Ya en un artículo de nuestra página web, “Difícil Solidaridad” (enero 2022) se mencionó la publicación en 2019 de “Black Tax: Burden or Ubuntu?” (“Impuesto negro: ¿Fardo o Humanismo africano?”), del periodista, escritor y educador sudafricano nacido en Soweto Niq Mhlongo. A su vez, el pasado 31 de agosto 2024, la BBC publicó “Black tax – why some young Africans want to stop sending money back home” (Impuesto negro: por qué algunos jóvenes africanos quieren dejar de enviar dinero a su país,) con dos testimonios que parecen confirmar la dicotomía descrita por Nic Mhlongo. “Enviar dinero a casa o a tu familia extensa es una práctica africana muy común que odio absolutamente”, declara la influencer keniana Elsa Majimbo en un mensaje que apareció en TikTok, causó mucho revuelo y fue eventualmente eliminado. Al contrario, “Puede ser agotador, puede ser frustrante, pero lo necesitamos… Tenemos que ayudarnos los unos a los otros todo lo que podamos”, opina la estilista ugandesa Sandra Ajalo.
En su página web, en un artículo titulado “Black tax: the good, the bad and the ugly” (Black tax: lo bueno, lo malo y lo feo), el zimbabuense Treasure Sibusiso Mabhena escribe: “`Black tax´ se refiere al dilema de las personas negras, jóvenes en general, de quienes se espera que se las arreglen financieramente contribuyendo también a las necesidades de los miembros más jóvenes, mayores o menos afortunados de sus familias extendidas”´. Y como todo lo real, también lo del “black tax” es bastante complejo y no admite dicotomías. Comenzando por lo de “black”.
Según Mabhena, tal vez porque escribe a partir de lo vivido en Zimbabue, se habla de impuesto “negro” porque “afecta casi exclusivamente a las personas negras”. En realidad, no es así, o no del todo. En 2018 la Asamblea General de la ONU aprobó que cada 16 de junio se celebre el “Día Internacional de las Remesas Familiares” para conmemorar “la contribución de los más de 200 millones de mujeres y hombres trabajadores migrantes que envían dinero a sus más de 800 millones de familiares en sus países de origen”. Y de los 540.000 millones de dólares en 2020 que, según un estudio del Banco Mundial, se transfirieron en 2020, casi 103.000 millones correspondieron a América Latina y el Caribe. Es cierto que, como consecuencia de la COVID-19, descendieron las remesas desde España hacia América Latina (En España vive una décima parte de los migrantes latinoamericanos). Pero tras la pandemia, el 26 de junio de 2023, El País podía titular: “El dinero enviado por los trabajadores migrantes a sus familias aumenta y resiste frente a cualquier crisis”.
Poco importa que lleguen desde el extranjero o desde casa, como transferencias o como “black tax”. Según Mabhena, “somos muchos, aún entre quienes lo consideran un fardo, los que se han beneficiado o se beneficiarán en el futuro”. “Durante la vejez o la enfermedad, necesitamos la ayuda de los miembros más jóvenes de nuestras familias extensas. Sobre todo, porque no tenemos suficientes instituciones para cuidar a los ancianos”. Esa sería la parte buena del sistema.
¿Y la mala? No hay peor perversión que la de lo bueno, en este caso el principio de reciprocidad. Si no ayudas, no te ayudarán. En general, la sociedad desaprueba a quienes evaden el “impuesto”. Hasta puede que sus familias los excluyan. Así que la presión sobre el joven es tal que a menudo le impide concentrarse en sus propios proyectos. Por otra parte, se trata de un sistema que favorece el nepotismo en las instituciones, especialmente las públicas, contribuyendo al flagelo de la mala gobernanza.
El sistema produce expectativas opuestas entre los que exigen ayuda y quienes la dan. Sería, siempre según Mabhena, la parte más fea del “black tax”. Y es que, si unos se quejan de no recibir lo suficiente, los otros sufren porque se les exige demasiado. En el video de la BBC, Elsa Majimbo se dirige, sin mencionar su nombre, a un miembro de su familia extendida: «Le has estado pidiendo dinero a mi padre desde antes de que yo naciera. Nací, me crie, crecí, y ahora tú, jodido perezoso, me estás pidiendo dinero a mí. Y no pienso alimentar tus malos hábitos”. Tal vez Majimbo, en su reacción visceral, no piense en ello, pero el principio de reciprocidad, con sus expectativas, envidias y recelos, se convierte en un igualitarismo por lo bajo. Nadie en la familia debe sobresalir demasiado. De mis tiempos de profesor en Tanzania, hace ya casi cincuenta años, recuerdo lo que me confesaba un colega. No se atrevía a construirle a su madre una casa demasiado aparente por miedo a las reacciones en el pueblo y en algunos miembros de su familia extendida. Se creerían con derecho a otra casa semejante, y el profesor no tenía tantos medios como la gente le atribuía. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Pero como escribe Mabhena al concluir su artículo, “Así es como la pobreza se transmite a menudo de generación en generación en las sociedades africanas”.
José Ramón Echeverría
CIDAF-UCM