Inclusión y solidaridad pueden servirnos como claves para entender la ética de la vida, que integra a todos los grandes retos para el florecimiento de la vida, no solo la humana, sino también la vida en nuestro planeta. Por lo tanto, los problemas relacionados con la salud y la justicia social, la ecología, las tecnologías de mejora genética e incluso la guerra y otras formas de violencia son relevantes para la ética de la vida.
Se vive en relación, haciendo camino con otros, en un compromiso comunitario. Esto no significa que la verdad del bien moral sea fruto del mero consenso. El ejercicio de la libertad, dimensión constitutiva de la persona, se da siempre en la historia y en relación con los otros. La persona es una realidad abierta a la comunión, que encuentra su plenitud en el cuidado mutuo. Por eso, la moral cristiana es una ética de la alteridad o de la fraternidad. No puedo conducir un vehículo sin tener en cuenta a los demás.
Es una autonomía-en-relación, porque la persona no se realiza en el aislamiento. La dignidad humana también es una dignidad inherente al ser humano, que se realiza en la relación y en el servicio, sobre todo de los más vulnerables: los pobres, los enfermos y los niños, reconocidos siempre en su dignidad personal.
La concepción relacional y comunitaria de la persona tiene implicaciones para la comprensión de la conciencia de cada persona. La formación de la conciencia tiene lugar en la comunidad, en el diálogo de las conciencias y al interior de una determinada cultura y de una educación integral.
En la medida que tendemos a separarnos, a condenar y a marginarnos, arrastrados por ideologías e intereses de poder y beneficios propios, aun pisoteando a los demás, nos vamos deshumanizando, incluso sin darnos cuenta.
Solo crecemos cuando vivimos en relación abierta, solidaria y trabajando por el buen vivir de los demás, particularmente de las personas más necesitadas.
Todo ser humano tiene derecho a ser acogido. Sea cual sea su origen, su cultura y su religión, sencillamente porque es una persona, y por tanto es de mi familia humana.
El ser humano es único en su dignidad y es el responsable de cuidar todas las demás criaturas, animales y la misma Naturaleza, según su dignidad. Valoramos y cuidamos a todas las criaturas: animales, plantas y tantas maravillas de nuestro Planeta, y cada una en su lugar y dignidad.
Integrando la fragilidad humana
Otro de los retos más delicados para asumir en la vida humana es la realidad del dolor, de la enfermedad y de la fragilidad humana.
Algunas personas ven la fragilidad humana y la discapacidad como una humillación y a veces hasta como un castigo.
El mismo papa Francisco está tratando de asumir esa falta de movilidad. Y se tendrá que ir acostumbrando hasta conseguir convivir pacíficamente con la fragilidad corporal que le espera y con la dependencia que, con toda probabilidad, irá a más, como es natural.
La fragilidad es esencial a toda la existencia y más a la de todos los seres vivos cuando van pasando los años. Las salidas rápidas como la peregrinación a destinatarios presuntamente milagrosos, no parecen las más saludables.
La naturaleza y la enfermedad no humillan, son lo que son: limitaciones propias de la existencia humana. Humillan las personas y las instituciones. Aceptar la existencia tangible, asumir las discapacidades y la enfermedad como consecuencias inevitables de la finitud del ser humano y de la creación entera es un desafío personal y colectivo que abre la puerta a enormes posibilidades para hacernos más personas y más humanos. No son desgracias ni castigos que llegan de una divinidad ofendida e insensible.
Los verdaderamente humillados son los seres humanos a los que se violenta con nuestras injusticias y desigualdades. Miles de jóvenes mutilados, heridos o asesinados en todas las guerras y en todas las vallas con concertinas sienten profundamente humillada su dignidad. Como lo sienten también los sin tierra, sin pan, sin techo, sin trabajo, obligados a vivir en las periferias físicas y existenciales que inundan este Planeta.
Lo humillante es el abuso de poder y la injusticia hacia todas las víctimas. Aprender a convivir pacíficamente con la fragilidad corporal quizá sea la forma más sana y saludable de vivir.
Todos los días nos encontramos con personas mayores, muchas de ellas limitadas para caminar y ser autónomas, pero cuya sonrisa y amabilidad nos dejan maravillados.
[CIDAF-UCM]