El capitalismo no es simplemente un sistema de producción, es fundamentalmente un sistema de predación. Nancy Fraser habla de un capitalismo caníbal, de un orden social institucionalizado que devora las bases sociales y naturales de las que depende para transformarlas en beneficio económico.
Para que muchas personas disfrutemos de esta vida, muchas más tienen que habitar y sucumbir en la dimensión necro de la vida. Vivimos devorando las oportunidades vitales de otros. Somos, literalmente, caníbales. Mientras unos pocos acaparan y acumulan fortunas, una gran mayoría se debe apretar el cinturón para sobrevivir. La mayor tragedia de la austeridad no es que haya dañado nuestras economías, si no el sufrimiento humano innecesario que ha causado, y sigue causando.
Anne Case y Angus Deaton firmaron en el año 2020 una investigación esencial sobre las muertes por desesperación (suicidios, alcoholismo, adicciones) que reducen la esperanza de vida de los trabajadores (sobre todo varones y blancos) estadounidenses con menos estudios, golpeados desde los años setenta del siglo xx por la precarización de sus empleos y de sus vidas, y por el desmantelamiento de todas las instituciones públicas y comunitarias que podrían sostenerlos. Este es el capitalismo que viene denunciando proféticamente el papa Francisco, porque descarta y mata.
La economía del capitalismo global implica: el «brutal proceso de separación del pueblo de los medios de autoabastecimiento» mediante los cercamientos de tierras comunales y la reorganización de los tiempos de vida para someterlos a las exigencias de la producción, así como mediante el colonialismo y el esclavismo, todo ello ejecutado con una violencia directa y extrema. En la actualidad, hablamos de acumulación por desposesión.
Este capitalismo se sitúa explícitamente fuera de toda restricción, literalmente offshore –como los paraísos fiscales. Lo más importante es no tener que compartir con los otros un mundo que jamás volverá a ser común.
En esta cosificación generalizada, la que nos permite practicar tan alegremente el descarte: la naturaleza como cosa, la persona como cosa, recursos naturales y recursos humanos. Con la conversión de todo en mercancía, llegamos al cúmulo de la cosificación.
El trabajo del filósofo camerunés Achille Mbembe puso en circulación el término de necropolítica, que ha inspirado la obra pensadores de la biopolítica como Michel Foucault, Giorgio Aganbem o Agnes Heller, y en su mirada a la política como proyecto y tecnología de gobierno de y sobre los cuerpos, enfatiza la dimensión de quitar la vida sobre la de protegerla o garantizarla
El papa Francisco nos decía en el párrafo 53 de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, publicada ahora hace diez años, «Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata».
Tanto personas como instituciones, hemos continuado funcionando como perfectas Homo economicus, produciendo y consumiendo bajo las reglas de esta economía… que mata.
CIDAF-UCM