Nombrar a Ruanda como agresor de la RDC es insuficiente

6/11/2012 | Opinión

Por Jean-Pierre Mbelu, analista político.

A medida que pasan los años, la amnesia gana los corazones y los espíritus, y los actores plenarios de la guerra de baja intensidad impuesta a nuestro país (República Democrática del Congo) se adentran más y más en las sombras, mientras sus marionetas se hacen más y más visibles en el escenario mundial. Un agitado debate moviliza a ciertos sectores políticos y civiles tras el discurso pronunciado por Joseph Kabila en la Asamblea General de la ONU en Nueva York el 25 de septiembre de 2012. Se le reprocha a este último no haber citado señaladamente a Ruanda como país agresor del nuestro, como lo atestan los diferentes informes redactados por expertos de Naciones Unidas y sobre todo los anexos del informe, publicados en el mes de junio de 2012. Ese reproche dirigido al “presidente de hecho” del Congo sorprende. Y eso por varias razones.

Repele el hecho de que Joseph Kabila sea “un caballo de Troya” de Ruanda. Pedirle que corte la rama sobre la que está posado sería conducirlo al suicidio. Si sostenemos que es un “presidente de hecho”, es porque es producto de un atraco electoral que ha orquestado con varios miembros del CNDP (Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo)/M23 gozando del apoyo de Ruanda.

Nombrar a Ruanda como agresor de nuestro país sería, para él, escupir sobre los secretos que condujeron al atraco electoral (que tuvo lugar después de las elecciones de noviembre y diciembre de 2011). Igualmente, la Ruanda de Paul Kagame, el CNDP/M23 y el clan kabilista, son criaturas de los iniciadores de la guerra de baja intensidad impuesta a nuestro país desde la caída de Mobutu (e incluso antes, desde el asesinato de Lumumba el 17 de enero de 1961).

Un pequeño repaso histórico. El asesinato de Lumumba, primer ministro elegido por sufragio universal, ponía punto y final al inicio de un proceso de democratización de nuestro país tras un largo periodo colonial y preparaba a nuestro país a vivir bajo el yugo de la dictadura de Mobutu a partir de 1965. Al principio del mes de Mayo de 1997, sus “creadores” lo descalificaron tras haber anudado una alianza con el dúo Kagame-Museveni. La carta de revocación de Mobutu, escrita por Bill Clinton, le fue entregada por Bill Richardson antes de que dimitiera el 17 de mayo de 1997 y tomase el camino del exilio. Mobutu se vio obligado a dimitir si no quería que los perros arrastraran su cadáver por las calles. Para sus “creadores” se había convertido en una “criatura de la historia”.

¿Por qué hubo este giro de alianzas? Mobutu estaba enfermo y sus “creadores” dudaban de que pudiera curarse. Tenían que dirigir la guerra contra Sudán y necesitaban la parte Noreste de nuestro país para el tránsito de armas. Habiendo sostenido a Museveni en el derrocamiento de Milton Obote y a Kagame en la caída de Hbyarimana, los “creadores de Mobutu” temían que Tshidekedi tomara el poder tras la muerte de Mobutu y que se opusiera a la guerra contra Sudán. La necesidad de contar con un régimen militar aliado al dúo Kagame-Museveni se imponía. De ahí la guerra de la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo (AFDL). Durante mucho tiempo, las suposiciones sobre “la mano invisible” que sostenía esta guerra pesaban sobre EEUU hasta el día en el que Herman Cohen rompiera el tabú.

En relación a eso, uno de los conocedores de la historia de la subregión de los Grandes Lagos escribe: “Afirmando, durante una entrevista realizada el 16 de octubre de 2002 en francés, que es una guerra por procuración que se desarrolla en África Central desde 1996, él (Herman Cohen) rompe el tabú, lo cual debería haberse hecho hace mucho tiempo.” (H. STRIZEK, La situación de los derechos humanos en Ruanda. La vida tras el genocidio, Missio, 2003, p.30)

La guerra de baja intensidad contra el Congo (RDC), como la que se llevó contra Sudán, se desarrolla entorno a una única y misma estrategia: crear Estados fallidos por marionetas interpuestas y tener un acceso fácil a las materias primas estratégicas que disponen estos países debilitados. Esta guerra es también la respuesta a la pregunta de la creación del mercado de África del Este y de la vuelta a las calendas griegas del panafricanismo de los pueblos africanos. Saquear África debilitándola desde el interior, dividiéndola, enfrentando a sus hijos e hijas entre sí y cultivando un odio tenaz entre ellos, tal es la política practicada por la élite anglosajona y sus aliados en África Central y en África del Este. (Para profundizar en este asunto, sería interesante leer C. ONANA, Menaces sur le Soudan et révélations sur le procureur Ocampo. Al-Bashir et Darfour. La contre-Enquête. [Amenazas contra Sudán y revelaciones sobre el fiscal Ocampo, Al-Bashir y Darfur. La contra investigación], Paris, Duboiris, 2010).

En el prefacio de otro libro de Charles Onana, Cynthia McKinney, antigua congresista del partido democrático y emisario especial de Bill Clinton en los Grandes Lagos Africanos en 1997, sostiene que nuestro país sufre las consecuencias de la mala política de EEUU y de su alianza militar con la Ruanda de Paul Kagame. (Leer este prefacio en C.ONANA, Ces tueurs tutsi. Au cœur de la tragédie congolaise [Esos asesinos tutsi. En el corazón de la tragedia congoleña], Paris, Duboiris, 2009, p.7-17).

Otros cuatro títulos ayudarían a comprender mejor esta cuestión y a hacernos comprender que más allá de Ruanda, está EEUU, Gran Bretaña, Israel y sus empresas privadas, que juegan el papel de actores plenarios en la tragedia que conoce toda la subregión de los Grandes Lagos: J.-P. BADIDIKE, Guerre et droits de l’homme en République démocratique du Congo [Guerra y derechos humanos en República Democrática del Congo], Paris, L’Harmattan, 2009; A. DENEAULT, D. ABADIE y W. SACHER, Noir Canada. Pillage corruption et criminalité en Afrique [Canadá Negro. Saqueo, corrupción y criminalidad en África], Montreal, Ecosocieté, 2008, F. HARTMAN, Paix et châtiment. Les guerres secrètes de la politique et de la justice internationales [Paz y Castigo. Las guerras secretas de la política y de la justicia internacional], Paris, Flammarion, 2007; P. PEAN, Carnages. Les guerres secrètes des grandes puissances en Afrique [Matanzas. Las guerras secretas de las grandes potencias en África], Paris, Fayard, 2010. Podemos añadir a esas cuatro, Les crimes organisés [Los crímenes organizados] de Honoré Ngbanda.

Para ciertos compatriotas, volver a estos libros, es reconducir lugares comunes. Para nosotros, esta reconducción nos parece indispensable para los esfuerzos que conjugamos en organizar nuestro pensamiento con el fin de profundizar el conocimiento que tenemos de nuestro verdadero adversario. Pero también sobre las consecuencias que tenemos que deducir para el advenimiento de una nueva África.

Es un hecho que Paul Kagame es un criminal de largo recorrido y que debe ser anulado a toda costa. Él y sus escuadrones de la muerte. No obstante, olvidar que ese señor es un “paralítico” que se divierte debajo de un árbol de hojas verdes porque sus amigos anglosajones se las tiran, es correr el riesgo de tener que abrazar, mañana, en la subregión de los Grandes Lagos, “otro paralítico” al servicio de la misma élite en lugar de Kagame para perpetrar la misma política. Es decir, nombrar a Kagame en los debates que tratan de la guerra de baja intensidad impuesta a nuestro país no es suficiente si no nos permite identificar a los actores principales que operan a partir de “verdaderos círculos de poder mundial”.

Volver sobre algunos de los libros mencionados antes, es una invitación a combatir regularmente, una buena cura contra la amnesia. Ésta puede conducir a la confusión y a hacer ineficaz la organización de nuestro pensamiento. Una buena cura contra la amnesia nos puede ayudar a cuestionar la hegemonía cultural occidentalizante que nos conduce a alabar los méritos de las “viejas democracias de mercado” mientras que implantan políticas económicas militaristas nocivas para el futuro de África y de la humanidad.

Una buena cura contra la amnesia parece ser una de las opciones que nos puede encaminar hacia la vía de la ética de la responsabilidad orientada hacia el pasado y de la ética de la reconciliación orientada hacia el futuro. Podemos acusar a los demás, pero sin una autocrítica permanente sobre nuestras traiciones, nuestras codicias, nuestros falsos semblantes, nuestros repliegues étnico-comunitarios, sobre la falta de puesta en marcha de grandes movimientos sociales y de partidos políticos capaces de trabajar en sinergia, no pararemos de girar en redondo. No habríamos sido vencidos por “la pequeña Ruanda”, si hubiéramos tenido un ejército profesional y no tribalizado. (ver entrevista del general Paul Mukobo en Congo Indépendant, del 9 de agosto de 2012).

Sí. Una ética de la reconciliación con nosotros mismos y nuestros vecinos es indispensable para el advenimiento de un panafricanismo de los pueblos, capaz de resistir contra la política del “dividir para reinar” a la cual recurre la élite anglosajona para hacernos “explotables” a voluntad. Llegados a este punto, los esfuerzos tímidos pero laudables desplegados por algunos de nosotros y algunos patriotas ruandeses para trabajar juntos y enjuiciar a Paul Kagame, “su caballo de Troya” y sus otros escuadrones de la muerte son dignos de ser alentados. Una ética de reconciliación no deberá hacer economías de una justicia justa y suficientemente reparadora. Deberá contribuir a salvar la subregión de los Grandes Lagos del proceso de salvajismo mantenido por instigadores de la política del “divide para reinar” y declarar absurda una guerra de depredación perteneciente a las naciones que han logrado limar sus diferencias y constituirse en grandes conjuntos.

Mbelu Babanya Kabudi

Publicado en INGETA, el 1 de octubre de 2012.

Traducido para Fundación Sur por Juan Ramos Peris.

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