Clandestinos: la odisea invisible

16/01/2013 | Entrevistas

Mahmoud Traoré era carpintero en Senegal cuando decidió marcharse. Destino: Europa. Ha necesitado tres años y medio para alcanzar su objetivo. Un periplo violento y agitado contado detalladamente en un libro desgarrador que la editorial Lignes acaba de publicar. Encuentro con Bruno Le Dantec, quien ha recogido, transcrito y dado forma al testimonio.

Mahmoud Traoré, joven carpintero de Casamanza, ha tardado tres años y medio en recorrer la distancia que separa Dakar de Sevilla, cuando un turista europeo habría tardado apenas tres horas en avión. En un libro firmado junto con Bruno Le Dantec, « DEM AK XABAAR » (Andar y contar), Relato de un clandestino africano de viaje a Europa (editorial Lignes, 2012), describe con precisión y humildad la odisea moderna de los emigrantes subsaharianos, sus «compañeros de aventura», candidatos para el viaje hacia las promesas inciertas de un Occidente poco hospitalario. Mahmoud cuenta cómo se aferró a ese camino peligroso desde África Occidental a través del Sáhel, el Sáhara, Libia y el Magreb, con el objetivo de alcanzar la frontera española de Marruecos, puerta de entrada a Europa.

En el camino de «si lo hubiera sabido», los emigrantes se enfrentan a chantajes incesantes y a persecuciones por parte de policías y aduaneros que operan por cuenta de la Unión Europea. Pasan hambre, sed, frío, sufren violencia. Un infierno a veces templado gracias a gestos de hospitalidad y a la ayuda de las redes solidarias.

El relato de Mahmoud, fluido y anhelante, cede por fin la palabra a uno de estos clandestinos, normalmente invisibles y mudos, reducidos a un objeto fantasma y de instrumentalización política.

Encuentro en Marsella con Bruno Le Dantec, que ha transcrito este testimonio y firmado tanto la introducción como la nota final de la obra.

¿Cómo se produjo el encuentro con Mahmoud?

Le conocí gracias a unos amigos de Sevilla que tenemos en común. Mahmoud les conoció justo después de haber saltado la frontera de Ceuta en septiembre de 2005. Este colectivo de emigrantes a la fuerza hizo mucho ruido en aquella época, hubo muchos muertos y dio lugar a una marcha de protesta europea. Por proximidad geográfica, algunos andaluces llegaron allí, entre ellos mis amigos de Sevilla que se cruzaron por casualidad con Mahmoud en la calle cuando estaba convaleciente (se había herido en la pierna al saltar la alambrada de púas). En parte gracias a ese contacto, Mahmoud decidió ir a Sevilla tras su traslado a la península. Desde entonces vive ahí. Mis amigos me lo presentaron y me dijeron: «Deberías pedirle a Mahmoud que te cuente su historia».

Una cosa llevó a la otra y, a merced de largas conversaciones sin ton ni son, nos hicimos amigos. Después, conté su historia en CQFD, pero el formato resultó ser muy limitado. La historia merecía ser contada de pe a pa. Mahmoud tenía muchas ganas de hablar, creo que especialmente para informar a los jóvenes de su país de lo que les espera en la carretera y al comienzo del camino. Dada la fuerza de esta historia, que podemos considerar una verdadera odisea moderna, dijimos que era necesario contarla de forma que llegara al mayor número de personas posible. Entonces, hicimos un trato: él tenía que confiar en mí para que redactara su relato, para hacerlo accesible y siempre evitando trampas decorativas. Y yo me fiaba de lo que me contaba y verificaba, en la medida de lo posible, los hechos, las fechas y los lugares. Por eso, aunque la narración se hizo en primera persona, decidimos firmar la obra los dos.

¿Cómo se desarrolló el trabajo de pasar de lo oral a lo escrito, de recopilación y, por último, de forma?

Todo nos llevó más de dos años. Teniendo como base mis artículos de CQDF y las preguntas elaboradas por adelantado, Sonia Retamero, que vivía en Sevilla, grabó más de 26 horas de conversación con Mahmoud. Sonia mezcló en la grabación su curiosidad y sensibilidad, lo que permitió desarrollar ciertos aspectos que podrían haber pasado desapercibidos de otra forma. Por ejemplo, el capítulo que se desarrolla en Argelia, donde Mahmoud vive una historia sentimental con una joven viuda argelina, sólo habría constituido un párrafo si Sonia no hubiera empujado un poco a Mahmoud, que lo evocaba al principio de una forma muy breve y púdica. Sonia se había dado cuenta de que este era uno de los escasos pasajes en los que había una fuerte presencia femenina en un universo muy masculino, muy duro, que no resulta anecdótico. Asimismo, es uno de los aspectos que permiten salir de los clichés sobre los clandestinos y subrayan hasta qué punto estos viajes no son sólo ricos en desgracias y sufrimientos, sino también en relaciones humanas.

La elección de llevar a cabo un «libro de testimonios» levantó algunas ampollas en mitad de la edición. ¿Cómo explicas este recelo hacia este género de narración?

La primera impresión que tuve cuando presenté el manuscrito era que no encajaba en ningún sitio. Algunos editores me decían que lo habrían publicado si fuera literatura, una novela inspirada en esta historia. Otros, por el contrario, habrían estado más a gusto si se tratara de un ensayo político sobre el tema de la inmigración clandestina. Era el caso de los editores de La Découverte, aunque estudiaron el manuscrito con mucha atención y benevolencia. De hecho, me parece increíble que los testimonios directos de clandestinos sean tan escasos cuando el tema de la inmigración suele ser portada en los periódicos. Generalmente, son fragmentarios y pretenden ilustrar una intención para fabricar una ficción, para denunciar, para teorizar o informar; en resumen, se suelen utilizar para ilustrar la voluntad de otra persona. En esta ocasión, por primera vez, un emigrante es el protagonista de su propia historia y no se refleja lo de siempre: un objeto de represión, de explotación, de tráfico, de criminalización y, además, de compasión, de recuperación y de estudio.

Esto demuestra que, seguramente, la segunda razón por la que los editores desconfían se debe a los antecedentes de tentativas de narraciones autobiográficas de clandestinos. Hubo un caso de fraude, Sed de Europa, en el 2008: el autor, Omar Ba, un senegalés, reconoció haber usurpado testimonios que no eran de su propia experiencia. Este fraude sembró la duda en todos los que le siguieron. Como si un caso hubiera bastado para descalificar al resto. Cuando pensamos en todos esos autores de éxito que han plagiado y a los que todavía invitan a todos los platós de televisión, nos da la risa.

Tras este fraude, vino Un emigrante a los pies del muro , en el 2010, del camerunés Fabien Didier Yene, quien tomó la decisión de darle una forma novelesca cuando en realidad él había vivido lo que describía. Ocurrió lo contrario que con Omar Ba: Yene debió de disfrazar la forma de su narración cuando su historia era auténtica. Lo sabemos porque pasó por los mismos lugares que Mahmoud y encontramos algunos personajes comunes en los dos testimonios. Al final su libro pasó desapercibido.

Estos son más o menos los únicos antecedentes. El resto, son más bien narraciones de periodistas, como el del italiano Fabrizzio Gatti, Bilal sur la route des clandestins [Bilal de incógnito con los clandestinos] (editorial Liana Lévi), que hizo el camino con los emigrantes. Como periodista blanco, hubo una serie de realidades que le impresionaron: el paso por Libia, la existencia de residencias africanas, las redes de ayuda, la sociabilidad subterránea… A fin de cuentas, es un libro excepcional, pero también demuestra los límites del ejercicio «subjetivo».

Al llegar al relato en sí, la violencia de las relaciones sociales a las que se enfrentan los emigrantes nos sobrecoge. Vemos que en cada etapa va en aumento, son víctimas de la codicia e, incluso, de la brutalidad tanto de falsos pasadores como verdaderos, de los que se interponen en su ruta, de bandidos, de policías, de gente que a veces pasa más apuros que ellos. Cuando tienen que satisfacer sus necesidades, se encuentran totalmente a disposición de otra persona, sumidos en formas insoportables de sobreexplotación. Es cierto que también se encuentran con personas humanas y benévolas que les dan un poco de comida o un consejo para evitar a los polis. Pero, al final, el lector se queda con una visión bastante pesimista de la humanidad donde la codicia es la regla y la generosidad, la excepción. ¿Eras consciente de esta violencia?

No, la descubrí igual que la descubrirán los lectores. Yo mismo estaba asustado de ella al principio. Por otra parte, estábamos un poco preocupados de la imagen que podría dar de África. Pero no podíamos idealizar nada. Creo que en Europa nos alimentan de una visión muy superficial de este continente, lo vemos como un bloque en el que modo de producción capitalista no habría destrozado las relaciones sociales tanto como en Europa o donde la solidaridad todavía representara un papel importante. Cuando no es así de simple, no son sociedades igualitarias, la presión de la pobreza es terrible y la herencia colonial y poscolonial se resiente mucho, especialmente en la corrupción. La cruda descripción de esta brutalidad peligraba al basarse en la tesis según la cual los emigrantes huían no sólo de la miseria, sino también de los estados sin derechos, donde lo arbitrario todavía se impone. Esto acredita la idea según la cual Europa es, en resumen, un oasis.

No obstante, cuanto más concretábamos los detalles de la narración con Mahmoud, más dificultades encontrábamos. Al principio, era poco elocuente en cuanto a los momentos de humillación que sufrió (entendemos el porqué). Sin embargo, era necesario describir bien esas escenas, no por voyeurismo, sino para que el lector pudiera imaginar lo que había vivido. Tuve que colarme en el estado mental de Mahmoud, que no demoniza, ni se vanagloria, no se comporta como una víctima y relativiza mucho.

Al final, no se trata para nada de oscurecer más el cuadro por el lado africano que por el europeo. Mahmoud cuenta tanto el linchamiento de uno de sus compañeros malienses en Libia como el sórdido asesinato de otro en Andalucía tras una pelea racista. Llegado a este punto ya lo sabemos, el final del camino no es un paraíso. De hecho, cuanto más se acercan los clandestinos a Europa, más dificultades sofisticadas e hipócritas aparecen. La gestión de las fronteras de la fortaleza europea, antiguo baluarte de un supuesto humanismo y de los derechos humanos, crea situaciones de una violencia inaudita. Por lo tanto, hay que tener en cuenta que la brutalidad de la policía marroquí, a la que los clandestinos apodan «Ali», se ejerce por petición de la Unión Europea.

Otro aspecto que no se ha edulcorado en la narración de Mahmoud y que ha batido en brecha una visión un tanto etnocentrista de África son las manifestaciones de racismo contra los negros por parte de algunos norteafricanos. En este punto podemos preguntarnos sobre la parte del legado del colonialismo y de un prejuicio aún más antiguo…

Es tema importante. Decirlo es desafortunado, pero una parte del camino de estos emigrantes negros se corresponde también con la ruta histórica de las caravanas árabes que traficaban con negros. En este caso, las manifestaciones de racismo comenzaron en Libia, donde tomaron unas proporciones alucinantes y acompañaron la odisea de Mahmoud hasta Marruecos. Ha vivido el desprecio racista como un sufrimiento muy profundo, multiplicado por una gran incomprensión: como musulmán, no esperaba encontrar este rechazo entre sus correligionarios. Es algo que no había conocido antes.

Pero de nuevo, y a pesar del rencor que ha suscitado en el país de Mahmoud, hay que relativizar la imposición de este racismo. Porque hay muchos contraejemplos, entre los que se encuentra la joven viuda argelina que le cuida; los pueblos del Rif que acuden a ayudar a los emigrantes en varias ocasiones, ya que estos están obligados a rehacer el mismo camino muchas veces; y todos los gestos de solidaridad que se realizan en el nombre de una fe común. Indudablemente, Mahmoud generaliza los rasgos culturales reales o supuestos de los «árabes»: la envidia, la prohibición de las relaciones entre hombres y mujeres, etc. ¡Llega a decir que prefiere vivir con 500 euros mensuales en Andalucía que con 100 euros en Argelia! Entonces caemos en lo «políticamente incorrecto». Sin duda, a nosotros nos gustaría escuchar un relato fraternal. Estamos dispuestos a denunciar las formas de racismo sufridas por los magrebíes y los africanos aquí, en Europa, pero nos cuesta mirar a la cara la realidad descrita por Mahmoud, que no encaja con el discurso de defensa del emigrante que nos gustaría tener. Sin embargo, la realidad es que existen discrepancias no sólo entre subsaharianos y magrebíes, sino también entre nacionalidades subsaharianas, anglófonas, francófonas, de habla portuguesa, entre cristianos y musulmanes. Si hay que arrepentirse de estas discrepancias, también hay que encararlas con el poco sentido de hospitalidad que reina hoy en día en Europa y en Francia en particular…

Limar estas asperezas habría permitido que nadie chocara y que la propuesta de Mahmoud no se viera descalificada por sospechas de racismo. Pero como apostamos por contar la verdad, no lo podíamos pasar por alto. Borrar las contradicciones o los aspectos molestos significaba caer de nuevo en el defecto de apropiación de la palabra de Mahmoud en nombre de un discurso estrictamente militante. Entiendo que a algunos defensores de la causa de los sin papeles les pueda dar dentera y vean, en algunos pasajes, algunas frases y argumentos otorgados al enemigo; espero que ellos mismos tengan la honestidad de reconocer que esto no corresponde al conjunto del libro. La fuerza de la narración va más allá.

Otro aspecto inédito de este testimonio es la descripción de la organización de los emigrantes. A lo largo de todas las etapas, hay hogares nacionales hasta la frontera con Ceuta, donde asistimos a la constitución de una verdadera contra sociedad.

Efectivamente, lo que se diseña es una sociedad subterránea y motora que se autoperpetua. Desde África Occidental hasta la frontera entre Argelia y Marruecos, hay hogares, o casas, que acogen a los emigrantes por nacionalidades; por otro lado, en Marruecos los emigrantes viven en campamentos al aire libre, o guetos, de una precariedad terrible. Los hogares recuerdan la estructura aldeana tradicional con el principio de autoridad encarnado por el inquilino más antiguo, sucedido por el que viene después de él. Pero cuanto más se acercan los emigrantes a Europa, la lógica del beneficio se vuelve más preponderante en estos hogares. Aparecen los «hombres de negocios», quienes redoblan las astucias e inventan reglas para sacarle el dinero al último que ha llegado. Además, toda la jerarquía de estos guetos la han copiado los gobiernos modernos, con un presidente o chairman como las multinacionales, ministros, policía, diplomáticos, con instancias «supranacionales» y «cascos azules» para evitar los conflictos entre nacionalidades.

Impulsados por la desesperación, los emigrantes van a cuestionar estas estructuras inmovilistas y van a sublevarse el verano-otoño de 2005. Esta serie de asaltos en la frontera entre Marruecos y los enclaves españoles constituye el apogeo del periplo de los clandestinos que narra Mahmoud. El asalto más mediatizado fue el de la noche del 28-29 de septiembre (en el que Mahmoud participó) porque hubo al menos once muertos y coincidió con una cumbre internacional en la que debía negociarse la gestión de la frontera.

Se han escrito muchas tesis en torno a este acontecimiento cuya idea es que el Estado marroquí y el español utilizaron los asaltos para renegociar los medios de su misión de salvaguardar la frontera…

Creo que hay que evitar caer en el delirio complotista que afirma que estos asaltos fueron provocados por Marruecos o por Marruecos con España para darse importancia en el ámbito internacional y negociar al alza las subvenciones europeas. Incluso algunos aseguran que hubo agentes provocadores comprados por Marruecos para incitar a cientos de emigrantes a asaltar las barreras de Ceuta y Melilla. En realidad, si escuchamos la descripción que Mahmoud hace de las asambleas en el bosque, a espaldas de gobiernos informales y guetos, de traficantes y de la policía marroquí (todas esas personas que querían vivir a costa de los demás), podemos pensar que los emigrantes se sublevaron por ellos mismos. Por el contrario, es evidente que su asalto se instrumentalizó a posteriori dado el impacto mediático. Algunos hablaron de «avalancha», de «invasión», de «agresores», reenviando una imagen de la fortaleza europea asediada por millones de africanos muertos de hambre listos para inundarla. Por otro lado, las fronteras se cerraron aún más tras estos asaltos y las rutas clandestinas de desviaron.

Inmediatamente después, millones de clandestinos se dirigieron a las Canarias. En la primavera del 2006, la famosa agencia Frontex se ponía en marcha en estas islas, desempeñando el papel de la fuerza de intervención de patrulleros.

Frontex es una agencia casi paramilitar creada por decreto por la Comisión Europea que gestiona las fronteras exteriores europeas, casi alejada de todo control democrático. Pretende, por un lado, blindar el espacio Schengen y, por otro, externalizar y tomar en subcontrato la gestión de las fronteras exteriores de los países vecinos, pero también a los primeros.

Los países magrebíes sirvieron de tapón en un principio, después el tapón estaba alrededor de Mauritania, Senegal y los países subsaharianos que cerraron sus fronteras a sus propios habitantes a petición europea. Esto choca con los derechos más básicos de circulación, de ir y venir, como lo estipula además el artículo trece de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país.»

En la nota final del libro, abordas el tema de la inmigración y te burlas de la hipocresía de las políticas de bloqueo subrayando que la inmigración clandestina se beneficia primero de todo el negocio. Escribes: «La verdad oculta de la prohibición fronteriza es que el mercado necesita clientela cautiva. Al vivir con el temor de reacciones racistas, las leyes discriminatorias y una posible expulsión a su propio país de origen, el clandestino se parece al trabajador ideal que sueña con el capitalismo, cuya precariedad le paraliza las ganas de hacer valer sus derechos o de ir y venir libremente durante mucho tiempo.»

En términos de análisis económico, nos damos cuenta de que el mercado europeo es el gran beneficiario de estos flujos migratorios decretados como ilegales. Los pequeños beneficios y los chantajes que minan la ruta del Sáhel o la de África del Norte no son nada comparados con los enormes beneficios generados por la explotación de la mano de obra emigrada ilegalmente.

[1] En el sur de España, Italia o Grecia, esta sobreexplotación es evidente, pero no hay que pensar que el norte respeta más los derechos de los trabajadores. Lo comprobamos con la huelga de los sin papeles de los restaurantes de los Campos Elíseos en el 2008, en pleno centro de lugares frecuentados por las clases dirigentes del primer mundo. Y no se trata de una excepción, puesto que sectores económicos enteros se proveen sistemáticamente del vivero de la mano de obra ultra precaria y flexible que constituyen los sin papeles: los sectores de la agricultura, la restauración, la hostelería, la construcción, la seguridad privada, la limpieza… Es aquí donde hay que señalar la inmensa hipocresía del discurso que presenta la inmigración como una invasión cuando se sigue atrayendo a esta mano de obra para explotarla y obtener grandes beneficios.

La doble pena para los emigrantes es que son personas obligadas a pasar por pruebas terribles y arriesgar su pellejo (ya que aunque es muy difícil proporcionar un número preciso, miles mueren en el camino [2]) para llegar y dejarse sobreexplotar.

Una abyecta selección natural se encuentra en el proceso, donde sólo los más afortunados acceden a la preciada alegría de entrar en Europa. En un documental sobre el centro de retención de Melilla, el médico español del centro observaba sin cinismo aparente que aquellos que habían llegado hasta allí eran los más fuertes.

Su tarea consistía entonces en examinarlos y medir sus aptitudes para trabajar en los invernaderos almerienses. Además, llama la atención que el modelo de producción agrícola intensivo de Almería funciona gracias a los sin papeles: son garantía de un coste de trabajo mínimo y de gran docilidad de la mano de obra.

La paradoja es que este hecho puede alimentar los discursos contra la inmigración de una Marine Le Pen, por supuesto colocando en el punto de mira al trabajador «nacional» contra el extranjero y dar cerrojazo. Jugando con esta retórica, no sólo la inmigración clandestina bajaría el nivel de vida y los derechos sociales de los trabajadores autóctonos, sino que ni siquiera sería deseable para el propio inmigrante…

Se trata de un fenómeno antiguo. En Francia ya se criticaba a los italianos a finales del siglo XIX y a comienzos del XX con los mismos argumentos. La novedad es que el discurso de la ultraderecha xenófoba ha influenciado a la derecha clásica y a veces a parte de la izquierda. El discurso dominante quiere hacer creer que el inmigrante quiere robarnos el curro, el pan, las ayudas para los autóctonos y participar en la degradación de las condiciones de vida generales al aceptar condiciones precarias de trabajo. Desde hace dos décadas, la «amenaza de los inmigrantes» es uno de los temas preferidos de los medios de comunicación, omnipresente en la boca de los políticos como forma de contar con la opinión pública por el miedo y la angustia. Evidentemente, el extranjero sirve como distracción puesto que el desposeimiento que nos afecta es aún mayor.

¿Cree que la crisis económica que castiga especialmente al sur de Europa (hablamos de millones de españoles y portugueses listos para expatriarse para buscar trabajo) puede acentuar las formas salvajes de competencia laboral y exponer a los inmigrantes africanos a todavía más manifestaciones xenófobas?

Es cierto. En Andalucía, por ejemplo, ya hemos visto las consecuencias del estallido de la burbuja inmobiliaria. Todos los obreros agrícolas andaluces que se habían ido a edificar a las zonas costeras, donde les pagaban mejor que en el campo, volvieron a sus casas y encontraron su antiguo curro desempeñado por su mujer o por un inmigrante. Esto provocó discursos como «Que las mozas vuelvan a casa y los inmigrantes a su país»… Sin embargo, el sindicato andaluz de los trabajadores [3] (antiguo SOC) se anticipó al invertir tanto en los países de los emigrantes de Almería y de Huelva como en las mujeres trabajadoras, por ejemplo, en la cosecha de aceitunas.

En cualquier caso, no ha habido aún una instrumentalización política de este tema como en Grecia o en Francia. Excepto quizá en Cataluña, en la periferia de Barcelona…En cuanto a si esto ha cambiado alguna circunstancia de los emigrantes, lo único que puedo subrayar es lo que declaró un clandestino tras los últimos pasos obligatorios de Melilla: «Sí, sabemos que en España hay crisis, pero en nuestro país lo que hay es muerte».

Al acabar la nota final del libro, evocas el desarraigo y el sentimiento de desposeimiento que la lógica capitalista nos inculca. ¿Cómo imaginas lo que propones como contra-modelo de esta lógica y que tu llamas la «libre asociación»?

En la conclusión del libro, intento expresar el hecho de que de ahora en adelante nos sintamos cada vez más extranjeros en cualquier lugar y esto vale también para aquellos que viven donde nacieron. Nos encontramos desposeídos de las elecciones que podemos hacer y esta desposesión procede del hecho de que estamos gobernados por el dinero, las cosas y la mercancía. Al final, compartimos con los inmigrantes esta singularidad con respecto a un mundo que ya no nos pertenece. También intento evocar, en medio de esta singularidad, un posible encuentro. Hay que comprender también el exilio de los inmigrantes como la expresión de una realidad más brutal que la que empezamos a conocer por nosotros mismos.

En cuanto a la «libre asociación», es la alternativa al sistema capitalista propuesto, pero no he querido formularla de una forma ideológica ni romántica, construir un programa ni utilizar palabras acabadas en –ismo; ya que podría haber instrumentalizado la historia de Mahmoud con grandes discursos. Es una pista que lanzo y que queda por inventar. No obstante, lo mínimo era subrayar que el encuentro es siempre posible. Entre Mahmoud y yo, las culturas son muy diferentes, pero nos encontramos en sentimientos comunes: la revuelta contra la injusticia, la búsqueda de la libertad, el deseo de viajar; más allá de la propia necesidad, que no es la única fuerza de este impulso.

Asimismo, nos podemos encontrar en el episodio de los asaltos del 2005, en ese espíritu de revuelta, esa voluntad de derrumbar los muros. Salvando las distancias, podemos compararlo con una huelga, una insurrección; todos esos momentos de tambaleo que te hacen pensar que, de forma colectiva, tenemos un poder contra las estructuras que nos oprimen. Podemos derrumbar los muros.

Notas:

[1] Se trata de un margen de beneficio realizado por las empresas que cuentan con recursos de mano de obra ilegal no declarada y que se escapa por definición de las estadísticas. En cuanto al gasto público, la opinión pública se calma con la idea de que la inmigración agrava el abismo de la deuda. Las cifras constituyen por consiguiente una postura política escabrosa. Para Francia, según un informe de la izquierda parlamentaria de mayo del 2011 y de acuerdo con los trabajos del economista Xavier Chojnicki, los inmigrantes «cuestan» 47,9 mil millones de euros al año en gastos de protección social, pero aportan 60,3 mil millones en cotización, siendo este un saldo muy positivo. Este artículo es un buen ejemplo del tratamiento de este tema desde un punto de vista estrictamente económico.

[2] Más de 16.250 emigrantes murieron (la mayoría por ahogamiento en el Atlántico o el Mediterráneo) en las fronteras europeas de 1993 a marzo de 2012, según el Atlas des Migrants, presentado en noviembre del 2012 por la red Migreurop. Además, en el 2011, al menos cinco emigrantes murieron al día en las fronteras europeas. Por último, según el blog Fortress Europe, cerca de 300 emigrantes fueron asesinados entre 1988 y 2009 por la policía de las fronteras, 37 de los cuales en los enclaves de Marruecos, Ceuta y Melilla. Pero todas estas cifras no tienen en cuenta a los desaparecidos por el camino, especialmente en el Sáhel o en Libia; a ellos nunca los podremos contabilizar.

[3] El SAT es un sindicato de acción directa para “la apropiación, la gestión y el control de los medios de producción por los trabajadores y trabajadoras”, que cuenta con más de 20.000 miembros. Se define como un “sindicalismo de clase, autónomo e independiente, democrático, solidario e internacionalista, anti patriarcal, opuesto a la homofobia, no sexista y plural”. Este verano, llevó a cabo la ocupación de 1.200 hectáreas de la finca de la Turquilla, que pertenece al ministerio de Defensa español, así como las acciones de reapropiación directa en varios supermercados. (Leer «L’Andalousie se rebelle et se réinvente» (Andalucía se rebela y se reinventa), CQFD, nº 104, octubre de 2012).

por Mathieu Leonard

Publicado en Senemag, Senegal, el 18 de diciembre de 2012. (Fuente original: Article11)


Traducido para Fundación Sur por Laura Moreno.

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