Mientras la sociedad, y en particular las mujeres y los jóvenes, lo permitan, África del este camina en la dictadura hacia una opresión del pueblo cada día más cruel.
La reciente detención de tres líderes de la oposición en Tanzania, Uganda y Sudán del Sur, delatan la determinación de los gobernantes actuales para aplastar cualquier oposición política, haciendo por tanto imposibles unas elecciones que sean democráticas.
Esta persecución y arresto violento de los líderes de la oposición ha sido una característica constante en todas las elecciones recientes de varios países africanos.
Incluso las manifestaciones pacíficas, de diferentes etnias y paridos políticos, han sufrido los violentos ataques de la policía y de los militares, con total impunidad. Esta cruel realidad la hemos vivido durante décadas en Uganda, Ruanda y Sudán del Sur, sobre todo.
En mi experiencia, como coordinador de la Comisión de Justicia y Paz en Uganda, de 1994 a 2004, y como director del Instituto Intercongregacional de Educación Ética en Uganda (JPIIJPC), desde 2006 a 2011, los gobernantes solo escuchaban a los líderes culturales, civiles y religiosos cuando todos trabajábamos juntos, pues entonces suponíamos un poder increíble y respetado por la población de todo el país, que los dictadores de turno temían de verdad.
Desde el Consejo Interreligioso de Uganda (IRCU) convocamos al presidente del país en varias ocasiones para avisarle sobre el grave peligro que corría al enviar el ejército para aplastar las manifestaciones pacíficas de jóvenes en las calles de Kampala. Y el presidente Museveni ordenó que el ejército se retirase inmediatamente de las calles.
El mayor poder que existe en el mundo es un pueblo unido y comprometido por una causa digna y por el bien común.
El problema surge cuando el bien de los demás, del planeta y de las generaciones futuras ya no nos importa, y nos limitamos a lamentaciones o limosnas que dejan las estructuras como están.
Los dictadores han existido siempre y seguirán abusando de su poder y de los recursos de la sociedad, pero solo mientras en la sociedad se lo permitamos. Si ante la injusticia y la opresión no somos capaces de organizarnos y luchar juntos por la liberación de semejante esclavitud y por el bien común, entonces la responsabilidad de la situación injusta es toda nuestra.
Algo semejante ocurre con los líderes, partidos y grupos radicalizados, fundamentalistas y extremistas que no son capaces de dialogar y colaborar, buscando siempre imponer su agenda hasta con la violencia.
Ante semejantes grupos radicales, solo sirve unirse con todos los diferentes grupos más moderados, equilibrados y responsables, que ciertamente suponemos la mayoría de la sociedad en todos los países del mundo, para afrontar conjuntamente las decisiones y acciones de grupos radicales y violentos.
El sentido común y el cuidado mutuo de la mayoría social siempre son más fuertes, más transformadores y beneficiosos para la sociedad que la radicalidad de los grupos minoritarios.
Lázaro Bustince
CIDAF-UCM

