
Sierra Leona no es un país muy conocido. Quizás, los mejor informados lo recuerden asociado con las imágenes inhumanas de la guerra civil, que protagonizaron Liberia y Sierra Leona en los años 90; dos países vecinos del Golfo de Guinea y semejantes entre sí, si consideramos sus orígenes políticos. Liberia ya fue objeto de la atención de “Africana” hace algún tiempo.
Pero, observado de cerca, el panorama es menos optimista. El informe nos dice que casi la mitad de la población vive con menos de 3 dólares diarios, nunca ha asistido a la escuela, especialmente las mujeres, y reside en barrios marginales sin infraestructuras básicas. El 23 % no tiene acceso al agua potable y el 58 % depende de fuentes no seguras, como ríos, estanques o pozos sin protección. El acceso a la sanidad y a medicamentos es escaso y costoso. Y, añade, que el país sufre de una alta inflación, encarecimiento de precios, ausencia de inversión real en el pequeño campesinado, un alto desempleo juvenil y una pobreza generalizada.
Todas estas carencias, según el informe, tienen una explicación básica: han cambiado los dirigentes del país, ahora africanos, pero seguimos como en tiempos coloniales. No es solamente cuestión de corrupción –existente como en otras partes–, sino del continuismo estructural de la explotación: el sistema económico actual está organizado de tal manera que el beneficio principal continúa favoreciendo al antiguo poder colonial. El gran desafío del país es romper esa dependencia económica y política del exterior, desmantelar las estructuras neocoloniales y recuperar la soberanía efectiva.
Algo o mucho de ello es lo que el Papa Francisco condenaba en su viaje a la RD del Congo, hace dos años: “Dejen de estrangular a África. África no es una mina para explotar ni un terreno para saquear”.
Agustín Arteche Gorostegui
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