Burkina Faso: Los pozos de la región de Tugán , por Antonio Molina

13/05/2010 | Bitácora africana

El agua es vida. Sin ella no hay desarrollo posible. Por eso el Sahel está en la antesala de la muerte, que es el desierto del Sahara. Tugán con +45º grados a la sombra, durante los meses de marzo a junio, cuando no ha llovido desde octubre, es un horno, que bien merece el título de “puerta del infierno”.

Es la razón por la que evangelizar es dar de beber a las gentes y ganados, que se encabezonan en quedarse en estas tierras inhóspitas.
La diócesis de Nuna-Dedugú , desde los años 60 del siglo pasado, tenía organizado con la colaboración de la Cooperación Alemana un proyecto de POZOS DEL SAHEL. Varios equipos de poceros especializados con material pesado para perforar rocas, si necesario, iban a donde más necesitaban agua.

En la misión de Tugán también intervinieron en algunas ocasiones, pero la mayoría de los pozos tradicionales que estaban secos, sólo necesitaban limpiar los fondos atascados de barro e inmundicias y ahondarlos hasta alcanzar el nivel de la capa freática, que en 40 años en muchos lugares descendió 20 metros. Con un buen equipo de albañiles poceros, unos moldes de chapa para fraguar las anillas de cemento armado y unas herramientas sencillas: picos, palas, poleas, cuerdas, algunos pedazos de tablones, arena, grava y cemento, además de la colaboración de los mozos del pueblo, íbamos trabajando barato y eficazmente. En mis seis años de presencia por aquella región, pusimos en marcha más de 50 pozos tradicionales, con su arco de hierro para la polea y una acera cimentada alrededor para evitar que las aguas sucias se infiltrasen en el pozo. Algunos iban equipados con un abrevadero de cemento para dar de beber a los animales. Algunas veces sorprendí a algún chavalín tomándose un baño en esa pila.

DOS CLASES DE TRABAJOS

En muchas aldeas y poblados la gente se quejaba de que su pozo, cavado por los antepasados, estaba seco hacía años. Muchos desde la gran sequía del año 1973…Cuando iba a los pueblos en los fines de semana, para celebrar le Eucaristía con la Comunidad Cristiana. Me echaba encima mi péndulo de radiestesista, para verificar si aún había agua allí y a qué profundidad se encontraba. Por ejemplo en Kuy, donde empezó la misión en 1927, la capa freática en 50 años había descendido 21 metros.¿Qué hicimos en el pozo de la antigua misión que servía para todo un barrio? Limpiamos el fondo, se sacó toda la basura acumulada, los mozos excavaron la tierra hasta dar con una capa de arena húmeda. Entonces vinieron los poceros, colocaron un par de anillas de cemento y luego continuaron cavando de forma que por su propio peso, las anillas iban descendiendo en el agua. Al llegar a los 40 metros empezó a brotar el agua, habíamos “pinchado” una vena de agua subterránea. Aún se ahondó metro y medio. En resumidas cuentas, el pozo volvió a dar de beber a los “kuytados”. Los antepasados y los primeros misioneros no se equivocaran. Lo que allí brotó era una corriente de agua viva…

¿Para que agujerear de nuevo la tierra, si ya hubo agua allí?

En general, los aldeanos aceptaban de buen grado ese trabajo de limpieza y aprofundamiento de sus pozos antiguos secos. Yo nunca trabajaba para pozos particulares en el patio de alguna casa. Siempre se trataba de pozos comunitarios situados en una placeta o entre las cuatro esquinas de dos calles. A menudo, a esos pozos les fabricábamos una tapadera de chapa para cubrir el brocal y evitar que tiraran basura o que algún niño o animal se cayera dentro. Cada grupo de mujeres traía su pozal y su cuerda, pero la garrucha estaba colgada del arco de metal o de dos tablones en “X”. Esto facilitaba el trabajo de sacar el agua a las mujeres. Los hombres sólo tiran de la cuerda, cuando van a dar de beber al ganado y a las bestias de carga.

UN CASO ESPECIAL: LOS 13 POZOS DE ÑANKORÈ

Es uno de los pueblos grandes, con casi cinco mil habitantes. Posee escuelas y dispensario, además de una iglesia con campana española y una mezquita. En el pueblo había numerosos pozos en los diversos barrios, pero 13 de ellos estaban secos. Eran los pozos tradicionales más antiguos.

Los responsables de los barrios convocaron una gran asamblea popular, todas las fuerzas vivas vinieron a la plaza del gran “Ficus”- el árbol de la palabra,- como si fuera la sede del parlamento. El área estaba recién barrida y la gente se sentaba en el suelo, sólo tenían sillas o taburetes: El Jefe tradicional de Ñankoré, el Imán de la mezquita, el padre misionero, el maestro, el enfermero y la esposa del catequista, que había sido elegida por las mujeres para representarlas a todas,¡menuda líder era Elena! Estaba acostumbrada hablar en la Iglesia y en las reuniones de mujeres. Además no tenía pelos en la lengua. Llamaba “Al pan, pan y al vino, vino.”

El imán, el jefe tradicional y el presidente de la Comunidad Cristiana formaron una comisión. En cada conjunto de casas, que forman “mini barrios”, se constituyó un equipo de gente joven. Yo propuse para la dirección a dos poceros profesionales, con una condición, que el pueblo debería hospedarlos y alimentarlos. Los salarios los pagaba el proyecto “Pozos de Tugán”.

Empezamos los trabajos en enero y febrero, cuando los campesinos descansan después de las cosechas y aún no hace tanto calor. Poco a poco los pozos se fueron rehabilitando y el domingo de Carnaval, (que allí no se celebra), organizamos la fiesta de la inauguración de los 13 pozos. El Jefe tradicional y el Imán estaban tan contentos de ver como los vecinos habían trabajado todos juntos, que al llegar al pozo que está frente a la mezquita, yo lo invité a que echara una bendición, pero él se empeñó en que fuera el padre misionero quien bendijera el agua y la probara el primero. Así fuimos en procesión con la cruz al frente, de pozo en pozo. Cantando y bailando al ritmo de los tantanes y tamboriles de axila. Después del rito de la bendición, uno de los habitantes del barrio en cuestión sacaba agua con un balde. Aquellos pozos tenían entre 20 y 30 metros de profundidad solamente. Su agua, filtrada por los terrenos arenosos sale fresca y cristalina. Es naturalmente potable, sin hervir, ni filtrar. En cada pozo hicimos una parte de la Misa, en uno el rito penitencial, en otro cantamos el Gloria, en el siguiente la oración del domingo, en el siguiente la primera lectura y justamente al llegar al pozo de la mezquita, canté el evangelio y expliqué a todos los presentes el encuentro de Jesús con la mujer de Samaría en el brocal del pozo de Jacob. Esta alusión al patriarca Jacob (Yakuba para los musulmanes) agradó al Imán, que dirigió unas palabras a los asistentes. “Como el patriarca Yakuba también nosotros vamos a beber de una misma agua y nuestros animales también. Por eso tenemos que convivir en paz, respetándonos unos a otros.”

Total que la procesión duró más de dos horas. Al llegar a la iglesia continuamos la eucaristía por la procesión de las ofrendas. Las muchachas traían cestos de mijo en espiga, maíz, cacahuetes, alubias y algunas hortalizas y frutas como bananas y sandías… Todo fue ofrecido al Señor junto con el pan y el vino eucarísticos. Después de la misa los miembros de la Caritas los distribuyeron entre los más pobres: enfermos, ancianos, viudas y mendigos.

Terminada la misa, vino la mesa comunitaria. Para participar con la conciencia tranquila, nuestros amigos musulmanes trajeron sus corderos “halal” degollados y asados a fuego lento. El arroz cocinado con salsa de cacahuetes tostados y molidos o con manteca de karité, llenaba todas las palanganas de aluminio. Los cristianos se relamían los labios comiendo pedazos de cerdo, asado al horno con su tocino y piel. Al principio había pasado una palangana con agua, para lavar la mano derecha, que es la que se mete en la fuente.

La comisión del proyecto, los poceros y el misionero con su catequista tuvimos en nuestras fuentes, lo que para los Samos es la carne más deliciosa, el bocado más exquisito: El perro asado al horno y bien condimentado con guindillas del “piri-piri” – chile picante-. Al cura siempre le reservan una pierna trasera, yo me comía ese pernil como si fuera cabrito, porque dice un refrán africano que “la carne es carne” no importa al animal a que pertenece…

Comiendo y bebiendo juntos, después de haber trabajado juntos, es la mejor manera de desarrollar el espíritu comunitario y el diálogo intercultural. Es lo que yo llamo “el diálogo de la vida”. El pueblo no está preparado para el diálogo religioso teológico, pero sin embargo eso de sufrir juntos, de trabajar juntos, de divertirse juntos, es la mejor herramienta para limar diferencias y convivir en paz. Es verdad que dicen que “de la discusión sale la luz”, pero con frecuencia las personas se apasionan por defender sus ideas y falta la serenidad necesaria, para hacer aquel ejercicio que realizaban los filósofos y teólogos escolásticos medievales antes de exponer sus tesis y que se llamaba “explicación del sentido de los términos”. Aquello de “donde digo ‘digo’, digo “diego”. Vemos tantos debates en la TV en que los participantes cabalgan sobre conceptos equívocos, porque no se toman el trabajo de precisar al principio el sentido de las palabras que utilizan.

Pasadas las horas de la siesta a la sombra de los árboles, al inclinarse el sol, los balafones y ‘barimbas’ acompañados por los panderos y alguna ‘kora’, invitaban con sus melodías a los presentes a mover el esqueleto. Los bailes y danzas terminaron cuando ya iba alta la luna llena en el firmamento. Una jornada bien repleta de emociones y de bendiciones…

El “dolo” – la cerveza tradicional casera de mijo, fabricada por las mujeres, contribuyó a la brillantez y regocijo de la fiesta popular. No hubo que lamentar ninguna borrachera, ni altercados. Se bebió con moderación.

EL OTRO TRABAJO MÁS DELICADO

Es buscar agua en un terreno donde nunca existió algún pozo. En esos casos venía una comisión del pueblo a verme a la misión central. Combinábamos el día, en general un sábado por la mañana, coincidiendo con la próxima visita a aquella comunidad. Al llegar, me esperaba un grupo de ancianos expectantes, curiosos por ver mi actividad ‘pendular’.

Saludos. Conversación exploratoria. Visitas al terreno y luego venía el pasear con el péndulo por los lugares, que parecían más propicios para encontrar el agua, que se infiltra en la tierra en la estación de las lluvias – el ‘hivernaje’ como dicen por allí- . Cada vez que reaccionaba mi péndulo, un ayudante marcaba el lugar con pedruzco o con una estaca. Cuando ya teníamos varios puntos señalados, buscábamos las corrientes subterráneas. Si nos sonreía la suerte de encontrar la intersección de dos corrientes, quería decir que allí había una vena de agua viva. Era en ese lugar que había que pincharle a la tierra, para tener agua abundante asegurada. Era un trabajo extenuante y muy tenso.

Yo sentía como si una corriente magnética viniera del agua subterránea, la captaba mi péndulo como si fuera una antena de radio y repercutía en mi brazo. Una vez marcado el lugar, comenzaba el ‘suspense’. ¿Habré acertado?

El agua ¿será potable? ¿No habrá algún mineral o sal que la transforme en veneno? ¿A qué profundidad estará el agua?

Cuando regresaba a la misión central. Sabiendo que los aldeanos estaban excavando según sus métodos tradicionales. Yo esperaba con impaciencia la llegada de un muchacho –el mensajero-, que traía colgado del manillar de la bici un gallo blanco. Al verlo respiraba hondo. Me informaba de la calidad del terreno perforado y de la profundidad de la primera humedad. Entonces llamaba a los poceros y los mandaba a estudiar el pozo y calcular los materiales necesarios para llevarlos en mi próxima visita al pueblo.

En los años 80, algunos familiares y amigos me financiaron varios pozos, en el cemento del brocal están marcados sus nombres. Entonces venía a costar un pozo unas 50.000 pesetas o sea unos 300 euros actuales.

Si los poceros topaban con roca antes de llagar al agua, entonces avisábamos al equipo de Nuna, para que vinieran los dinamiteros y los martillos neumáticos para perforarla. Era un trabajo de especialistas, que sobrepasaba nuestros medios artesanales.

Para terminar diré, que el último pozo que señalé, un domingo por la tarde, la víspera de mi traslado el Seminario Diocesano como profesor y formador, fue el pozo que tienen los protestantes de Tugán cerca de su capilla. El catequista de su comunidad, dirigida por un pastor estadounidense, que llevaba muchos años en la región con su familia, era amigo de nuestro secretario parroquial. Éste vino a rogarme que lo hiciera. Yo, como un gesto ecuménico, acepté de buen grado, pues todos somos hijos de un mismo Padre, que nos manda la lluvia a todos sus hijos, los seres humanos.

Si ahora andamos separados, la culpa no es nuestra, sino de unos personajes, quizás tan cabezones como orgullosos, que por no dar a torcer el brazo, nos hicieron la puñeta a partir del siglo XI, cuando el cisma entre Oriente y Occidente. Luego vinieron Lutero, Calvino y una larga teoría de ‘reformadores’, que hicieron que nos fuéramos separando y distanciando recíprocamente, cada cual sentado muy ‘pancho’ en el trono de ‘su verdad’…

Espero que la reunión se realice antes de que por cada lado quedemos sólo cuatro gatos. Sería un testimonio, que dinamizaría a todas las Iglesias, si un día todos los cristianos rezásemos juntos y que juntos anunciáramos el mismo Evangelio de Jesús. Entonces, sí que “ríos de aguas vivas saltarían hasta las playas celestiales.”

CONCLUSIÓN

Con el cambio climático, el año pasado hasta tuvieron inundaciones en Burkina Faso, a lo mejor le damos la vuelta a la tortilla y donde había calor seco, vuelven a reaparecer las florestas tropicales que hubo en otras eras. Pues según testimonios arqueológicos y geológicos, el Sahara ya fue un vergel, donde los elefantes se paseaban y alimentaban opíparamente

Autor

  • Molina Molina, Antonio José

    Antonio José Molina Molina nació en Murcia en 1932. Desde 1955 es Misionero de África, Padre Blanco, y ya desde antes ha estado trabajando en, por y para África. Apasionado de la radio, como él relata en sus crónicas desde sus primeros pasos en el continente africano, "siempre tuve una radio pequeña en mi mochila para escuchar las noticias". Durante septiembre 2002, regresa a Madrid como colaborador del CIDAF. En octubre de 2005 aceptó los cargos de secretario general de la Fundación Sur y director de su departamento África. Antonio Molina pertenece -como él mismo dice- a la "brigada volante de los Misioneros de África", siempre con la maleta preparada... mientras el cuerpo aguante.

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