De vuelta en España, por María Rodríguez

16/07/2015 | Bitácora africana

El catorce de junio aterricé en Barajas después de siete meses en el continente africano (entre Burkina Faso, Ghana y Níger). La línea 9 del metro de Madrid yendo hacia el norte ya no terminaba en Mirasierra sino en Paco de Lucía pero el escaparate de la tienda de ropa de al lado de casa de mis padres en Baza (Granada) sigue con la misma fotografía de la señora con el pañuelo en la cabeza y la camiseta de rayas blancas y azul marino. Las cosas han cambiado pero todo sigue igual.

A mi hermano le ha cambiado la voz. Tan sólo llevo dos días en casa pero cuando habla me cuesta asociar que es él y no uno de sus amigos que suelen venir a casa. Mi perro no me reconoció o igual para él es como si me hubiera ido ayer o no me hubiera ido nunca. Vete tú a saber… pero está hermoso y más grande y mi hermano también.

Mi abuelo ha envejecido. Ya me di cuenta cuando hablé con él por teléfono desde Madrid así que cuando llegué a su casa me quedé mirándole desde el pasillo las arrugas de más y los kilos de menos antes de darle un abrazo infinito. Mi abuela, sin embargo, sigue como la dejé, con esa boca que no se corta un pelo para decir lo que piensa y sus frases míticas. Me miró y me dijo que estaba muy guapa en lugar de que estoy muy flaca. Las cosas han cambiado pero todo sigue igual.

Cuando llegué a Barajas tarde media hora en encontrarme (no recuerdo haberme perdido nunca en un aeropuerto). Las tiendas iluminadas en exceso me hacían mirarlas con el ceño fruncido. Hacía unos días Xavier Aldekoa, periodista especializado en África subsahariana, decía en un tuit que España consume más electricidad que toda África y ver aquel lugar plagado de bombillas inútiles me hizo sentir repugnancia hacia el mundo en el que acababa de aterrizar. Más aun teniendo en cuenta que los recursos necesarios para tener electricidad provienen de allí…

Los baños, sin embargo, me parecieron de hotel de 5 estrellas y cuando llegué a casa de mis tíos y me di una ducha para volver a la vida después de un viaje de unas 10 horas (con el cambio de huso horario dos veces perdí la cuenta) la intensidad con la que salía el agua y el poder regular a voluntad caliente/fría me dejó sorprendida. Lo maravilloso fue saber que puedo seguir sorprendiéndome por cosas así. No recordaba que el agua saliera con tanta fuerza de la ducha. Siento haber aumentado la factura a mis tíos pero fue un momento de verdadera felicidad.

Enchufar el móvil al cargador y que siempre suene ‘plum-plím’ (traducción: hay electricidad) es maravillosamente relajante teniendo en cuenta mi adicción al Smartphone, y despreocuparse de llenar cubos por si de un momento al otro ya no sale agua por el grifo también. No tener que regatear a los taxistas me molesta porque las tarifas son 15 veces más altas pero el metro, si no pienso que estoy a varios metros bajo tierra, es una auténtica pasada.

Si algo me ha preocupado en esta vuelta a España ha sido la pobreza que se asoma allí donde le dejan mostrarse. Cuando me fui ya había personas que pedían o dormían por las calles o que contaban su historia trágica en el metro de lo que la crisis les ha quitado. Esto no es nuevo. Pero ahora veo que la situación está más deteriorada. Aunque es sólo una impresión. Tan sólo pasaron siete meses… Las cosas han cambiado pero todo sigue igual. Los perfumes me molestan mientras espero a que se ponga verde el semáforo que los vehículos van a respetar en el casi 100% de las veces. Ir al supermercado y encontrar todo lo que quiero y a precios más o menos decentes es una fiesta.

Ahora mis pies caminan por el asfalto que podría considerarse sinónimo de “desarrollo” pero echan de menos la tierra de Burkina Faso y la arena de Níger. El pantalón blanco sigue blanco después de medio día en la calle y me lo puedo volver a poner al siguiente. Pero esa tierra naranja que todo lo inunda –TODO- en la tierra de los hombres íntegros (significado del nombre Burkina Faso) se deja entrever. No me había dado cuenta hasta ahora pero entre las teclas de este ordenador en el que escribo el polvo naranja del África que me enamora saluda y me lo está diciendo sigilosamente: tienes que volver…

Original en : Cuentos para Julia

Autor

  • Rodríguez González, María

    "María Rodríguez nació en 1989 en Baza (Granada). Es licenciada en Periodismo por la Universidad de Málaga y realizó el Master en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos en la Universidad Autónoma de Madrid. En noviembre de 2014 se marchó a Burkina Faso para comenzar a hacer periodismo freelance y desde entonces recorre los países de África occidental para intentar comprender y acercar esta parte del continente. Autora del blog Cuentos para Julia, donde escribe sobre África, sus experiencias y reflexiones, colabora con varios medios de comunicación como El Mundo, Mundo Negro y El Comercio (Perú), entre otros"

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