Cinco preguntas a Akere Muna (Presidente del Consejo económico, social y cultural de la UA y Vicepresidente de Transparency internacional)
1. ¿La corrupción en África es una fatalidad?
No, la corrupción reposa en un sistema y es este último el que hay que cuestionar. En el ámbito económico en primer lugar, las transacciones se hacen esencialmente en especies. Ahora bien, toda economía que reposa en la circulación de dinero líquido facilita la corrupción. Si se generalizara por ejemplo la tarjeta de crédito para los funcionarios en desplazamiento, las cosas serían más claras. Se verían las sumas gastadas, los días de la misión… ¡Es mejor que desplazarse con maletas de dinero! Luego, en el plano institucional, los dirigentes políticos tienen tendencia a privilegiar a los que les permiten permanecer en el puesto, en vez de construir escuela, hospitales… Si el poder emanara realmente del pueblo, si fuera legítimo además de legal, las cosas cambiarían forzosamente. Cuando la democracia empieza a funcionar, la corrupción recula: mire Ghana, Botsuana… Otra idea importante, en buen número de países, los corrompidos deben responder ante la justicia. Entre nosotros, están protegidos porque financian el sistema.
2. Parece difícil en esas condiciones cambiar el sistema…
Una lucha eficaz contra la corrupción debe apoyarse en una coalición entre el sector privado, la sociedad civil y, en menor medida, el Estado. Ya que contar con los dirigentes políticos es como pedir a un pez que vote un presupuesto para comprar anzuelos.
3. ¿Y si la corrupción fuera un factor de crecimiento económico? Es la tesis defendida a propósito de China.
No, porque son los pobres los que padecen a causa de la corrupción. En África, los más desprotegidos dependen de la salud, de la educación… Es incluso una cuestión de supervivencia. El que no paga tasas en la aduana o sus impuestos no financia las carreteras, las escuelas o los hospitales. Y algo más grave – al contrario de lo que ha sucedido en Indonesia donde los generales han invertido en el país – en África el dinero se evapora y parte al extranjero.
4. En los países del norte, que, en consecuencia, tienen una responsabilidad…
Siempre me ofendo cuando se acusa a un africano sin hablar de los bancos que acogen el dinero. Si alguien deposita millones de dólares, se sabe perfectamente que no provienen de su salario. El banco se encuentra entonces en situación de encubrimiento. En derecho, un ladrón y un encubridor son condenados por la misma causa. Así pues, se debería ejercer la misma presión sobre los centros financieros del norte que sobre los países presuntamente corrompidos. Por otra parte, ¿por qué el dinero sospechoso no es colocado en cuentas secuestradas cuando hay una investigación? Los dossiers de instrucción se pasean en los tribunales y los bancos conservan ese dinero del que sacan intereses. Sucedió en el caso del procedimiento de restitución de fondos de la familia Abacha en Nigeria. Y en Francia, en el asunto de “los bienes mal adquiridos” ¿cuáles son, por ejemplo, los agentes inmobiliarios que han servido de intermediarios?
5. En esas condiciones, ¿se puede creer en las presiones internacionales?
Estoy en contra de las presiones cuando se trata de condicionar o incluso suspender la ayuda, ya que son las poblaciones las que sufren por ello. Dicho esto, hay que ejercer presiones sobre nuestros gobernantes para que pongan en funcionamiento sistemas más trasparentes. Pero, a condición de que este trabajo sea hecho también en el norte. El tráfico de armas, por ejemplo, ¿Quién fabrica? ¿Quién vende? ¿Cómo es posible que sea en los países ricos en materias primas donde existe mayor corrupción? Sobre estas cuestiones, a menudo son los africanos los que están en el banquillo de acusados, ya que es más fácil juzgar a los débiles.
Le Potentiel, Kinshasa, 01 de octubre de 2009
Traducido por Ramón Arozarena, para fundación Sur.
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