Alianzas con los ojos abiertos, por José Julio Martín Sacristán

14/05/2012 | Bitácora africana

Hace sólo unos días, en el transcurso de una velada en el desierto de Lompoul, en Senegal, un francés jubilado que reside allí nos contó con orgullo cómo, durante un viaje turístico al país, quedó impresionado ante las necesidades de los más pequeños y decidió crear una ONG para ayudar a los niños del pueblo del guía turístico que les había acompañado; una historia ésta que es típica en el origen de muchas ONGDs (que frente a las ONG se diferencian porque se dedican a la cooperación al desarrollo). Cuando, al cabo del tiempo, este buen hombre se jubiló decidió comprarse una casita cerca de su proyecto y pasar allí varios meses al año. Esta segunda parte de la historia representa también un fenómeno cada vez más frecuente: el de los jubilados que escogen países africanos para retirarse, puesto que, si bien en sus países andan ajustados con pensiones medias de 1000 euros, en los africanos tal asignación les permite vivir con grandes lujos (un ama de casa les cuesta sólo 60 euros mensuales). En Senegal, la playa de Saly es famosa por haberse convertido en el destino favorito de franceses mayores que terminan conviviendo con jovencitas del país… ¿Cómo se reacciona ante este fenómeno concreto? Pues se piensa que, mientras ellas sean mayores de edad y no lo hagan coaccionadas, “que cada cual limpie su plato”, como se dice en Zambia.

El relato de aquel francés habría quedado en una bonita historia si una jovencita presente en la velada no hubiera decidido recriminar la forma en la que actuaba su ONG. La joven, que trabaja en una organización bastante importante, recriminó al buen francés que se dedicara a regalar a los niños lápices, cuadernos, libros, ropa… importados de Francia sin pedirles nada a cambio. La ONGD para la que ella colabora, explicó, aporta ayudas en un 80 por ciento, mientras que el 20 restante procede de la contribución local, pues en su organización consideran básico que las personas se sientan involucradas en el proyecto y responsables de su propio desarrollo. Ambos se enzarzaron en un enfrentamiento dialéctico en el que no quedó espacio para otras voces y, blandiendo clásicos argumentos, se empeñaron en demostrar que sus respectivas formas de actuar son las más justas, responsables y solidarias; y, por supuesto, criticaron duramente la actuación de la organización del otro. La velada terminó sin acuerdo y con cada uno retirándose a dormir convencido de haber arrollado con sus argumentos.

Las ONGDs son muy críticas con la forma en que los gobiernos y las empresas en general entienden el desarrollo, y muchas veces esas críticas son acertadas, sin embargo harían bien en tomar esa medicina que tanto recetan y autocriticarse. De hecho, las ONGDs necesitan aprender varias cosas de las empresas, y una de las más difíciles es reconocer que un proyecto sólo es viable y sostenible cuando no depende de donaciones, subvenciones, préstamos a fondo perdido, o como quiera llamarse el hecho de regalar dinero, materiales o personal.

Y las empresas, por su parte, harían bien en aprender unas cosillas de la filosofía contemporánea de la cooperación al desarrollo. Uno de los que puntos que considero esenciales, muy bien explicado en las políticas de partenariado de las ONGDs pero raramente practicado, es considerar a los beneficiarios de las actividades de la ONGD como socios locales, desde un planteamiento de solidaridad, respeto y promoción del protagonismo de las propias comunidades en su desarrollo. Así, según este ideario, los “socios locales” tienen un papel fundamental, participando conjuntamente en la toma de decisiones, así como en la identificación, ejecución y seguimiento posterior de los proyectos. Es una auténtica lástima que esta teoría quede sólo en el papel (que todo lo soporta), que se vea reducida a una serie de bonitas palabras que sirvan para deslumbrar a posibles donantes. Qué lástima, y qué desperdicio, que esta teoría no se lleve a la práctica más a menudo.

La joven que defendía la corresponsabilidad de los senegaleses en su propio desarrollo tenía la “misión” de vigilar que los materiales que llegaban de Europa no fueran derivados por los “socios locales”, empleados también de la ONGD, a mercados locales para su venta, porque, según sus propias palabras, “no podemos fiarnos de ellos, porque pasan muchas necesidades y lógicamente nos robarían si tuvieran la ocasión”. No pasarían tantas necesidades si tuvieran las mismas condiciones laborales que ella… En cualquier caso, el punto básico es que el funcionamiento local de esta ONGD está basado en la desconfianza hacia sus propios socios locales, y muchos africanos están ya hartos de que se les considere irresponsables y ladrones tan sólo por eso, por ser africanos. El estereotipo de infantilismo que transmiten las ONGDs sobre sus “socios” africanos, a los que tratan como si necesitasen de una continua vigilancia, de una tutela cuasi parental, es la expresión más cruda de su racismo, encubierto por el manto del paternalismo. Así, por muy buenas evaluaciones que esta ONGD presenten de sus proyectos, éstos nunca podrán ser viables ni sostenibles y la constante sospecha y desconfianza quema a sus socios.

Como las ONGDs, las empresas ahorrarían mucho dinero, tiempo, esfuerzo personal, y daños a la salud de los empleados expatriados, si desarrollaran el arte de confiar en los africanos al tiempo que exigen responsabilidad en los compromisos adoptados, siguen la ejecución de los acuerdos, y “vigilan” que las cosas se hagan bien.

Supone todo un arte aprender a relacionarse de manera correcta con los africanos estableciendo alianzas con los ojos abiertos.

Original en : África Factor Humano

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