La admiración es el sentimiento natural que brota ante la fuerza o el esplendor de la naturaleza. Esa fue mi admiración cuando, hace 15 años, tuve la suerte de contemplar el río Congo a su paso por entre las ciudades de Kinshasa y Brazzaville. ¡Qué sensación de fuerza provocan sus aguas, engrosadas por los innumerables y ricos afluentes de su largo recorrido!
La impresión de asombro se torna en preocupación al considerar que, según nos dice un reciente estudio, entre el año 2004 y 2014 se perdieron 165.000 hectáreas de selva africana y que los fabulosos bosques de la cuenca del Congo, que albergan casi la mitad de las especies del mundo, están sometidas a una deforestación salvaje, que ponen en peligro una de las más ricas biodiversidades de nuestro planeta Tierra.
Lo expresa bien el autor del informe interior de este número de “Africana”, el padre Bartolomé Burgos, cuando dice que “en esta era de cambio climático y contaminación medio ambiental, los bosques nunca han sido más importantes para la existencia humana. Sin bosques, nuestra Tierra sería inhabitable”. Todo está unido. Sin bosques no hay agua y sin agua no hay vida.
Sin entrar en los detalles de las cifras que maneja este informe. Hay, además, una evidencia: los bosques de la cuenca del Congo, en África Central, y del Níger, en África del Oeste, se van replegando sustancialmente debido a la devastación global provocada por la ambición cortoplacista del hombre, algo que, a su vez, acentúa las catástrofes provocadas por el cambio climático.
Los bosques son el pulmón de la tierra. Si no queremos morir de asfixia, importa mucho tomar conciencia de la necesidad de buscar soluciones, en base a una mayor colaboración internacional, para reducir decididamente las emisiones de CO2 y promover la gestión sostenible de los bosques. Son cosas que están en la agenda de los grandes de la tierra, pero que apenas se ponen en práctica.
Evitar el posible desastre que se avecina, cuidar de la Creación, respetarla y no explotarla indebidamente se encuentra también en la agenda de la Iglesia que busca el bien de la humanidad. Lo decía el papa Francisco hace unos años, recogiendo un conocido dicho popular: “Dios perdona siempre, los hombres algunas veces, la naturaleza nunca”. Saquemos las consecuencias.
Agustín Arteche Gorostegui
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