Esta afirmación puede parecer utópica y poco realista. Sin embargo, todo proyecto social que no sea realmente inclusivo, deja de ser humano.
Todo proyecto social, político, económico, cultural y religioso nace de una concepción específica de la persona, de la vida, y de la consecuente relación concreta con cada ser humano.
Si el centro de atención y de nuestros talentos, recursos y proyectos, lo ocupan el beneficio económico y el control de poder, entonces aumentarán las diferencias sociales, los enfrentamientos violentos, el gasto militar, y resultará en una mayor inseguridad y empobrecimiento de la gran mayoría social.
Si por el contrario, el centro de atención, lo ocupa la dignidad y el bienestar de todo ser humano y de la familia humana universal, entonces crecerá la inclusión y la cooperación de todas las personas para trabajar juntos por un desarrollo sostenible, en la línea de los ODS.
Nadie debe ser excluido. De hecho, todo proyecto social, económico, político y religioso, debe ser esencialmente inclusivo y situar en el centro a los habitantes que viven en las periferias, sin empleo, sin techo y sin tierra. Entre ellos hay muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata. La inclusión de las personas más vulnerables es una condición necesaria para vivir dignamente y para obtener la plena ciudadanía.
Construir el futuro con los migrantes y los refugiados significa también reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al proceso de edificación. Los extranjeros no deben figurar como invasores, sino como trabajadores bien dispuestos para construir una sociedad más humana, desarrollada y solidaria.
La presencia de los migrantes y los refugiados representa un enorme reto, pero también una oportunidad de crecimiento económico, cultural y social para todos. Gracias a ellos tenemos la oportunidad de conocer mejor el mundo y la belleza de su diversidad. Podemos madurar en humanidad y construir juntos un “nosotros” más grande.
En la apertura y cooperación recíprocas se generan espacios de confrontación fecunda entre visiones y tradiciones diferentes, que abren la mente a perspectivas nuevas y a la construcción de una convivencia más diversa, pacífica y enriquecedora.
En este ámbito de la integración social, se impone una profunda reflexión, encontrar nuevas actitudes de acogida y de justicia, no solamente en las sociedades europeas, sino en todos los pueblos del Planeta.
El futuro está siempre en las manos de la sociedad. Los cambios necesarios y humanizadores no vendrán de la mayoría de los gobernantes, pues viven atrapados por el poder y sus recursos, sino que brotarán, como siempre, de grupos sociales bien preparados que buscan una gestión más justa y ética por el BIEN COMÚN.