África debe despertar de su fantasía

7/04/2010 | Opinión

Parece que la intervención directa de los gobiernos occidentales en la banca privada y en las compañías, mediante un enorme rescate financiero, ha evitado finalmente el temido desmoronamiento económico total.

Los dirigentes del mundo rico en el presente están satisfechos con las señales de recuperación de la dañina penumbra que había envuelto la economía de sus países. Analizan alegremente el horizonte económico y sopesan que otras medidas adicionales podrían regular sus actividades económicas frente a futuras amenazas de llegar al borde del abismo.

Pocos actores políticos en África consideran pertinente preocuparse por estas cuestiones. Parece que esta idea proviene del presentimiento de que la economía de África no se vería afectada en gran medida por la crisis económica del mundo desarrollado.

Por consiguiente, se está utilizando la incipiente recuperación en el mundo desarrollado para reforzar el “falso coraje de los borrachos”* sobre que el futuro de nuestro pueblo es intrínsecamente prometedor.

El silencio que hay sobre este contagio económico crucial significa que nuestro pueblo está cayendo en una excesiva autocomplacencia. Se desarma a los ciudadanos para luchar por entender su realidad y prepararse psicológica, política y organizativamente para las cuestiones a las que se enfrentan.

Los países desarrollados tienen una infinidad de recursos tanto financieros como materiales que han ido acumulando durante siglos de todas las partes del mundo. La existencia de esta inmensa riqueza está supeditada a la constante reposición y ampliación de los beneficios.

La agresiva campaña para mantener dichos beneficios reside en la magnitud de lo ocurrido con el fenómeno que los economistas han llamado recientemente activos tóxicos. Parece ser que las instituciones bancarias han arriesgado sus participaciones en hipotecas de bajo interés dando lugar a una oleada de quiebras que se ha extendido por todo el panorama económico.

Esta crisis se distingue por el agotamiento de los límites naturales de los recursos disponibles que hay en la tierra. Esto afecta al equilibrio vital del ecosistema y provoca el calentamiento global que amenaza los fundamentos de diferentes actividades propiamente humanas.

Además, la humanidad se tambalea ante la exclusión de un gran número de personas que ya viven de la exclusión virtual de la riqueza creada por el hombre. La mayoría de ellos viven en el Tercer Mundo, anclados en el pasado como campesinos en pequeñas explotaciones, limitados por una tecnología primitiva.

La relativa resistencia que protege nuestros países de un fuerte debacle financiero fue la preponderancia de este campesinado que podía salir adelante con esta horrible vida a pesar del naufragio de la economía moderna.

Sin embargo, la vida de estos campesinos no puede alabarse eternamente. Su pobreza absoluta está sujeta a la disolución involuntaria. A medida que más gente se arruina, con gran sufrimiento, se ven obligados a vender sus posesiones o comenzar la difícil búsqueda de nuevas salidas económicas.

La élite africana, gracias al impulso del mundo desarrollado, está entusiasmada con la idea de llevar a cabo este proceso de modo que la hasta ahora autoprotegida economía del campesinado pase a estar completamente expuesta a los caprichos del mundo desarrollado.

Se deduce que África no puede estar aislada por esta economía del campesinado para siempre. Por esta razón es muy difícil ignorar las lecciones de los países desarrollados, que estamos dispuestos a emular. No tenemos otra alternativa que elevar la conciencia crítica de la completa importación de aquello que suponga nuestra entrada al centro de la economía mundial.

La recuperación del sistema financiero de los países desarrollados no confiere necesariamente nuevas posibilidades a la economía africana. Hay una crisis concreta que es ineludible: el dinero que se crea en el mundo desarrollado no está destinado a obras caritativas. Sólo responde a las perspectivas de beneficio pero no a la compasión por los pobres.

Ésta es la razón por la que es más lucrativo realizar una inversión en un campo de golf en la luna para disfrute de aquellos que tengan dinero para pagarlo, que ofrecer servicios de transporte para los pobres pastores de Karimojong, del noreste de Uganda.

Por lo tanto, mientras que el mundo se prepara para examinar las lecciones de la pasada crisis, África debe aprender cuáles deberían ser sus propias lecciones. Si los países desarrollados gastan abiertamente dinero de fondos públicos para proteger su valiosa salvación ignorando por completo la limitación de las funciones de los órganos públicos, la población africana se debería preguntar si no es legitimo depositar la fe en otros modos de hacer las cosas, para que nuestro pueblo también pueda olvidarse de la desesperación y la exclusión que sufren desde hace mucho tiempo.

No deberíamos parodiar a ciegas los teatros de los arraigados intereses de aquellos que se sientan en nuestra espalda.

James Magode Ikuya

El autor es miembro del NEC (NRM) representing historical.

Publicado en The Observer, Uganda, el 10 de febrero de 2010

Traducido por Beatriz Aymat Basoa, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción /Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

Notas de la traductora:

* El autor utiliza la expresión inglesa “Dutch courage”, utilizada en Gran Bretaña para referirse a el coraje que una persona tiene tras la ingesta de alcohol -el falso coraje que tienen los borrachos. Literalmente sería “el valor holandés”.

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