África, animada por la cultura, la historia y la juventud de sus pueblos, y apoyada por los exuberantes recursos naturales y minerales del continente, se encuentra ante un proceso fundamental de aprender por un lado de su experiencia de ser esclavizada y saqueada por los gobiernos poderosos durante siglos y de emprender, ahora más libremente, su propio proceso de integración, reconciliación nacional, de elegir gobernantes regionales íntegros y competentes y de trabajar juntos en la construcción de un nuevo país, de una nueva África, y cultivando unas relaciones de cooperación justa con los gobiernos de todo el planeta.
África sigue sufriendo las consecuencias de la nueva esclavitud política y económica impuesta por los grandes poderes. Los países africanos pierden miles de millones de dólares al año, debido a los flujos financieros ilícitos.
La reciente inclusión de la Unión Africana en el G20 reconoce un hecho que la geopolítica tradicional se ha mostrado reacia a aceptar: África ha surgido como una potente fuerza que impulsa la transformación global.
Los países africanos se enfrentan a múltiples crisis a la vez, desde terrorismo hasta golpes de Estado. El continente soporta una parte desproporcionada de los efectos de múltiples crisis relacionadas con el cambio climático, pandemias sanitarias, como la de la Covid-19, guerras en Ucrania y Oriente Medio y tiene una capacidad financiera y técnica limitada para afrontarlas.
Según “Afro barómetro”, los vientos de un creciente descontento con la gobernanza y la democracia soplan en todo el continente africano. Esta indignación por la mala gestión está presente en numerosos países de todo el globo.
Por esta deficiente gestión, África enfrenta un déficit financiero de 1,2 billones de dólares hasta 2030 para financiar sus ODS, según el Banco Africano de Desarrollo. (BAD)
Por eso es tan desalentador que el continente pierda 89.000 millones de dólares al año debido a flujos financieros ilícitos, y se estima que la evasión fiscal por parte de las multinacionales mineras le cuesta al África subsahariana hasta 730 millones de dólares al año. Mucho más de lo que recibe en ayuda al desarrollo. La fuga de capitales, empeora tanto la pobreza como la desigualdad en los países africanos.
Ejemplos:
- – En Angola, la fuga de capitales casi duplica el gasto público en salud. De 2000 a 2018, el país perdió 4.200 millones de dólares al año, mientras que el gasto anual en salud fue de 2.300 millones de dólares.
- – Sudáfrica, apodado “el país más desigual del mundo”, perdió durante el mismo período 15.700 millones de dólares anuales debido a la fuga de capitales, casi la mitad de lo que invirtió en salud (27.400 millones de dólares).
- – Costa de Marfil podría haber duplicado su presupuesto de salud pública (1.600 millones de dólares) si hubiera retenido los 1.100 millones de dólares perdidos anualmente por la fuga de capitales. (BAD)
Son hospitales que no se construyen, escasez de médicos, vacunas, antibióticos que no se pudieron comprar. Las mejoras registradas en las economías africanas en el pasado reciente se han visto contrarrestadas por reveses debidos a la hemorragia financiera, agravada por las redes de saqueo transnacionales.
La cantidad de riqueza privada africana adquirida o transferida ilegalmente al extranjero es aproximadamente tres veces mayor que su deuda externa. Hechos que delatan el abuso de poder y una gestión injusta y egoísta de muchos gobernantes y empresarios.
Así funciona la actual esclavitud de África, impuesta por el saqueo exterior, con complicidad de los gobiernos regionales. Esta hemorragia económica continuará desangrando África, mientras los pueblos africanos lo permitan.
Solo un compromiso democrático de toda la sociedad puede regenerar la democracia en cada país, combatir la pobreza, la corrupción, promover un desarrollo sostenible, luchar contra el cambio climático, consolidar los derechos humanos y detener las salidas financieras ilícitas hacia paraísos fiscales.
La solidaridad global no existe para las economías emergentes, y para África en particular. Casi ninguna asignación de ingresos va a los países que más la necesitan. Los países del G7 –apenas el 10 % de la población mundial– se quedarían con el 60 % de los ingresos generados bajo el nuevo impuesto que agravará todavía más la desigualdad.
La Unión Africana, también debe trabajar con mayor eficacia en favor de una solidaridad panafricana con las economías emergentes, para el bien común.
Así mismo, los empresarios africanos, como el nigeriano Aliko Dangote, que afirma: “Mi sueño es utilizar materias primas de África, refinarlas y venderlas en nuestro propio mercado”, o el sudanés Mo Ibrahim, que desde USA se interesa especialmente en la buena gobernanza de África, deben seguir más comprometidos por una mayor justicia económica y política en el continente africano.
CIDAF-UCM