“Caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno”, así concluye el papa Francisco su última encíclica “Dilexit nos”, sobre el amor humano y divino, de nuestro corazón. Esta encíclica es diferente de las anteriores, pues esta última es ante todo una meditación bíblica y teológica, para los creyentes, en relación con el significado del amor humano y divino del corazón. Mientras que “Laudato Si” está escrita para todos.
Afirma claramente que solo el amor verdadero hará posible una humanidad nueva. Sin ese amor auténtico no seremos capaces de reconocer y respetar la dignidad de cada ser humano o de entregarnos al servicio y cuidado de los demás.
Si nos alejamos de los demás con cualquier forma de violencia y opresión, nos deshumanizamos, perdiendo la capacidad para amar de verdad.
Lo más grave hoy, como en siglos anteriores, no es el ateísmo, sino el negacionismo de todo lo que es humano y de la misma dignidad humana.
Construir una civilización más humana, donde florezca la acogida y el cuidado mutuo, nos capacita para la convivencia. Aquí nos pueden inspirar las diferentes sabidurías y experiencias de las culturas de pueblos indígenas, como la sabiduría del “Ujama” en la Tanzania de Nyerere, o la del “Obuntu” de Mandela, donde se prima, ante todo: la acogida y el cuidado mutuo.
Conocemos el amor verdadero en la entrega generosa a cuidar de los demás con respeto mutuo, cercanía y solidaridad, y de toda la casa común. Respetamos la dignidad de los demás, y de la naturaleza, en la medida que los cuidamos con respeto y con justicia.
Cada ser humano ha sido creado ante todo para relacionarse: ser amado y amar a los demás. Cada persona puede expresar lo que siente en su corazón, en las celebraciones, ritos, devociones, manifestaciones y encuentros que tengan sentido y significado en su vida, pero recordando siempre que estas manifestaciones religiosas o populares son tan solo medios para caminar y trabajar todos juntos en la construcción de un mundo más justo, solidario y fraterno.
Con frecuencia nos conformamos y nos quedamos en los medios: ritos, devociones y en las celebraciones, olvidando lo más importante, que consiste en trabajar juntos para la construcción de una nueva familia humana, donde todos podamos gozar de la dignidad humana y de una convivencia pacífica.
No importa tanto nuestro origen, raza, cultura, género y religión, porque todos somos seres humanos, llamados a relacionarnos y cuidarnos mutualmente como miembros de una misma Gran Familia, en el seno de un mismo Creador que cuida de todos.
Lázaro Bustince Sola
CIDAF-UCM