrollo endógeno gracias a sus recursos naturales y sobre todo a sus recursos humanos, que hoy día no pueden ser explotados en beneficio de todos en un contexto que no “ni de paz ni de guerra”.

Señor Presidente,

Este premio no tendrá significado para las mujeres víctimas de violencias sexuales más que si ustedes nos acompañan en el camino de la paz, justicia y democracia. Lo dedicamos a todas las supervivientes de violencias sexuales en el Congo y en el mundo entero. Estamos convencidos de que el cambio vendrá por medio de esas mujeres valientes, decididas y dignas que son nuestra fuente de inspiración diaria. Dedicamos igualmente este premio a todos los defensores de los derechos humanos que militan día a día, a menudo en condiciones difíciles y lejos de los proyectores, para favorecer una cultura de paz, para ayudar a las víctimas y reclamar sus derechos. Quiero por fin saludar y resaltar la profesionalidad y dedicación de todo el personal de Panzi, así como a todos nuestros socios que han ayudado a realizar nuestra trabajo; pienso en especial en la agencia humanitaria ECHO que nos apoya desde hace 10 años. Sin vosotros, hoy no estaríamos aquí.

Todos juntos, responsables políticos, actores de la sociedad civil, ciudadanos, hombres y mujeres, debemos fijar una línea roja contra la utilización de la violación como arma de guerra, y construir un futuro mejor para ofrecer a nuestros hijos y nietos un marco propicio para su desarrollo y para permitir a todos los han sufrido demasiado que tengan un futuro en libertad.

Permítame señor Presidente que concluya dirigiéndome desde este hemiciclo a los ciudadanos de mi país: queridos compatriotas, Nuestra nación, la República Democrática del Congo, nos pertenece. Sus recursos naturales y humanos, sus instituciones, su destino, dependen de nuestra responsabilidad. Nos toca a nosotros, pueblo congoleño, elaborar nuestras leyes, nuestra justicia, decidir nuestro gobierno, para servir a los intereses de todos nosotros, y no solamente a los de unos cuantos. El Premio Sajarov que recibimos del Parlamento europeo es vuestro y es el símbolo de la libertad de pensamiento. Un derecho que se nos ha quitado. Un derecho al que, como consecuencia del terror y de la opresión, a veces parece que hemos renunciado. Este derecho es una conquista y los pueblos europeos, a través de sus representantes, nos tienden hoy la mano para reencontrarlo. Quieren apoyarnos en nuestra lucha por la libertad, la justicia y el progreso. Hoy, en voz alta y ante el mundo entero, Europa no expresa su solidaridad. Quiere caminar con nosotros en nuestra búsqueda de la restauración de una vida congoleña digna. Unámonos y caminemos con ella para que, definitivamente, la paz y la justicia sean restauradas en el Congo y podamos así aspirar a un futuro mejor. Nuestro país está enfermo, pero, juntos, con nuestros amigos del mundo, podemos y vamos a curarlo.

Muchas gracias

Doctor Denis Mukwege*

* Denis Mukwege (1 de marzo de 1955) es un ginecólogo congoleño. Fundó y trabaja en el Hospital Panzi en Bukavu, donde se especializa en el tratamiento de las mujeres que han sido violadas por ejercitos armados. Mukwege probablemente se ha convertido en el principal experto del mundo en la forma de reparar el daño físico interno causado por la violación en grupo. Ha tratado a varias miles de mujeres desde la guerra de 1998 en el Congo. [Fuente. Wikipedia]

[Traducción, Ramón Arozarena]

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