Cuco y Azarev, Por Rafael Muñoz Abad*

19/10/2012 | Bitácora africana

Cansado de predicar en el desierto sobre las serias consecuencias del derrumbe libio; de esa chorrada llamada primavera árabe con la que los intelectos de café e ipad se ponen interesantes; del cansino paciente saharaui y su carcelero moro; o de la oportunidad que deja pasar Canarias y España descuidando una y otra vez sus políticas africanas, he optado por acercarme a una reflexión oportuna por lo sucedido pero no por ello menos real. No deja de ser paradójico cómo hasta las relaciones que tenemos con nuestros animales de compañía sufren un serio revés cuando se analizan desde diversos prismas.

Me decía el dueño del albergue en Chinguetti, que aquí gatos y perros son un lujo superfluo; carecen de utilidad alguna; y si vienen al mundo, ellos tienen que arreglárselas por sí mismos. Solo se llora una cabra o una camella, pues dan de comer a muchos. Enfoque que incluso dentro de África sufre otra drástica variación. En la sofisticada y urbanita Sudáfrica prolifera todo tipo de perros con los más altos pedigríes. Animales que gozan de una atención sanitaria que muchos niños africanos jamás la tendrán. Cuando Azarev murió, su adiós no fue en vano. Su cuerpo dio de comer a muchas familias. Su dueño la despidió como una camella que había alimentado a sus hijos durante años y como la necesidad diluye el sentimiento, no había carne que tirar ni piel que desaprovechar.

Risueño, me decía Ibrahim, que en su país la idea de perrera o refugio animal es impensable, resultándole chocante e infantil el exceso de atención que los animales domésticos sufren en Europa. Aquí solo son una boca más, y si no suman, sobran. No cabe el sentimiento. Cuco murió hace una semana. Fue un perro fiel y valiente, hasta su último suspiro, un amigo de verdad. Hicimos todo lo que en nuestra mano estuvo para darle una vida digna pero necesitaba descansar junto a Azarev. Y es que hasta para nacer animal, hay que tener suerte en este loco mundo. Feliz descanso y gracias a los dos. La próxima semana, hablamos de pesca ilegal.

*CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL

cuadernosdeafrica@gmail.com

Original en : Diario de Avisos

Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

Más artículos de Muñoz Abad, Rafael