Han pasado tres décadas desde los sombríos días de 1994., un periodo que ha marcado a Ruanda y ha resonado a través del mundo entero. Hoy, por medio de estas palabras, tejemos un homenaje a las almas perdidas, a las mentes rotas, a los cuerpos machacados y a los corazones que sangran. Este homenaje quiere hacerlo sin jerarquías ni distinciones, honrando cada víctima sea o no conocida, reconocida u olvidada. Lo hacemos con la esperanza de que la memoria y la justicia se den la mano para iluminar el camino hacia la paz y la reconciliación.
Las primicias del caos: Asesinatos políticos antes de 1994
La ruta hacia la tragedia de 1994 fue pavimentada por dolores y pérdidas, marcada por una serie de asesinatos políticos que sembraron los granos de la discordia y de la desconfianza. Esos actos, no solamente resquebrajaron los cimientos de Ruanda, sino que, también, dejaron a familias enlutadas, a comunidades desgarradas y a una nación al borde del abismo. El asesinato del presidente Habyarimana en abril de 1994 no fue sino el punto culminante de esta serie macabra, un punto sin marcha atrás que hundió el país en una espiral de violencia. Hoy, las voces de las víctimas de estos preludios del apocalipsis siguen resonando; reclaman la paz, la justicia y la verdad, en un mundo que a veces parece preferir el olvido a la confrontación con la realidad.
La guerra a puerta cerrada: Los crímenes de guerra
Las provincias del norte, Byumba, Ruhengeri y otros territorios, fueron testigos mudos y las víctimas impotentes de una guerra que no perdonó ni a hombres, ni a mujeres, ni a niños. En un sombrío día, el 1 de octubre, el APR, quebrando la frágil crisálida de la paz, duramente conquistada, abrasó la región con su llamarada belicista, hundiendo a las poblaciones en el abismo del miedo y del peligro. Los habitantes de Bigowe, los desplazados de Nyacyonga, soportaron lo indecible, atrapados por la tormenta de un conflicto en el que se ahogaba el futuro bajo el estrépito de las armas. Durante 4 años, esas poblaciones quedaron prisioneras en el fuego cruzado de una guerra que no habían querido. Esos años de conflicto han dejado cicatrices indelebles en la tierra y en los corazones de los que sobrevivieron; han quedado gravados en su memoria relatos del miedo, de pérdidas y de desesperación; merecen ser oídos y honrados en la búsqueda necesaria de justicia.
El eclipse de la humanidad: el genocidio contra los tutsi
En abril de 1994, el mundo asistió a uno de los capítulos más sombríos de la historia de la humanidad, a un genocidio que sistemáticamente se dirigió contra los tutsi, convirtiéndolos en objetivo de un odio ciego: esas almas inocentes, esas víctimas tutsi fueron y siguen siendo utilizadas como muletas por parte de los que buscaban el poder, transformadas en instrumentos para consolidar poderíos más que seres que hay que recordar y honrar. Los relatos de supervivencia, de coraje y de dolor de los supervivientes deben ser contados y reconocidos, no para alimentar el rencor, sino para forjar una comprensión común de la fragilidad de la paz y del valor de cada vida humana. La memoria de esos días negros, pura y no instrumentalizada, debe preservarse como un catalizador para la empatía, la solidaridad y la reconciliación, y no como una palanca en los juegos del poder.
Las voces olvidadas: el genocidio contra los hutu
En el drama complejo de nuestro pasado, el sufrimiento de los hutu emerge, no como un murmullo fantasmagórico, sino como un grito punzante en favor de la verdad. El genocidio hutu, con sus numerosos episodios como Kibeho, Nyakinama, y las tragedias de los campos de refugiados en el Congo, revela la amplitud y profundidad del dolor infligido. Esos momentos de brutalidad, lejos de ser aisladas anécdotas, son eslabones de una cadena de atrocidades, testimonio de la gravedad de cuanto sucedió en Ruanda, contra ruandeses. Es imperativo reconocer esos relatos, no para atenuar otros sufrimientos, sino para añadirlos al mosaico de nuestra memoria colectiva. Los supervivientes y descendientes de las víctimas hutu poseen el derecho inalienable de compartir su historia, de reclamar la luz de la verdad en la oscuridad del olvido. En este contexto, la solidaridad entre todas las víctimas de genocidio se erige como una muralla contra el negacionismo. Aceptar y reconocer la realidad del genocidio hutu es un paso esencial hacia la justicia y la reconciliación, un paso hacia un futuro en el que cada voz cuenta, en el que cada lágrima tiene peso, en el que cada corazón machacado encuentra un camino hacia la curación.
Más allá de las fronteras: Las víctimas congoleñas
El contagio del odio y de la violencia no ha respetado las fronteras nacionales; ha afectado igualmente a nuestros vecinos congoleños. Sus sufrimientos expresan la interconexión de nuestros destinos y del impacto destructor de las ambiciones e intrigas que han tratado de explotar y de desestabilizar la región para lograr efímeras ganancias. Las lágrimas vertidas en tierra congoleña hacen un llamamiento a la solidaridad regional y en favor de un compromiso compartido en pro de la justicia y la paz.
Compromiso de Jambo ASBL (Asociación sin ánimo de lucro) y del proyecto Mémoire et Justice
Frente a este mosaico de dolores y recuerdos, Jambo ASBL y el proyecto Mémoire et Justice, se erigen en bastiones de la esperanza y resiliencia con un compromiso inquebrantable centrado en la víctima. Nuestra primera misión es colocar a la víctima en el centro de nuestras acciones, ofrecerle un santuario en el que su memoria es preservada, en el que su voz que aporta verdad es escuchada, en el que su llamamiento a la justica se amplifique. Nos comprometemos a acoger y abrazas a todas las víctimas sin excepción, a reconocer cada historia individual, a curar las heridas visibles e invisibles- Nuestro objetivo es superar las divisiones, transformar los muros de división en puentes de comprensión y compasión. Al situar a la víctima en el centro de nuestro compromiso, reafirmamos nuestra determinación de tejer un futuro en el que la justicia y la memoria constituyan la base de la paz y de la reconciliación.
Un llamamiento a la memoria, a la justicia y a la humanidad
En este trigésimo aniversario, somos llamados a una introspección profunda, recordando que Ruanda ha soportado un sufrimiento enorme en 1994. Sin embargo, es crucial reconocer que el dolor de nuestra nación hunde sus raíces mucho antes que este negro año, desde 1990, y sigue de manera alarmante impregnando nuestro presente por razones que se mantienen irresolubles.
Debemos ser lúcidos: los elementos que han conducido a las tragedias pasadas siguen presentes, son palpables en el tejido de nuestra sociedad. Hay víctimas que siguen siendo olvidadas, no reconocidas, refugiados que ven rechazado su derecho al regreso, numerosos ciudadanos permanecen privados de voz. El odio, tenaz, sigue obsesionando nuestras interacciones, amenazando que las llamas de un pasado que esperábamos superado se reaviven.
Este llamamiento a la memoria, a la justicia y a la humanidad no quiere ser solamente conmemorativos, sino también preventivo; se trata de un grito para que las lecciones del pasado no sean vanas, sino que iluminen nuestro camino hacia un futuro en el que la dignidad de cada ser humano sea una realidad inquebrantable, en el que la paz aspire a convertirse en algo cotidiano y en el que la justicia constituya el basamento de nuestra comunidad, de nuestra nación y de nuestro mundo.
Dejemos que resuene este llamamiento, no como eco del pasado, sino como compromiso activo para hoy y para mañana, que inspire acciones y cambios concretos. Es nuestro deber colectivo velar para que las generaciones futuras hereden no solamente los relatos de nuestra historia, sino, igualmente, un legado sólido de reconciliación, de respeto y de amor universal; para que no se repita jamás lo que nosotros hemos sufrido.
Jambo ASBL – @jamboasbl
[Traducción, Ramón Arozarena]
[CIDAF-UCM]